Sangre, espectáculo y TRESemmé. Una combinación que, si bien no es la primera que viene a la mente cuando se piensa en asesinatos, es una que suena extrañamente refrescante en un género tan maleado como el de los “whodunits”. Thomas Hardiman debuta en la dirección con un proyecto cargado de ambición y desparpajo buscando precisamente eso: darle un giro al género filmando un caso de asesinato durante un concurso regional de peluquería rodado en plano secuencia.
Más allá de su complejidad, el plano secuencia a lo largo de la historia del cine se ha reivindicado como una herramienta tremendamente potente ya que obliga al espectador a vivir en el momento de la película, creando una suerte espejismo de realidad a través del cual potenciar el calado del más nimio acontecimiento. Películas recientes como 1917 lo utilizaron para hacernos compañeros de viaje de dos soldados británicos y compartir sus altibajos, o en el caso de Birdman para acentuar la sensación de frenesí y compartir el estado mental de su protagonista. Pero Medusa Deluxe pretende utilizarlo de un modo diferente: como herramienta de chismorreo.
Un asesinato ya es motivo de cotilleo de por sí solo, pero si eso se ubica en una industria llena de celos y de competitividad, se crea un caldo de cultivo perfecto desde el que poder detonar toda una serie de conflictos que llevan ya tiempo gestándose entre laca y pasarelas. Gracias a esta mezcolanza, durante sus primeros compases, la cámara puede permitirse el lujo de presentar y acompañar a sus personajes a través de laberínticos pasillos y pasear por la trastienda de la competición, construyendo de este modo poco a poco una imagen global del elenco y sus rencillas particulares para poder empezar, desde nuestra pequeña y perversa mente, a especular sobre la identidad de la persona responsable del asesinato. Pero —y por desgracia hay peros— esta herramienta que a priori se antoja llena de posibilidades, ve su potencial mermado por culpa
de una historia que no termina de saber del todo qué quiere contar, perdiendo con el paso del metraje cierta sensación de cohesión y empaque.
Uno de los elementos más característicos y definitorios del “whodunit” es que, tras la muerte en sí, hay una necesidad por conocer lo que ha ocurrido y por qué. Normalmente esta necesidad viene ya justificada por el mero hecho de que sus protagonistas suelen ser policías inmersos en plena investigación del caso, pero también puede crearse esa urgencia desde el punto de vista emocional (alguien cercano a la víctima) o porque su resolución o no resolución tenga alguna implicación y efecto sobre la vida de los demás. El problema principal que acusa Medusa Deluxe es que hay una completa ausencia de urgencia con la resolución del caso. Más allá de estar en clave de comedia y que no haya una presencia policial fuerte en la película (lo cual no tiene que ser un problema per se) el metraje parece más preocupado en mostrar problemáticas paralelas e incluso tangenciales al asesinato. Si bien es cierto que esto podría crear cierta dimensión en sus personajes y, por ende, generar más implicación, en muchas ocasiones estos momentos se sienten anecdóticos y carentes de la fuerza o continuidad necesarias para que sean relevantes, diluyendo lentamente el conflicto central en una deslavazada amalgama de estímulos.
Por desgracia, esta falta de aprovechamiento del género también hace que gran parte de ese trabajo de puesta en escena con el plano secuencia se sienta… vacío. Personajes yendo de punto A a punto B para entablar toda una serie de conversaciones que resultan (en el mejor de los casos) tan solo circunstancialmente relevantes para el asesinato, carentes del glamur propio de una competición que se siente desaprovechada y con una sorprendente ausencia de locura que
la película pedía a gritos por sus personajes y premisa.
Es posible que haya cierta dureza en esta crítica, pero la hay porque en Medusa Deluxe habían elementos de sobra para haber creado una película diferente de género. Una llena de desparpajo, frenesí y peinados imposibles que, por no haber sabido poner el foco en lo que aquello que precisamente era su punto de venta (el asesinato) no consigue que el resto de sus elementos bailen alrededor de manera armoniosa y paseen su peinado con orgullo por la pasarela del atrevimiento.