Adaptando la obra de la escritora e ilustradora belga Gabrielle Vincent, la película de animación El viaje de Ernest y Célestine (2022. Jean-Christophe Roger & Julien Chheng) es una demostración de corazón y garra, compaginando su vocación estética y crítica con la fuerza incisiva que distingue a la primera entrega, estrenada hace diez años.
Durante la década pasada, la producción animada franco-belga ha afianzado una gran cantidad de películas y cortometrajes espléndidos; a grandes rasgos, la renovada propuesta estudiantil que comparte Góbelins o la selección de proyectos de alrededor del mundo que reúne el Festival de Annecy comprenden una relevancia notoria en el momento presente. Su contribución al desarrollo creativo y lingüístico de la animación sigue propulsando otras maneras de contar historias, con especial hincapié en aquellas más cortas, donde merece la pena indagar.
Entre las películas más destacadas, Ernest & Célestine (2012) supuso un hito considerable, recibiendo una mención especial en la Quincena de Realizadores de Cannes y una nominación a los Oscars. En aquella primera aventura, la narración proponía dos mundos incompatibles: el de los ratones y el de los osos. Sin embargo, a través de la amistad que forjan los protagonistas, conseguían disipar sus diferencias en una secuencia abrumadora y brillante donde dos juicios simultáneos (uno encima del otro) se superponían en un dinámico montaje paralelo.
La poética de El viaje de Ernest y Célestine, su segunda parte, se establece en un marco estilístico determinado, donde el aprecio por el gesto cotidiano se apoya en la cuidada artesanía del diseño del espacio y sus personajes. Esta seña emparenta en trazo y emoción con El malvado zorro feroz (2017) de Benjamin Renner, una película que plantea el punto de partida de sus tres historias alrededor de una granja, centralizando un origen que delimita el peligro tras las cercas. En esta ocasión, Ernest y Célestine traspasan de nuevo esa frontera para llegar a Galimatia, la ciudad natal del primero. El propósito de su visita es arreglar el violín de Ernest, pero enseguida descubren que la ciudad está dominada por un régimen dictatorial que prohíbe tocar música y persigue a los artistas como delincuentes.
Siguiendo este planteamiento, la película muestra esa represión que ejerce el poder jurídico y policial, dando lugar a un ejercicio combativo frente a las fuerzas opresoras. Esta determinación rotundamente antifascista conecta con el reciente fenómeno que plagó Twitter con la imagen de Porco Rosso durante las pasadas elecciones generales. En ese sentido, estos ejemplos demuestran el calado social y comprometido de cierto cine de animación, que resuena con fuerza y demanda su
necesaria reivindicación.
Por otro lado, sus virtudes formales acompañan su postura; con un dinamismo prodigioso, la película encuentra sus grandes aciertos en las peripecias y persecuciones. Allí, El viaje de Ernest y Célestine resulta en una fascinante y divertida historia que responde en fondo y forma a unos principios necesarios, que impactan con la debida fuerza desde su inmensa creatividad.