Festival DA2023. Un impulso Colectivo

Godard en Hispania

Como el Cid Campeador, o como los espermatozoides de Aless Lequio Obregón, el espíritu del difunto Jean-Luc Godard sigue vivo y coleando en buena parte del cine de autor español contemporáneo. O, al menos, eso es lo que se desprende de la sección Un impulso colectivo del Festival D’Autor. A vueltas con el irreductible galo (bueno, franco-galo), mapa actualizado de Godard en Hispania.

Gallaecia

Desde la esquina más occidental llegó Pablo García Canga con una película titulada Las tierras del cielo, que bien podría haberse titulado Bienvenue au langage, por eso de llevarle la contraria al señor del puro. Es una apología del arte de contar historias y de la dificultad del hacerlo en el cine contemporáneo. A través de las muchas palabras de sus personajes se nos cuenta una película (nunca mejor dicho), que el director no habría podido filmar por problemas de presupuesto. Como ya le hemos dicho Adieu au langage, y no estamos acostumbrados al verbo, a ratos es fácil perderse en la trama. Poco importa, pues lo que mueve a sus personajes es la emoción de comunicar con pasión el efecto que nos ha producido una ficción, un recuerdo, una sensación. Muy buena fotografía de interiores (en blanco y negro, por supuesto) y excelente sonido. En una circunstancia bastante habitual y singular de este festival, García Canga haría doblete, pues también tenía el corto Por la pista vacía, protagonizado por Bruna Cusí, a competición.

La quietud en la tormenta

La quietud en la tormenta, de Alberto Gastesi

Tierras caristias, autrigonas, várdulas, vasconas y demás

Godard incluso ha conseguido lo que no consiguió ni el mismísimo Julio César y sus centuriones: dejar una huella profunda de su paso por el cine del País Vasco. Al menos, eso es lo que se deduce de La quietud en la tormenta, de Alberto Gastesi, una historia sobre el multiverso autoral y los caminos que dejamos de recorrer por nuestras decisiones. De nuevo el blanco y negro y, de nuevo, el diálogo como pilar fundamental de la historia, aunque aquí el protagonismo recae en dos parejas: la que vive en San Sebastián y la que pretende regresar al lugar de su adolescencia. Sus personajes peroran sobre las leyes de la física cuántica, así que tienen una excusa para que todo sea posible en su Donosti. Todo es, por ejemplo, que una ballena embarazada aparezca varada en la playa de la Concha (un CGI de lo más simpático). Pero todo es también que su mundo lo representen dos parejas encantadoras y guapérrimas, de clase media alta, que habitan una ciudad en la que la asfixiante invasión gentrificadora de Donosti ni está ni se la espera. Encajan como un guante en la definición que del cine de Godard hiciera Pauline Kael: “Sus personajes están tan vivos y son tan atractivos porque no conciben el día de mañana […] son fantasías de los papeles que pueden interpretar […] vidas como las de las películas”. Como en el primer y más influyente Godard, lo único que les importa es el amor.

Dos dies i l'eternitat

Dos dies i l’eternitat, de Marc Esquirol

Barcino

Nos movemos al lado oriental para saludar a dos Dos dies i l’eternitat, filme que en forma y espíritu es la que más claramente y con menos prejuicios se dedica a fusilar el legado godardiano. Lo hace de una manera transparente y consciente, así que debe entenderse esta frase como un halago. La película está rodada por el joven Marc Esquirol, de 23 años. Es un Al final de la escapada centennial. Marc se traslada a Biarritz para ver a Laia. Lo hace en Blablacar, que la generación actual no está para robar coches como el Michel Poiccard / Jean Paul Belmondo de hace años… si acaso, para tomarlos prestados de los papis en un viaje de autodescubrimiento en el que es la chica quien lleva la voz cantante. La química entre ambos es innegable, aunque también parece que Sara Espías, la actriz que interpreta a Laia, tendría química hasta con la piedra con ojos de Todo a la vez en todas partes. Lo borda como Manic Pixie Dream Girl, concepto que a Godard probablemente no le causaría muchos sarpullidos. En su forma de rodar la intimidad hay una actualización del universo del suizo, y algunas de sus escenas son directamente fusiladas, como la carrera por el museo de Bande à part. Se le agradece a Esquirol la honradez y la frescura de la propuesta. Da para reflexionar y debatir, eso sí, qué interés y qué atractivo encuentran los veinteañeros actuales en revisitar la propuesta godardiana 60 años después. Va una hipótesis a lo loco: igual ni el cine ni los jóvenes han cambiado tanto.