El extraño, debut en el largometraje de Chloe Okuno, que pudimos ver en el pasado festival de Sitges, es un thriller que bebe ineludiblemente (y sin quererlo especialmente) de Hitchcock y su ventana indiscreta o, por extensión, de Brian de Palma y su Doble cuerpo, con un argumento al que tampoco le haría ascos Dario Argento —de hecho su última Dark Glasses, también vista en el citado festival, puede tener algún punto en común con esta El extraño (Watcher) [1]—, pero que va más allá de sus inevitables influencias. Parece difícil hacer una película donde el voyeurismo ventanal entre en juego en la que no se asuma la herencia de los films citados, incluso aunque esta no existiese de facto. Obviando las referencias la directora obtiene un resultado que destaca por sí mismo, sacando todo el partido a los elementos de suspense, y haciéndonos partícipes de las dudas de su personaje, cuyo punto de vista es primordial durante todo el desarrollo del film creando un vínculo con el espectador, que llega a comprender demasiado bien todas y cada una de sus derivas mentales. Maika Monroe, a la que ya hemos visto en otros films de género (It Follows, The Guest, Tau) es Julia, una actriz sin trabajo que se muda con su novio, que ha encontrado empleo en Bucarest, pero se siente como una extraña, ignorante del idioma, y cae sobre ella todo el peso de la Europa del Este cuya frialdad se aleja de la calidez que conocía en los EE.UU.
Esa manía de los europeos de no tener cortinas es la excusa perfecta para obsesionarse con los vecinos, y ya sabemos que cuando miras al abismo el abismo también te mira a ti, aunque tal vez sea al revés. La protagonista sufre lo que podría ser una manía persecutoria con un siniestro individuo (el granítico Burn Gorman) que habita en el enorme bloque de hormigón que constituye el edificio de enfrente, hasta tal punto que en determinado momento la sospecha de acoso recae sobre ella. Un asesino que decapita a las víctimas en sus propios hogares anda suelto por el barrio, constituyendo el caldo de cultivo perfecto para alimentar esa y otras pesadillas que pueden ser o no reales. Su vecina será su único apoyo en un mundo en el que los hombres, incluido su novio, no quedan en el mejor lugar (el más, o quizá el único, considerado con ella resulta ser un proxeneta). Y aunque aparentemente no pasa gran cosa durante toda la película, esa es precisamente su gran virtud, pues el desasosiego surge de la mera posibilidad, no de su materialización. Julia sospecha todo el tiempo, y gracias a un guion que juega muy bien con todos sus elementos de ambigüedad (p. ej. sigue al sospechoso a un strip club, y una vez allí descubre que él, en lugar de estar echando billetes en el tanga de las «bailarinas» o lo que quiera que pudiese estar, ella o nosotros, imaginando, simplemente trabaja allí limpiando, mientras que es su vecina la que tiene una actitud más dudosa desde un punto de vista moral, exhibiendo su cuerpo tras las vitrinas), nos transmite su permanente ansiedad, mientras que su novio, que habla un excelente rumano y que está todo el día en el trabajo, integrado él, le dice que lo está magnificando todo, lo que la hace dudar de sí misma.
Okuno, también autora del guion, trabaja su puesta en imágenes de una forma estéticamente muy alejada de la cámara en mano de su segmento para el film V/H/S 94, pero como en aquel, aprovechando el espacio de la mejor forma posible en cada momento. Se acentúa la sensación de desprotección de la protagonista con planos generales del amplio apartamento, desde dentro y desde fuera, a través de esas ventanas que cuentan historias a todo aquel con la suficiente paciencia o tiempo libre como para estar leyéndolas en cualquier momento del día o de la noche, y que también contemplamos desde ambos lados. De la misma forma, alterna este tipo de planos con otros más cortos cuando se trata de crear un clima de opresión. Un estupendo ejemplo es cuando ella entra en la estación de metro vacía con un inserto de sus pies, calzando zapatos de tacón, acercándose al extremo del andén, que alternará con planos medios de su rostro con el fondo desenfocado y de ella de espaldas, y planos generales que muestran su vulnerabilidad. En cualquier caso, este tipo de vistas, así como aquellas desde el exterior de la ventana del apartamento tienen como único objeto mostrar la potencial indefensión de Julia, pero no se identifican con las equivalentes que en el giallo representan efectivamente la visión del asesino. Aquí la película se centra en todo momento en el punto de vista de su protagonista y la acompañamos en su periplo por la capital rumana, a ella y a una gran duda que convendría resolver: ¿está todo en su cabeza o el vecino la quiere matar? ¿debe hacer caso a su instinto o a su novio ausente, que parece tenerlo todo tan claro? Preguntas probablemente retóricas desde un punto de vista externo, pero que no dejan de ser significativas de unos tiempos en que la teoría dice que las cosas están cambiando, pero la práctica dice que quizá no tanto, y que en algunos aspectos quizá a peor. Es evidente que la película tiene un marcado componente de denuncia al heteropatriarcado y sus feas tradiciones que puede alejar a aquellos feministas que lo son, sí, pero recelan de lo woke o a aquellos que «ayudan en casa» sin ser machistas ni feministas. Todos pueden estar tranquilos. La película es, por encima de todo, un ejercicio de suspense resuelto con estilo y unas formas que hacen que su importante fondo pase a un segundo plano. Pero a pesar de ello, como en gran parte del buen cine de terror, no está mal identificarse de vez en cuando, aunque solo sea durante hora y media, con la víctima.
[1] No confundir con El extraño (The Stranger, Thomas M. Wright, 2022), El extraño (L’equipier, Philippe Lioret, 2004), los extraños algo más antiguos de Orson Welles o Satyajit Ray o con la serie, también reciente, Vigilante (The Watcher, 2021) de Ryan Murphy.