Perritos calientes
Estamos de acuerdo en que hacer una traducción literal del título de esta película al castellano podría generar cierta confusión con la mítica obra de José Antonio de la Loma, aquella Perros callejeros que dio el navajazo de salida al cine quinqui, uno de nuestros géneros patrios exclusivos. Y aunque en España, y en concreto en la comedia, tenemos cierta tradición titulando de forma «imaginativa» (Flipados sobre ruedas, Dos colgaos muy fumaos o Terminagolf son solo algunos ejemplos ilustrativos), seguramente también coincidiremos en que otros países como Argentina (Hijos de perra), Francia (Backstreet Dogs) o algunos países nórdicos (Doggy Style) nos han pasado por la derecha en esta ocasión, y tenemos que conformarnos con este tímido Vida perra que podría llegar a hacernos pensar en una comedia familiar con animales que hablan; pienso en Marmaduke (Tom Dey, 2010), Tu mejor amigo (A Dog’s Purpose, Lasse Hallström, 2017) (aquí hay guiño incluido con la presencia de Dennis Quaid), o Mira quien habla (Look Who’s Talking, Amy Heckerling, 1989) (sí, en esta era un bebé, pero no deja de ser un animal). Sin embargo, afortunadamente y como era de esperar si nos fijamos en que el director es Josh Greenbaum, cuya anterior Barb y Star van a vista del Mar, en un mundo perfecto, debería ser una cúspide de la comedia reciente (si bien es cierto que en aquella las máximas responsables eran las actrices y guionistas Kristen Wiig y Annie Mumolo), Vida perra, escrita por Dan Perrault (American Vandal) y con las voces de Will Ferrell, Jamie Foxx o Isla Fisher dobladas al castellano por Santi Millán, Raúl Cimas y Susi Caramelo (me quedaría agusto rajando de los doblajes hechos por «famosos» pero mi religión me impide hablar mal de nada que haga un monstruo del humor como Cimas) deja bien claro en sus cinco primeros minutos que no se trata de una película para todos los publicos. Nos podríamos quedar en la superficie, en la escatología que sobrevuela todos y cada uno de los chistes de la película, pero tras esos gags de perros copulando u oliéndose el culo, de coprofagia, o del tamaño del pene de un gran danés, o de perros frotándose con sofás que hablan como Sofía Vergara, se esconde una historia de venganza y amistad, donde también hay cabida para la tensión sexual no resuelta (perruna, por supuesto) y un proceso de aprendizaje, el de Reggie (Ferrell), su protagonista (no digo que es un coming of age porque creo que Reggie ya tiene pelos en sus perrunos testículos, aunque el pobre sea demasiado ingenuo).
Y por supuesto un modesto alegato contra el maltrato animal, encarnado por un villano interpretado por Will Forte, a quién en esos brutales primeros minutos podemos ver defecando, masturbándose y afeitándose los genitales mientras se las hace pasar canutas a Reggie. Y es que este, víctima de la imposible comunicación entre especies, no es consciente de que lo que sucede, piensa que es normal que su dueño le mande a buscar una pelota a tres horas de casa y le haga regresar a pie, es un alma cándida que se despierta cada mañana como Poppy (la protagonista de Trolls) o Barbie (la estereotípica muñeca que en 2023 ha decidido dejar de ser sexista; aunque los ejecutivos de Mattel decidieron en 2009 que debían lavar su imagen, no ha sido hasta este año que el proyecto pudo ver la luz), pensando que va a ser el mejor día de su vida (como todos los anteriores), con la diferencia de que Reggie no canta y se limita a contárnoslo mediante la voz en off, recordándonos también al comienzo de la cinta animada Mascotas (The Secret Life of Pets, Chris Renaud, 2016), a la que quizá se asemeja más de entre todas las citadas por la forma que tienen ambas de transformar la rutinaria vida de sus protagonistas en una aventura constante merced a sus peculiares compañeros de aventura. Parte del mérito de hacer una película como esta sin apenas empleo de CGI, cuando podría haberse optado por el cine de animación —como en la citada Mascotas o Isla de perros (Isle of Dogs, Wes Anderson, 2018), también equiparable por su componente aventurero— o petarla de esos terribles efectos a los que desgraciadamente nos estamos acostumbrando, es de los entrañables intérpretes de cuatro patas, responsables también de que merezca la pena el atrevimiento en lugar de decantarse por el camino «fácil» (entrecomillado porque hacer cine de animación tampoco es precisamente sencillo).
Y si formalmente no llega al nivel de, por ejemplo, otra película no animada de animales que hablan como es Babe, el cerdito valiente, sí que conserva algunos momentos memorables como la matanza de conejos en medio del viaje psicodélico provocado por las setas campestres, el ocurrente montaje de la cárcel (perdón, la perrera), incluyendo un travelling repleto de excrementos bajo las patas de los cánidos o ese clímax con el Wrecking Ball de Miley Cyrus que nos recuerda la escena por antonomasia de Caótica Ana, aquella obra incomprendida de otro genio más maltratado por nuestra industria. Echo en falta más pelis sin pretensiones con chistes de caca y vómitos como esta y me sobran blockbusters ñoños con argumento de telefilm vendidos como productos sofisticados y que hacen gala de una hipocresía sonrojante.