Americana Filmfest 2023

10 F***ing years

Abanico de propuestas en esta décima edición del Americana Film Festival que celebró su aniversario con tanta discreción como madurez. Junto a una retrospectiva de la filmografía de Todd Solondz, tuvimos documental, drama, comedia e incluso un punto de fantastique. No lo vimos todo, pero compartimos aquí algunas de las obras que merecen ser destacadas, con jóvenes protagonistas siempre a la cabeza y un puñado de nuevas y notables directoras.

Ellos

Un grupo escolar en ejercicios espirituales en un resort rural. Son alumnos de un colegio de alto nivel, acompañados por un quinteto de curas harto peculiar: un par de ellos con aspecto de nazis, otro ciego, un cuarto con físico de Pavarotti y cierta capacidad operística, y otro de origen japonés, todos ellos asistidos por un paramédico siniestro. Nada más llegar, el equipo recuerda a los jóvenes alumnos que los pueblos vecinos pueden ser agresivos y que no deben salir de los límites marcados. El director de El hoyo en la cerca (Joaquín del Paso, 2021) orienta inicialmente la cinta como una posible home invasion, en la que una suerte de chicos del maíz pueden rebanar el gaznate a la banda de pijos. Sin embargo, como se verá más adelante, se trata de un juego de humillación con el que los religiosos pretenden que su joven rebaño tema a un lobo indefinido, más que por ferocidad, por diferencia, concretamente, de la clase de la que ellos se alimentan. El hoyo en la cerca funciona muy bien en el tono de terror que se imprime durante buena parte del metraje y en la descripción de un grupo salvaje, racista y homófobo, dedicado al acoso y promovido por el clero. Sin perder su calidad, se desequilibra desafortunadamente cuando pretende explicitar en exceso la situación y los disturbios finales, propios de El señor de las moscas, resultan un subrayado excesivo. Aun así, el descarnamiento que tiene la obra (como corresponde al buen cine mejicano) le da un valor del que carecen obras más suaves realizadas por su vecino del norte.

Americana 2023

El hoyo en la cerca (Joaquín del Paso, 2021)

Es el caso de Bodies, Bodies, Bodies (Halina Reijn, 2022) que reúne a un grupo reducido de adolescentes bien en la mansión familiar de uno de ellos para una fiesta que se pretende desmadrada y acaba siendo un desastre tan grande como la propia película. En un enfrentamiento entre sí, los amigos cortan las relaciones que mantienen y se enfrentan, todos contra todos, como enemigos salvajes. El resultado, no obstante, dominado por el control de imagen y cuerpos danone, es tan mortecino como indica el título de la película.

Ya hemos visto la mala vida que se da en las reservas indias en otras ocasiones, especialmente en contexto de thriller. War Pony (Gina Gammell, Riley Keough, 2022) ruedan directamente en el  interior de una de las reservas con actores no profesionales para contar las peripecias de un par de jóvenes en sus esfuerzos por sobrevivir en un ambiente hostil que les condena de antemano. Matho, a sus 12 años, se esfuerza por conseguir una identidad adulta a riesgo de reproducir el perfil de un padre muy ausente que sobrevive como traficante y vendedor de metanfetaminas. Bill, con dos parejas e hijos poco cuidados, malvive con trapicheos diversos hasta que un blanco, propietario de unas granjas de pavos, le propone colaborar en actividades tan diversas como turbias. War Pony sortea tópicos e historias conocidas para ilustrar con la riqueza de documentalistas las idas y venidas de uno y otro, acompañados de su familia y entorno más inmediatos, mostrar sus ilusiones más peculiares (esa imposible cría de perros de raza), las trampas que la propia reserva les tiende (las drogas al alcance, el enriquecimiento fácil) y la falta de apoyo social (encarnado en la turbia oferta laboral de Tim). Son, sin duda, piezas de guion ya conocidas pero la naturalidad de los intérpretes y la fuerza de las dos directoras para captar ambiente y trazar la historia resultan decisivas para construir una obra menor de fuerza superior que mereció sin duda la Cámara de Oro ganada en Cannes. El final de la cinta sortea el peligro del subrayado dramático y pone una guinda muy especial a la comida de Acción de Gracias para los indios de la reserva.

Ellas

Emily the Criminal (John Patton Ford, 2022) es un noir seco, que presenta una joven de misterioso pasado (la narración bordea permanentemente pero elude explicitar el delito por el que arrastra deudas) que busca con dificultad un futuro más próspero y, a ser posible, más fácil. El arranque de la trama, su encuentro con la banda de estafadores, su involucración progresiva en la misma y su evolución (forzada por las circunstancias) hacia una autodefensa agresiva se desarrollan con fluidez y definen bien al personaje (el premio a su guion es los Spirit Awards es bien merecido) que encarna con resolución Aubrey Plaza. Ford desarrolla una narración creíble, buscando acercarse desde el indie a la sequedad de los polar franceses o al noir americana de los 70 (Penn, Altman) e integra bien la relación entre Emily y Youcef. Sin embargo, la cinta carece de un tono o una densidad visual que redondee la trama que permitiera transmitir toda la tensión de la historia. Así, la reacción final de Emily (precipitada por una exagerada humillación en su enésimo intento de conseguir un trabajo más ordinario) es tan brusca como poco verosímil y la resolución de su problema deviene apresurada para el espectador.

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Emily the Criminal (John Patton Ford, 2022)

Sarah (Karen Gillan), por el contrario, carece de la agresividad de Emily. La protagonista de Dual (Riley Stearns, 2022) debe enfrentarse a un clon que creara para suplirla tras una muerte que no ha llegado. Riley Stearns, director de La mejor defensa es un ataque (The Art of Self-defense, 2019) mantiene el tono de humor negro (muy negro) y sensación de absurdo de su obra anterior, con una protagonista a la que ignoran su madre y su propia pareja que se inclinan por apoyar a la nueva Sarah 2 mientras la original se esfuerza por entrenarse en unas prácticas de lucha que le son ajenas. Aunque el tono es ciertamente extraño, Stearns desarrolla en Dual la construcción de un ambiente que se echaba a faltar en la obra de Ford. Así, Dual deviene en su tono elegíaco una obra difícil de aprehender, que resulta cómica cuando la doctora explica a Sarah su situación terminal y trágica cuando la desmiente. La frialdad del ambiente, siempre captada en tonos apagados o neutros, filmada en interiores o en exteriores con poca luz (incluso el paseo por el bosque resulta claustrofóbico) y la caracterización de Sarah (con una actuación de Gillan tan contenida como la del resto del reparto) evitan al espectador empatizar la protagonista, aunque poca simpatía podamos tener con su alter ego y sus perversas maquinaciones para desplazarla y ocupar su lugar, o sus seres queridos que no dudan en substituirla aun cuando Sarah sigue con vida. La sensación final que Dual transmite es de desazón y, pese a su eficiencia por transmitirla al espectador, tal vez precisaría equilibrar su contención con un sarcasmo que equilibre la tristeza que contiene.

Mucho más libres son las protagonistas de Sharp Stick (Lena Dunham, 2022). La familia compuesta por una madre (Marilyn, una desatada Jennifer Jason Leigh) y sus dos hijas revela la máxima disfuncionalidad. Mientras Marilyn y T-reina perrean, se colocan y hablan de sexo, amantes y masturbación, Sarah Jo, la otra hija, marcada por una histerectomía en su infancia, reprime su sexualidad sublimándola en una constante vocación de servicio y amabilidad. Colabora con la madre en el mantenimiento de un pequeño motel y ejerce de au pair con el hijo de Josh, su vecino (quien, por su lado, mantiene una distante relación con su mujer, a punto de dar a luz). Será Sarah Jo, sin embargo, quien revolucionará la casa al decidir que quiere dejar de ser virgen y experimentar el sexo con Josh, descubriendo también las drogas y el porno. De modo semejante a lo sucedido en Red Rocket (Sean Baker, 2021), el sexo se convierte en un arma de dominación, un arma de doble filo. Y cuando Josh corta con Sarah Jo al descubrirse su relación (en una escena tan insólita como propia del ambiente cutre en que viven los protagonistas, en pleno parto de la mujer de Josh, en el suelo de la cocina ), ella decide una venganza. Y si en alguna ocasión, esta se vehicula con la expresión de una nueva y más placentera relación, Sarah Jo la lleva a cabo de modo hiperbólico, decidiendo experimentar todas las categorías del porno con las más diversas parejas para echárselo en cara a Josh. Lena Dunham (que interpreta también a la mujer de Josh) elabora una obra que nos zambulle en la cara B del sueño americano, como Emily the Criminal, pero cuyo tono de farsa consigue captar un contexto muy concreto y mantener a base de disparates el interés del espectador sobre unos personajes tan desnortados. Pese a mantener un perfil relativamente bajo, sin un guion o una elaboración de caracteres tan completa como en las películas del referido Sean Baker, este Sharp Stick es un duro varapalo a la hipocresía y los oropeles que Hollywood goza en ofrecernos. Si por algo merece la pena acudir a este Festival es por la posibilidad de ver cintas como ésta.

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Sharp Stick (Lena Dunham, 2022)

Y mucho más impactante resultó el visionado de dos cintas de presupuesto limitado que sorprendieron a los espectadores del Festival. Por una parte, Jethica (Pete Ohs, 2022), insólita comedia mezcla de terror y mumblecore en la que una joven resulta perseguida por un acosador más allá de su muerte. La dirección de Pete Ohs expone el impacto del acoso claramente pero invierte la situación forzando al acosador a enfrentarse con la gravedad de sus actos, aunque sea demasiado tarde para su rectificación. La actitud serena de las dos protagonistas frente al espectro, su enfrentamiento al mismo o la búsqueda de una solución paranormal producen una situación harto divertida, con un humor contenido que equilibra la persistencia de la amenaza y llevan al espectador a un territorio de sorpresa agradable. La resolución, situada en el terreno del fantástico, es tan coherente como agradecida. Hay que reconocer, no obstante que Jethica es una obra que se adapta más a los gustos  de un público como el del Festival de Sitges que al Americana, dónde el uso de situaciones y códigos genéricos para resolver una temática más propia del drama desconcertó a muchos espectadores.

Pero para shock malrollero el que sufrimos al contemplar El club del odio (Soft & Quiet, Beth de Araujo, 2022). Rodada en un prodigioso plano secuencia que produce una tensión y malestar progresivos en el espectador, la cinta acredita una excelente capacidad de puesta en escena y control de los mecanismos dramáticos por parte de la directora en su debut en el largo. La historia arranca de modo aparentemente trivial con el encuentro de un pequeño grupo de mujeres alrededor de la cuarentena en torno a una merienda con té y pasteles… para organizar un grupo neonazi contra la inmigración y el desarrollo oficial de apoyos a las minorías latinas o negras (sin ignorar el desafío a una banca supuestamente controlada por minoría judía). Una vez desalojadas del lugar dónde se reunieron para tan peculiar merienda, el grupo wasp se enfrenta a un par de jóvenes latinas (identidad equivalente a la de la directora) a las que humillan y amenazan, hasta plantear un asalto a su domicilio en ausencia de éstas. El club del odio es un grito angustioso de denuncia contra el auge del racismo y la intolerancia en los Estados Unidos. La presentación inicial de éstas pequeñoburguesa (o obreras en algún caso) blancas, sus propias acciones y comentarios, enfrentadas entre sí de manera cobarde y mezquina, criticándose unas a otras (la queja por el té derramado, los comentarios sobre la torpeza ajena o la ropa que consideran indecorosa) revela su miseria moral pero también el extremo riesgo (o la realidad) del enfrentamiento social que está teniendo lugar, la amenaza creciente, en la América profunda y quizás a todo nivel de aquella sociedad. El uso de la cámara, la impresionante coreografía que permite el fluido desarrollo de la trama y las notables interpretaciones de sus protagonistas ponen la cinta a un muy destacable nivel. Sin embargo, la deriva violenta que se da en el asalto a la casa y a sus víctimas, pese a la angustia que produce en los espectadores, rebaja sus capacidades de impactar a nivel racional. La home invasion puede darse con el máximo horror y es instantáneamente enfermiza pero representa un subrayado excesivo, situándonos en la misma coyuntura en que (con otras intenciones) nos situara Michael Haneke con Funny Games. En aquel caso se planteaba una reflexión sobre la representación de la violencia, acusando al espectador de una complicidad tal vez inconsciente. El problema era que el espectador más probable de la cinta de Haneke ya estuviera familiarizado con el concepto y su actitud ante Funny Games (1997), más allá de la incomodidad, fuera aceptarla como una penitencia por supuestos pecados cinéfilos que quedaba limitada en el tiempo. A aquellos espectadores amantes de un cine de la violencia, Funny Games les podía desconcertar y decepcionar, pero difícilmente accederían a ella o, de verla, quedarían sugestionados por sus tesis. Con Soft & Quiet puede suceder algo semejante. La puesta en escena supera el concepto. Y si su primera mitad ya sentaba evidencia del terrible crecimiento del racismo en la sociedad americana, el impacto queda borrado por una evolución de la historia a una situación de horror físico, de amenaza, humillación y dolor que puede obedecer no sólo al fascismo que se denuncia sino a cualquier otro motivo. El resultado final, por habilidoso técnicamente que sea, por perturbador que resulte, deshincha la denuncia que se ha construido en la primera mitad de la cinta.