Este año, el idílico paisaje irlandés triunfa en los Óscars con Almas en pena de Inisherin (The Banshees of Inisherin, Martin McDonagh, 2022), pero también lo hace con el primer largometraje de Colm Beiréad, The Quiet Girl (An cailín ciúin), que se ha hecho un hueco dentro de las nominadas a la categoría de mejor película extranjera. Y es que el director irlandés consigue hacer enorme una película bien pequeña. La adaptación cinematográfica de la novela de Claire Keegan, Las Tres Luces, utiliza el gaélico para hacer un fiel retrato de la Irlanda rural de finales de los años ochenta, a través de la inocente mirada de una niña de nueve años, Cáit (Catherine Clinch).
Caít es la hermana mediana de una familia numerosa. Su padre (Michael Patric) es un alcohólico y un despreocupado, y su madre (Kate Nic Chonaonaigh) está embarazada, de nuevo. Los padres de la pequeña deciden, sin ningún tipo de remordimiento, enviarla a casa de sus tíos a pasar el verano, ya que ellos no tienen recursos suficientes para dar de comer a todos sus hijos. Además, no parece que Cáit se lleve muy bien con sus hermanas, tampoco se acaba de adaptar en la escuela. Vive atemorizada por todo lo que le rodea, nadie se preocupa ni se ha preocupado nunca por ella, habla poco y su padre hasta se olvida de darle la maleta cuando la deja finalmente en casa de sus tíos. Una vez allí, encontrará algo que no sabía que buscaba.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y es que el cine es eso, pero la vida también. Pues ni a la pequeña Cáit ni a Beiréad les hace falta nada más para tocar la fibra del espectador. Prestando atención a cada detalle de la puesta en escena, con la preciosa fotografía de Kate McCullough, un guion sutil y sin fisuras y una interpretación brillante, The Quiet Girl nos muestra la parte más frágil de la infancia. Nos habla sobre soledad, la importancia de los pequeños detalles y del afecto, a la vez que retrata la sociedad irlandesa de la época, la pobreza y la vida rural.
Aunque es una película demoledora, el director consigue transmitir también esa magia de la cuando somos niños, construyendo un mundo perfecto, a ratos, para nuestra protagonista, en el que el dolor y la felicidad se reconcilian. A pesar de la dureza de los temas que trata, el realizador se aleja del sentimentalismo barato y juega de manera sublime con los aspectos formales para captar, con una sensibilidad excepcional, el cruel mundo que rodea a Cáit.
The Quiet Girl es poesía: lo cotidiano, los espacios, los silencios, los gestos, las acciones, son los protagonistas de esta bonita, y triste, historia minimalista. Como la propia protagonista, no dice mucho, pero sí lo suficiente. Los tímidos ojos de la protagonista, hablan por sí solos, y nos mantienen con el corazón encogido hasta el final.