Insidious: La puerta roja (2023) reúne de nuevo a la familia Lambert tras lo acontecido en Insidious: Capítulo 2 (James Wan, 2013), una película que fue ligeramente tapada por la propia influencia de su director, que el mismo año consagró su autoría con la primera parte de Expediente Warren. Diez años después, las dos franquicias ya comparten un peso significativo sobre la representación del terror contemporáneo. Además, en ambas interviene el actor Patrick Wilson, que en esta ocasión retoma su personaje y adopta la dirección de un proyecto más formulario y efectivo.
La quinta entrega de la saga más emblemática de Blumhouse propone un lenguaje al servicio de la elaboración del jump-scare y una narración concisa que clarifica las reglas de su universo. Esta última decisión rivaliza con ciertas incógnitas que la primera película de James Wan mostraba con mayor ingenio (especialmente en su primera mitad), donde el terror enmascaraba la amenaza de lo desconocido por medio de la disposición espacial y la utilización del atrezzo. Allí, ideas como la radio que conectaba con la habitación del bebé o el teléfono de vasos se convirtieron en su principal atractivo. Sin embargo, aquella resultona inventiva también estaba condicionada por su propia resolución, que era mayormente anecdótica.
En esta ocasión, la película renueva su mitología y traza una conexión que une la inspiración artística y el mundo fantasmal, atribuyendo un valor catalizador al cuadro que obsesiona al joven Dalton (Ty Simpkins), que está empezando a estudiar pintura en la universidad. Esta visión superlativa ligada al sacrificio autodestructivo por la máxima expresión del arte recuerda al delirio vampírico de Bliss (Joe Begos, 2019) o la observación enfermiza de El modelo Pickman, recientemente adaptado en El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro (2022).
Otro de los frentes abiertos recae sobre Josh (Wilson), que tras fallecer su madre y separarse de su familia busca encontrar una respuesta a su pasado. Siguiendo una serie de pistas y sospechas, el solitario desarrollo de su personaje se da de bruces contra una historia que ya ha sido contada. En ese sentido, el espectador frente a la película adquiere la misma reticencia que padecen padre e hijo, al extender un misterio resuelto.