El truco final (The Prestige, 2006)

El compromiso, el cambio y el prestigio en el cine de Nolan

El truco finalProducida entre Batman Begins (2005) y El Caballero oscuro (The Dark Knight Returns, 2008), El truco final (The Prestige, 2006), es vista por muchos como un entretenimiento, una obra menor o un cuento autocomplaciente desarrollado por su autor entre capítulos de su gran trilogía. Nada más lejos de la realidad, puesto que esta historia de dos magos enfrentados contiene la esencia del cine de Christopher Nolan y las claves de su filmografía.

Aparentemente, el autor de Batman Begins se deleita reelaborando un peculiar thriller que enfrenta a dos magos perfeccionistas a principios del siglo XX y en la que el aparente error de uno de ellos desencadena una escalada de venganzas y desafíos mutuos dónde la habilidad se empareja con los avances científicos. The Prestige se desarrolla con tensión y agilidad, contando con un argumento enriquecido con giros ingeniosos y un dueto interpretativo entre Hugh Jackman y Christian Bale a los que secunda, eficaz e implacable, Michael Caine (a los que cabría añadir la impagable y enigmática presencia de David Bowie como Nikola Tesla). Una obra que recomiendo ver, revisar y disfrutar una y otra vez pero sobre la que no me alargaré específicamente.

El truco final

El interés de El truco final en un contexto de revisión de la obra de su autor radica, como comentaba antes, en su identidad como suma de la obra del autor de Oppenheimer (íd., 2023). En ella, como en la mayor parte de su filmografía, hay una búsqueda de la identidad propia con la contraposición de un adversario. Es el caso, por supuesto, de Following (íd., 1998) y de Memento (íd., 2000), de la que la primera sería un palimpsesto. Es el caso de Batman, enfrentado a su identidad real de Bruce Wayne por una parte, pero también a dos enemigos que funcionan como realidades paralelas de su identidad, Joker y Bane. Es el caso del “héroe” de Tenet (íd., 2020) enfrentado, tal vez, a su propia organización.

Es, por otro lado, el enfrentamiento entre arte y ciencia, entre pasión y razón, que encarnan Borden (Bale) y Angier (Jackman) en El truco final. Pero que podría trasladarse al de Cooper y Brand, a un distinto nivel, en distintos momentos en que invierten sus roles en Interstellar.

Y, finalmente, tenemos la marca, la limitación del tiempo. Un tiempo máximo para evitar una catástrofe en los distintos Batman. Pero un tiempo más elaboradamente presentado en pantalla, protagonista de la propia narración en otras obras. Un limitado lapso de tiempo que puede recordar el protagonista de Memento, un tiempo límite para la salvación, duplicado en la Tierra y en los confines del Universo en Interstellar, triplicado (y omnipresente en ese tic-tac en la banda sonora) en las narraciones superpuestas de Dunkerque (Dunkirk, 2017), invertido en la compleja narración de Tenet. Una vida repetida, fraccionada o multiplicada para los personajes de El truco final.

El truco final

Pero más allá de tales constantes, es la propia construcción de su obra que viene explicada en el argumento mismo de El truco final. Nolan elabora ficciones laberínticas, llenas de placer narrativo, que exigen atención del espectador. A diferencia de la estructura clásica de planteamiento, nudo y desenlace, las tres fases de la narración en Nolan corresponden a las partes de un acto de magia. El compromiso (the pledge), dónde el mago, aquí el director, se compromete a aceptar el reto y satisfacer la curiosidad y las ansias de magia del respetable. El cambio (the turn), dónde se efectúa el ejercicio, se desarrolla el número, con la esperada brillantez, engañando al público tal y como éste esperaba ser engañado. Y el prestigio (the prestige), el colofón, el salto sin red, la piece de resistance, dónde el mago, el director, deslumbra con un más difícil todavía que el espectador no se esperaba o no puede explicarse. En la primera, the pledge, nos permite ver algo corriente, una película de superhéroes o un thriller, por ejemplo, dónde una parte no cuadra. Parece normal, intuimos que no lo es, pero no sabemos el porqué. Batman Begins altera la infancia, el origen de Bruce Wayne, situando el origen de Batman en una banda de malhechores. Que Cobb, en Origen (Inception, 2010), pueda introducirse en sueños y alterarlos es absolutamente sorprendente, pero queremos creer en ello y aun queremos ver más. The turn vendría a ser el punto de giro dónde, aparentemente, se resuelve la situación, de modo espectacular, dando aquello que el espectador esperaba En Batman Begins se corresponde con el rescate de la chica y el asalto a Arkham. En Origen, Cobb introduce a su equipo en varios sueños concéntricos. En Interstellar los viajeros espaciales superan sendas encerronas en distintos planetas… Brillantes propuestas todas ellas, aunque para eso pagamos la entrada… Y por ello, Nolan prepara una traca final. No se trata de la aparatosidad de las tres pistas de circo de Spielberg y Lucas o de los sucesivos enfrentamientos de los superhéroes de Marvel. Si en la fase previa el giro invertía parte de la trama, ahora nos plantea el más difícil todavía. Se trata de deslumbrar al espectador y hacerle creer en la magia del cine, alambicando el guion y la narración. Ras’l Gul reaparece ante Batman para llevar a cabo una terrible amenaza. Cobb decide bajar un nivel más dentro del sueño y enfrentarse a sí mismo. Cooper y Brand se separan tratando de asegurar, por vías distintas, el futuro de la humanidad, ella en un mundo vacío, él lanzándose de cabeza a un agujero negro. El truco final, el prestigio, revela en cada una de las citadas películas una realidad o un conflicto más complejo, más apocalíptico si cabe, facilitado por el director para deleite de los espectadores que quieren, exigen, ser sorprendidos.

Es esta marca de fábrica, este regreso a los orígenes del espectáculo, a su magia, que determina la autoría de un director que se quiere comercial pero que no renuncia a construir una obra sólida y coherente.