En los últimos tres años, tres mujeres se han alzado con la Concha de Oro: Dea Kulumbegashvili por Beginning (Georgia), Alina Grigore por Crai Nou (Rumanía) y Laura Mora por Los reyes del mundo (Colombia). En esta 71a edición del Festival de San Sebastián, Jaione Camborda se ha convertido en la primera directora española en llevarse el galardón por su segunda película O corno, primera cinta rodada en gallego en competir en la Sección Oficial. La cineasta vasca afincada en Galicia pertenece a la corriente cinematográfica del Novo Cinema Galego, etiqueta que surge en 2010 y que engloba los trabajos de creadores como Oliver Laxe (O que arde, 2019), Lois Patiño (Costa da morte, 2013) o Helena Girón y Samuel M. Delgado (Eles transportan a morte, 2021). Una generación de autores que escapan de lo convencional, cuyas inquietudes se centran en la representación de lo rural y en explicar historias a través de la fisicidad de la tierra y los cuerpos.
María es una mujer soltera y sin hijos que vive en la isla de Arosa (Pontevedra) en los años 70. Se dedica a recoger mejillones en la costa y también ayuda a mujeres a dar a luz. De hecho, en el prólogo presenciamos un parto doméstico asistido por tres mujeres de tres generaciones distintas. La ausencia de sonido extradiegético, los movimientos de cámara persiguiendo el sufrimiento de la madre y el grito sostenido e incesante, consiguen despertar verdadera congoja en el espectador. Somos partícipes de un ritual de alumbramiento respetado, un lugar de confianza donde la desesperación de quien sufre se resuelve con el estoicismo de la matrona: paciente, tranquila, disponible. Significando casi una extensión del cuerpo agónico de su compañera. Es en esta escena compartida donde se anuncia el carácter de una película que habla de la sororidad, de la importancia, muchas veces vital, del apoyo mutuo en situaciones vulnerables. O corno retrata una especie de cadena de favores feminista donde lejos de importar quién es la otra, lo que prima es la condición de ser mujer, cuya existencia ha supuesto demasiado a menudo un viaje titánico repleto de baches que aquí se transita en compañía.
En el pueblo, a María se la relaciona, no solo con los partos, sino también con los abortos clandestinos, en aquel momento ilegales y, para muchos, también inmorales. Tras un incidente inesperado, la protagonista se verá obligada a huir hacia Portugal, en una odisea a la intemperie donde el sonido insistente de la naturaleza la acompañará hasta su destino. La experiencia inmersiva de este viaje se consigue gracias a un diseño de sonido asombroso: parecemos notar la brisa en la cara, las hojas secas bajo nuestros pies y las cigarras y los grillos al otro lado de la butaca. El balanceo de la imagen nos sumerge en el vaivén acuático mientras oímos el continuo canto de los pájaros. Todo ello recuerda a la sensorialidad que envolvía la selva en Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Apichatpong Weerasethakul, 2010).
La preocupación de Camborda por el proceso, más que por el fin o la acción misma, queda aquí notablemente manifiesta: el viaje de María y sus encuentros con las mujeres que conforman su red de apoyo son el centro de la película. No hay prisa por almacenar secuencias, sino sumo cuidado en que cada una de las que conforman el film vayan sucediéndose de forma orgánica, con las pausas necesarias para una experiencia plena. Lo que importa es conseguir un resultado capaz de vivirse a través de todos los sentidos. El parto y el aborto como procesos de vida y muerte; el viaje como fuente de conocimiento; la huida como relato de supervivencia. Todo en O corno nos lleva a la exploración vívida de la existencia.