La cocina en Ghibli, de Thibaud Villanova

La cocina en GhibliA los amantes de la animación japonesa en general y de las producciones de Studio Ghibli en particular seguramente no se les escapó en su momento la aparición en librerías de Las recetas de las películas de Studio Ghibli (Minh Tri Vo, Col&Col Ediciones, 2021). Así que lo primero que conviene mencionar es que no hay que confundir La cocina en Ghibli (Thibaud Villanova, Hachette Heroes, 2023) con aquel, aparentemente destinado a un público más infantil y juvenil o, al menos, a uno que priorice el interés en las películas mencionadas sobre el tema de la cocina, teniendo en cuenta que no resultaba tan exigente en cuanto a la labor a realizar tras los fogones. Lo segundo es que puede parecer extraña la coincidencia en tan corto espacio de tiempo de ambos lanzamientos, pero leyendo la introducción de Villanova (autor de otros títulos en la misma línea como GastronogeekStars Wars a la cartaEl códice culinario de Assasin’s Creed, Recetas de película o La cocina en Zelda), que ha estado durante más de diez años trabajando en las recetas y preparando el libro, uno se da cuenta de que este no ha sido un proyecto oportunista a la luz del anterior, sino que era algo que llevaba gestándose desde mucho tiempo atrás. Quién espere encontrarse con un catálogo con fotogramas de las películas y descripciones de los platos o las escenas en las que aparecen quizá pueda sentirse decepcionado. Pero si se han visto los films y se siente rugir el estómago cada vez que los protagonistas se dedican a llenar el suyo y en realidad se ha acercado al pequeño tomo no solo como aficionado a los animes sino también como interesado en la cocina y la cultura gastronómica japonesa, La cocina en Ghibli puede ser un acierto total.

La cocina en Ghibli

Las fotografías de los platos (recreaciones de Villanova de aquellos que desfilan por los títulos del estudio) que constituyen el acompañamiento gráfico del libro son la mejor muestra de que las recetas son reales y ejecutables. Contemplándolas salivaremos tanto o más que cuando vemos cómo los devoran en la pantalla. La selección está dividida en tres bloques: el primero centrado en las películas históricas (El viento se levanta, Mi vecino Totoro, Porco Rosso, La colina de las amapolas, Pompoko, Recuerdos del ayer) y el segundo en títulos contemporáneos (Mis vecinos los Yamada, Susurros del corazón, Earwig y la bruja, El recuerdo de Marnie) mientras que en el último y más voluminoso de los tres se abordan los platos de aquellos films desarrollados, al menos en parte, en mundos imaginarios, como pueden ser El viaje de Chihiro, Cuentos de Terramar, Haru en el reino de los gatos, Nicky, la aprendiz de bruja y muchos otros. Aunque cuando se habla de Ghibli es inevitable no centrarse en el cine de Hayao Miyazaki, cofundador del estudio junto a Isao Takahata, y creador que cuenta con más títulos dentro de la filmografía del estudio, conviene no obviar otras obras, que aunque no hayan alcanzado la popularidad de los títulos de este tienen bastante que decir en el mundo de la animación tradicional, y en ese sentido la selección es considerada y equilibrada: tendremos, por supuesto, los onigiris que Haku le entrega a Chihiro, ese desayuno de huevos con bacon que prepara Howl con la inestimable ayuda de Calcifer o los sándwiches que Ponyo le birla a Sosuke, pero también las hamburguesas que se zampaban los tanukis en Pompoko, esa obra maestra donde los tiernos mapaches extendían su bolsa escrotal a modo de manta gigante, o la tostada cremosa que le prepara su padre a Arrietty. Estas, por supuesto, son de las más sencillas (también las que más se asemejan a la cocina occidental), pero también las hay de dificultad media. No hay ninguna receta que aparezca tildada de difícil, quizá por no asustar a los potenciales cocineros, pero desde luego la cocina japonesa no es trivial, aunque sí asumible si se cuenta con algo de disciplina, paciencia y también buena materia prima.

La cocina en Ghibli

Además al final hay una sección bastante amplia con trucos para algunas de las elaboraciones a emplear en las recetas y variadas explicaciones sobre los ingredientes más genuinamente nipones. Al margen de esto, una de las cosas más llamativas del libro es la contextualización de cada receta dentro del universo Ghibli, consistente en una concisa y también personal introducción a cada una de ellas a través de un pequeño párrafo en el que el autor, transformado en un ente demiúrgico a caballo entre narrador de la película y chef, nos habla de tú a tú, como si estuviésemos inmersos en la escena y fuésemos el protagonista, ese que se va a comer el plato, algo no tan alejado de la realidad al fin y al cabo.