¡Corre, Tom, corre!
El incombustible actor norteamericano Tom Cruise vuelve a encarnar a uno de sus personajes más emblemáticos, el agente Ethan Hunt, protagonista de la saga Misión Imposible basada en la serie homónima de 1966. La saga de películas comenzó en 1996 a manos de Brian De Palma y continuó en el año 2000 con una secuela de lo más particular dirigida por John Woo, cuya estilización de la épica y la acción contrastaban con el enfoque al suspense e intrigas de la primera. Fue con Misión Imposible 3 (J.J. Abrams, 2006) cuando la saga adoptó un formato de serialidad más estable, tanto en lo formal como en lo argumental, que se ha ido repitiendo hasta esta séptima entrega, dotando así de una mayor continuidad a los personajes y su historia.
Del mismo modo que las dos anteriores (Misión Imposible: Nación Secreta y Misión Imposible: Fallout), esta primera parte de Misión Imposible: Sentencia Mortal está dirigida por Christopher McQuarrie, que se pone al mando del reparto habitual de la saga: Tom Cruise, Ving Rhames y Simon Pegg, además del retorno de otras caras conocidas como Rebecca Ferguson y Vanessa Kirby. Pero si hay que destacar a alguien es a Esai Morales en el papel de Gabriel, la nueva incorporación como antiguo archienemigo de Hunt, cuya frialdad y temperamento le dotan de una presencia imponente y escalofriante. La actuación de Morales está repleta de gestos ejecutados con gran precisión, movimientos casi robóticos siempre efectuados en el momento y lugar adecuados sin ningún atisbo de duda en su mirada. De algún modo, el actor impregna de una seguridad al personaje que da la sensación de que Gabriel también tuviera en su disposición el guion de la película. Y quizás no se trate del guion, pero Gabriel cuenta con un as en la manga que le permite adelantarse a todo lo que va a suceder, porque aquí es donde entra uno de los puntos fuertes de esta nueva entrega. Si bien Gabriel aporta una presencia física a la fuerza antagonista, en realidad trabaja al servicio de la verdadera amenaza de la película: La Entidad, una inteligencia artificial que ha adquirido conciencia propia.
No es la primera película en recurrir a una maquina como un peligro letal, pero en el momento del estreno las inteligencias artificiales son un tema candente que fascina al mismo tiempo que incomoda, despertando preocupaciones que hasta ahora parecían relegadas a la ficción. La capacidad de los algoritmos para generar imágenes, textos e incluso voces, hacen cada vez más patente la dificultad de distinguir entre personas y máquinas, entre lo real y lo falso. Estos elementos se explotan con eficacia para construir a La Entidad, una amenaza cuya incorporeidad no hace más que acentuar la angustia de su constante presencia a lo largo del metraje. Un buen ejemplo de esto es cuando finge ser Benji Dunn (Simon Pegg) para engañar a Ethan Hunt, guiándole por los callejones más claustrofóbicos de Venecia hasta una emboscada. Una escena que en la actualidad se siente más plausible que nunca y, en combinación con la oscura iluminación y el angosto espacio que aprisiona a Hunt, resulta de lo más escalofriante. Una de las asaltantes, Paris (Pom Klementieff), armada y maquillada para la ocasión, parece sacada de una peli de terror. La Entidad no aparece físicamente, ya lo hace Gabriel en su lugar con el conocimiento que esta le proporciona, pero interviene constantemente para manipular el devenir de los personajes basándose en predicciones y probabilidades. Incluso cuando sus acciones no parecen tener sentido, el avance del filme le da la razón y desvela que todo tiene una finalidad. La gran abundancia de estilizados planos aberrantes, que recuerdan en ocasiones al cine de Michael Bay, enfatizan la continua sensación de peligro ante un enemigo que parece saberlo todo.
Este enfrentamiento entre Ethan Hunt y La Entidad está envuelto de las frenéticas escenas de acción habituales de la saga. Desde la terminal de un aeropuerto a un tren que avanza a gran velocidad, múltiples personajes invaden estos espacios, cada uno con sus propias motivaciones y su forma de actuar, creando complejas coreografías a gran escala. Los planos generales, la profundidad de campo y los movimientos de la cámara consiguen dotar a estos espacios de una tridimensionalidad en los que situar a todos los participantes involucrados, mostrando con claridad como se esconden, persiguen o interactúan entre ellos. Mediante planos detalle que realzan pequeñas acciones, sutiles gestos y miradas, se enfatizan las intrigas y reacciones con las que se relacionan entre sí las diferentes partes, jugando con el uso del fuera de plano para sorprender con engaños y estrategias típicos del espionaje. Las escenas son duraderas y se construyen en base a un sinfín de sucesos de lo más alocados, distribuidos y sincronizados a la perfección como en las comedias slapstick de Charles Chaplin o Buster Keaton, que combinan la tensión y la espectacularidad con ligeras dosis de humor.
Si bien Misión Imposible: Sentencia Mortal no inventa nada nuevo, sí que consigue mantenerse como cine de acción de gran calidad y ofrecer momentos que destacan por encima de cualquier otra película del género. Ver a Ethan Hunt escalando un tren que cuelga por un precipicio, escena que recuerda directamente al videojuego Uncharted 2: El reino de los ladrones, nos permite imaginar como sería una adaptación del videojuego con Tom Cruise como Nathan Drake (sin desmerecer a Tom Holland). Y la persecución en el pequeño Fiat amarillo por Roma tiene parecidos con Jason Bourne y su huida en un Mini, pero Hunt deberá conducir y ejecutar todo tipo de piruetas con la mano esposada a la copiloto. Ahora, la misión de Ethan, si decide aceptarla, es volver en la segunda parte para seguir corriendo a toda velocidad como nadie más sabe. Esta crítica se autodestruirá en cinco segundos. Buena suerte, Ethan.