Nolan con los pies en la tierra
Se ha comentado de muy diversa manera en los textos que constituyen el Dossier Nolan que precede a este comentario. El director nos demostró cómo magia y ciencia pueden fusionarse/alternarse/complementarse en El truco final (The Prestige, Christopher Nolan, 2006), algo que constituye, de hecho, la esencia de gran parte de su filmografía, jugando constantemente con la técnica para poner en pantalla imágenes fantásticas. Ha jugado con estructuras temporales mediante la edición, nos ha sumergido en los sueños más profundos y nos ha llevado de un extremo a otro del Universo. Ahora, sin embargo, Nolan pone los pies en esta Tierra, con un biopic histórico de alta carga política. La primera sensación que podemos tener tras un visionado de Oppenheimer es que este no es nuestro Nolan.
Aunque la cinta arranca con las reverberaciones flamígeras de una explosión y las alterna con las ondas producidas por la lluvia en un charco, la narración deja pronto de lado las abstracciones y sigue tres líneas temporales alternas que describen la evolución de Oppenheimer, su participación (y liderazgo) en el Proyecto Manhattan en Los Álamos que culminaría en la primera prueba atómica y los sucesivos (separados por un lapso temporal de casi una década) enfrentamientos en torno a su figura. Hay una excelente elaboración de guion y montaje para sintetizar en las tres horas de duración la evolución de un físico ambicioso que le lleva de sus simpatías por el partido comunista y su apoyo a la causa republicana española a la elaboración del arma de destrucción masiva por excelencia (que será mejorada por colaboradores más avanzados en la asunción de riesgos, como fuera Edward Teller), de su triunfo profesional a su humillación política, de la cumbre de la fama a la notoriedad y, de ésta, a la reivindicación. El montaje paralelo de los tres tempos confiere a la historia un interés y una tensión que no habría tenido un montaje lineal, en el que la explosión de prueba habría sido seguida de un conjunto de prolongadas secuencias de enfrentamientos verbales, habida cuenta de la opción tomada por Nolan de evitar poner en primer plano (salvo en una secuencia) el impacto de las bombas en Japón y sus desastrosas consecuencias, algo de lo que sólo parece ser moralmente consciente el propio Oppenheimer, aterrado por los efectos de su creación. De este modo, el autor de El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008), nos entrega su película más clásica, con un héroe popular enfrentado por la expresión de sus propios dilemas al mismo establishment que le ha utilizado y encumbrado (un núcleo político desprovisto de todo escrúpulo y que incluye a militares sádicos, políticos revanchistas y científicos envidiosos), alternando también la narración de lo que sería su vida pública con sus conflictos privados.
Los hater de Nolan seguirán criticándole por la construcción acelerada (cabe plantearse que dirían de un montaje con planos o secuencias más prolongadas, que podría doblar la duración de la película). Es, no obstante, este montaje lo que permite revitalizar una cinta necesariamente prolija en detalles y personajes y que arrastra en parte de la trama una sensación de cinta política de los 70 y 80 y con ecos, muy específicamente, no tanto de la inocencia del Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, Frank Capra, 1939) como de la amargura de JFK (Oliver Stone, 1991). A sus admiradores, nos desconcierta este giro hollywoodiano hacia una narración deudora de cine de otras épocas, y que no deja de lado, como en las grandes épicas cinematográficas, un rotundo elenco, desde un creíble Cillian Murphy dando vida al torturado Oppenheimer, a sus dos parejas (una impresionante Emily Blunt, con variedad de registros, una turbadora en su ambigua fragilidad Florence Pugh), el manipulador Robert Downey Jr. o el acertado conjunto de secundarios (Clarke, Safdie, Damon, Affleck, Oldman…).
Es al final de la cinta dónde, retomando una escena iniciada un par de horas antes, Nolan expresa el motivo de este Oppenheimer, bajando a la Tierra, si, y bajando en este preciso momento de la historia, para hacernos pensar, como hicieran Einstein y el protagonista del relato, en lo esforzadamente que hemos trabajado para acercarnos al Apocalipsis.