Flora y su hijo Max, de John Carney

Flora y su hijo Max¿Qué es una canción? Puede ser una memoria, un mensaje o una expresión del alma. Una canción puede ser una declaración de amor, un arma, un pasatiempo… De todas las cosas que puede ser, para el director irlandés John Carney, una canción es esencialmente un vínculo. Un vínculo que puede unir a dos amantes, a colaboradores creativos, a amigos o, como en el caso de su nueva película, a una madre y un hijo.

La protagonista de Flora y su hijo Max es Flora (Eve Hewson), la madre divorciada de un problemático adolescente que vive en un barrio obrero de Dublín. Los problemas de Flora para encauzar su vida y conectar con su hijo la llevan a contratar unas clases de guitarra on-line con un profesor estadounidense (Joseph Gordon-Levitt). Cómo es habitual en la filmografía de Carney, la música es el elemento catalizador de la trama y el único lenguaje capaz de acercar los mundos de personajes muy distanciados, en este caso por partida doble. Para empezar, está la relación de Flora con Max, su hijo, que se va a ver reforzada a través del interés común que tienen por la música y, por otro lado, está el romance a más de 8.000 kilómetros que se establece entre la protagonista y Jeff, su profesor, cuando éste empieza a ver en Flora algo más que una madre soltera o un ligue de una noche.

Flora y su hijo Max

Uno de los puntos fuertes en la carrera de John Carney es la integración de la música popular en sus tramas y la forma que tiene de plasmar un concepto tan esotérico como la inspiración. Pocas veces se ha plasmado la catarsis que supone la creación de un tema musical como en los filmes del director irlandés. En Begin Again (2013) teníamos los instrumentos sin músicos acompañando a Keira Knightley en la cabeza del personaje de Mark Ruffalo y en Sing Street (2016) veíamos la influencia de cada disco que el hermano del protagonista le enseñaba en cada nuevo tema de la banda inspirada en los Commitments de Alan Parker.  En el caso de Flora y su hijo Max, las mejores escenas también son aquellas en las que la improbable conexión entre dos personajes deriva inevitablemente en una pieza musical que, quizá, siempre estuvo ahí, pero necesitaba de esa unión para manifestarse.

La película es menos brillante a nivel técnico que otras cintas del director, pero destila la misma verdad en su historia que cualquiera de ellas. Es cierto que la trama del profesor a distancia hubiera funcionado mejor como un episodio de la serie Modern Love (2019-2021) (aquella antología de Carney basada en historias de amor de la columna homónima del New York Times), pero la trama de Flora con su hijo es el alma de la película y justifica su duración, aunque a veces el metraje está algo descompensado y veinte minutos más de cinta podrían desenganchar a algún espectador. Las interpretaciones son sólidas sin ser brillantes. Joseph Gordon-Levitt es la única cara reconocible para el gran público y el hecho de estar todo el rato encuadrado en la pantalla de un portátil resta magnetismo a su actuación, pero Eve Hewson es un descubrimiento en su papel de mujer dura y distante a la que se le atisba un corazón en cada acción. Es curioso como los de Flora y su hijo Max son los personajes más complejos, a nivel moral, de la filmografía de Carney. En cualquiera de sus otros filmes, por mucho que la situación económica y social de Irlanda aplastara a los personajes, era evidente la bondad y la rigidez moral de los mismos. En cambio, en su última cinta, los protagonistas son ladrones de poca monta, que no saben hablar sin insultarse y aún así es evidente que el director está siempre de su parte.

Flora y su hijo Max

En definitiva, puede que Flora y su hijo Max no sea el filme más memorable de la carrera de John Carney y puede que no tenga las mejores canciones. Es posible que pase por la temporada cinéfila como pasó por el festival de Sundance, como una cinta indie con mucho corazón, pero sin un brillo único, pero hay canciones que simplemente nos ponen de buen humor y de las que nos olvidamos cuando pasan a publicidad en la radio y ojalá se hagan más canciones y más películas como las de John Carney, porque es inevitable esbozar una sonrisa cuando arrancan los títulos de crédito.

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