Air, de Ben Affleck

AirEstados Unidos siempre ha necesitado héroes improbables. Existe una mitomanía intrínseca en el ADN norteamericano que adora aquellos personajes que logran sus objetivos contra todo pronóstico y a pesar de tenerlo todo en contra. El deporte siempre es un buen contexto para que surjan leyendas como Rocky Balboa, aquel don nadie que logra plantarle cara al campeón del mundo. Fuera de la ficción, el estatus de leyenda de ciertos deportistas puede rivalizar a nivel iconográfico con Indiana Jones o Superman. Existe un Olimpo de figuras deportivas más grandes que la propia vida que representan tanto como cualquier personaje el sueño americano. Entre ellos: Muhammad Ali, Babe Ruth y, por supuesto, Michael Jordan. Ben Affleck trata de reflejar, en su última película, Air, hasta qué punto es influyente la figura de Michael Jordan en Estados Unidos, y lo plantea desde un punto de vista único, sin mostrar al 23 de los Chicago Bulls.

Air trata la historia de cómo se produjo el acuerdo de patrocinio millonario entre Nike y Michael Jordan en 1984, que dio lugar a la línea de zapatillas Air Jordan y que cambió para siempre el branding deportivo. Sonny Vaccaro, interpretado por Matt Damon, es la imagen de la marca de Portland que convenció a los padres del, en aquellos momentos debutante, ídolo de la NBA. Ben Affleck (quien además de dirigir interpreta al CEO de Nike) deja claro desde la primera secuencia que la trama de la película es una parte de la historia de la cultura pop norteamericana. La música rock y el ensañamiento con planos detalle de juguetes, golosinas y revistas de la época evocan al espectador a una época que resulta muy reconocible. Antes de que aparezca ningún balón de baloncesto o ninguna zapatilla deportiva, Affleck ya nos ha colado un montaje donde reconocemos a Reagan, a Eddie Murphy encarnando a Axel Foley o las Olimpiadas de Los Ángeles a ritmo de Money for Nothing de los Dire Straits para ubicarnos indudablemente en 1984.

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La dirección de Affleck es profundamente clásica. El ejercicio de cámara invisible del director está a la altura del cine de Clint Eastwood (probablemente el último gran director clásico) con quien, de hecho ya se comparó a Affleck en el estreno de su filme debut, Adiós pequeña, adiós (2007) por sus parecidos con la trepidante Mystic River (2003). Affleck no busca alardes de puesta en escena para dejar todo el peso a un guion férreo escrito por el anónimo Alex Convery (desconocido hasta el estreno de esta película). El ritmo de los diálogos es frenético y recuerda a los intercambios dialécticos de Aaron Sorkin. Los actores entienden a la perfección lo que se exige de ellos y están rapidísimos basculando entre la comedia y el drama épico de despachos. El mayor triunfo del texto de Convery es su capacidad magnética; la película, gracias a su ritmo y a su tono, consigue despertar el interés por la trama incluso a aquellos espectadores que no sientan afinidad por el mundo del deporte, y mantiene a la audiencia al borde su butaca a pesar de conocer el resultado final. Todo el reparto está a la altura de la propuesta y además de los reunidos amigos Damon y Affleck, destacan Jason Bateman, Chris Tucker y, sobretodo, Viola Davis encarnando a la madre de Michael Jordan.

Lo más interesante de la propuesta de Air es entender cómo Nike lo apostó todo por un Michael Jordan recién llegado a la liga profesional y cómo Estados Unidos lo percibió como un ídolo desde antes de que ganara su primer anillo. Affleck decide plasmar esta influencia mostrando el impacto del jugador sin mostrarlo a él, es decir, Michael Jordan prácticamente no aparece en pantalla ni en líneas de diálogo a pesar de ser el protagonista espiritual de la cinta. Esta iniciativa de la película funciona de forma excelente para elevar el estatus de Dios del deporte que tiene su figura en Estados Unidos. Se habla de él y se trata con su entorno, pero ningún directivo es digno de dialogar con el que se convirtiera en el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos.

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Air es, pues, una película de corte clásico que funciona bien si se busca un pasatiempo entretenido y despreocupado y se ignora la vocación publicitaria que tiene. Por supuesto se siente como un anuncio de Nike, pero su énfasis en los valores americanos de la marca no le resta disfrute a la propuesta. Además se añade valor al filme cuando atendemos a que es una de esas películas deportivas en las que no hay escenas de deporte, y que, por lo tanto, nos habla de muchas cosas además de aquello que pasa en la cancha. Recuerda a la premiada Moneyball (Bennett Miller, 2011) por su ritmo y su análisis de las revoluciones del mundo del deporte ejecutadas por figuras ajenas a los atletas en sí. Figuras olvidadas y, de nuevo, ideales para que las recupere un Hollywood que adora rescatar héroes improbables como Sonny Vaccaro, la estrella de esta superproducción, que, al fin y al cabo, tan solo fue un hombre que hacía su trabajo y tuvo la osadía de hacerlo bien.

El inocente, de Louis Garrel