Concluye una edición más del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña. El esperado palmarés, como siempre largo y variado, ha reconocido el mérito de algunos de los trabajos más comentados durante estos días, así como nos ha dejado algunas sorpresas que logran de alguna manera mantener el festival vivo; al obligarnos a seguir pendiente de su
recorrido comercial para recuperarlas en el futuro. Por citar brevemente algunos de los premios más destacados, Cuando acecha la maldad (When Evil Lurks, Demián Rugna, 2023) ha sido galardonada como la Mejor Película de la Sección Oficial a Competición. El Premio de la crítica José Luis Guarner ha ido a parar a La teoría universal (Timm Kröger, 2023) y Robot Dreams (Pablo Berger, 2023) ha recibido el Gran Premio del Público. Desde Miradas de cine también concluimos esta serie de crónicas en las que hemos ido desgranando aquellos títulos que más nos han llamado la atención este año. Esperamos que hayáis disfrutado con la cobertura tanto como nosotros hemos disfrutado escribiéndola.
Mars Express (Jérémie Périn, 2023) (Anima’t)
Entre el humano y la máquina, el misterio del alma envuelve el fondo de Mars Express; una película de animación que funciona como un sofisticado cyberpunk de investigación e identidades encubiertas que invoca el espíritu de Ghost in the Shell. El tándem Kusanagi–Batou aquí está presente en el equipo protagonista de Aline y Carlos; dos detectives privados que intentan desvelar las incógnitas que rodean la desaparición de una estudiante de cibernética. Como una máscara revela otra, el mundo codificado por la tecnología y los intereses burocráticos de una sociedad polarizada se desarrolla con un pulso
narrativo constante, presentando las normas de su universo a medida que la trama avanza tras las pistas que va dejando. Esto hace del trayecto una fascinante carrera a contrarreloj, donde es capaz de sostener el interés acentuando un dilema moral lleno de matices. A través de estas contradicciones, Périn retrata a unos personajes grises que observan la vida ante lo inerte —y viceversa—, atribuyendo una mirada a la condición humana que se descubre frente a la inmensidad de unas imágenes sobrecogedoras.
Kubi (Takeshi Kitano, 2023) (Oficial Fantàstic Competición)
En su filmografía como director Takeshi Kitano ha demostrado una sensibilidad diversa en cuanto a los temas que le interesan, siendo el mundo de la Yakuza con toda su iconografía y violencia extrema, uno de los más retratados —sin ir más lejos en su anterior trabajo Outrage 3 (2017) ponía fin a una trilogía sobre esta cuestión—. Pero también ha habido espacio para desplegar un cine más intimista y lírico en películas como Hana-Bi (1997) o El verano de Kikujiro (1999) y para experimentar con la autorreferencia (y su ego) en Takeshis’ (2005). A sus 76 años y habiendo tocado casi todos los palos que el medio permite (presentador, actor, guionista, productor, montador, etc) su nueva película llega en medio de la expectación
creada al no saber con qué nos podía sorprender ahora. Kubi es un relato situado en el Japón feudal donde los líderes de varios clanes se reúnen para repartirse el pastel del territorio, lo cual conlleva alianzas pero también traiciones, todo dentro de un contexto altamente violento y de lucha por el poder, que recuerda a las dinámicas de la serie Juego de Tronos (2011).
Siendo una superproducción en la que abundan las escenas de grandes batallas, adolece de cierta falta de épica y solemnidad en el tratamiento de los hechos históricos y de los mismos personajes, por otro lado acercándose a la parodia en ciertas escenas con ecos de su gran creación Humor amarillo (1986), algo que no juega del todo a su favor. No obstante resulta entretenida en su conjunto e introduce temas interesantes que no son tan habituales en estas recreaciones como lo es el poner en primer plano el deseo sexual y el amor entre samurais. Kitano plantea una epopeya bajo sus propios términos desde la libertad creativa, con una aproximación excesiva y extravagante a los hechos que narra y que podemos identificar
claramente con su estilo y obsesiones.
Les maîtres du temps (René Laloux, 1982) (Anima’t – Sitges Clàssics)
En un mundo post-pandemia, donde todos hemos podido sentir cómo el transcurrir de lo cotidiano se veía interrumpido bruscamente por las fuerzas de la naturaleza, la mayoría de las obras de ciencia ficción parecen aludir a futuros distópicos cercanos. Durante estos días, hemos podido encontrar algunos trabajos en esta línea, como Concrete Utopia (Um Tae-hwa,
2023) o White Plastic Sky (Tibor Bánóczki y Sarolta Szabó, 2023). Este tipo de enfoque hacia el género pretende plantear cuestionamientos filosóficos y existencialistas, pero frecuentemente termina derivando en subrayados simplistas y mensajes maniqueos. En contraposición, los trabajos de Moebius lograban conectar con estas mismas inquietudes de una manera mucho más sutil, profunda y sensorial, trabajando estrechamente con la materia de la imagen (ilustración, color y composición) más que con manidas argucias de guion. Les maitres du temps supone el segundo de los tres largometrajes de animación realizados por René Laloux, siendo éste una colaboración con el citado Moebius. La impronta del ilustrador se hace patente tanto en la forma como en el fondo, dibujando mundos de una imaginación desbordante que pueden incluso rivalizar con los de Hayao Miyazaki —aparecen motivos que recuerdan directamente al realizador japonés, especialmente a Nausicaa del valle del viento (1984)—. Se crea así una atmósfera intimista e hipnótica, pero sin perder de vista un tono
aventurero capaz de atraer a todo tipo de públicos. En este sentido, resulta invaluable la labor de los festivales en recuperar y difundir grandes clásicos de difícil acceso. Dentro de una edición donde la animación ha tenido un peso muy destacado, Les maîtres du temps se sitúa como una joya a reivindicar.
Humanist Vampire Seeking Consenting Suicidal Person (Ariane Louis-Seize) (Noves Visions)
Sara Montpetit, a quien descubríamos el mes pasado en Falcon Lake (Charlotte Le Bon, 2022), protagoniza la primera película de la directora canadiense Ariane Louis-Seize poniéndose en la piel de Sasha, una joven vampira que vive a costa de sus padres, también vampiros, porque es incapaz de matar a nadie para saciar su hambre. La madre, cansada de
cazar humanos para alimentarla, la echa de casa para que esta busque sus propias víctimas. En su emancipación conoce a Paul, un adolescente suicida que consigue hacer aparecer por primera vez los colmillos de Sasha, con quien genera una relación de camaradas que recuerda a la pareja protagonista de la memorable miniserie The End of the F***ing World (Jonathan Entwistle, 2017). Coming of age hilarante que utiliza el terror cómico para indagar en los problemas típicos de la adolescencia: la autoaceptación, el miedo a ser diferente y el abismo que supone la inminencia de la edad adulta. Con toques guadagninescos, remitiendo sobre todo al último film del director italiano, Hasta los huesos (2022) —clausura de la última
edición del festival—, su ingenioso guion le ha conseguido un puesto en el palmarés de este año: mención especial de la sección Noves Visions.
Blood de Brad Anderson (Brad Anderson) (Oficial Fantàstic – Sesiones Especiales)
La maternidad puede ser extenuante; tener que amamantar o dar biberones a un niño a demanda de modo que a medida que crece va necesitando más y más no hace sino aumentar la falta de sueño en los progenitores que terminan convirtiéndose en una especie de entes vagantes que se duermen en los momentos y lugares más insospechados. Blood de Brad Anderson (¿quizá la Máquina del Tiempo que el festival le ha entregado en esta edición ha debido incrementar su autoestima?) es una cinta más de vampiros sui géneris, pero en esta fase de mi vida en la que pongo varios biberones al día y duermo entre cuatro y cinco horas por jornada veo en el guion de Will Honley una suerte de metáfora de ese reverso oscuro de la maternidad. Me reconozco en esa madre que se duerme de pie frente a los fogones (reconozco que di un par de cabezadas, y no precisamente por falta de interés). No tanto en la que secuestra a una paciente terminal para ir saciando la sed de sangre de su vástago, aunque mi mujer sea también una especie de esclava proveedora, dedicando varias horas al día a realizar las extracciones para que yo pueda alimentar a nuestro hijo mientras ella está en el trabajo. La película se mueve con soltura entre el drama de sobremesa de enfermera malvada o el de madre coraje que se enfrenta a una conspiración pergeñada por su expareja (un Skeet Ulrich que también parece un vampiro si nos fijamos en su físico que apenas difiere del de hace décadas) y la cinta de suspense, donde la partitura de Matthew Rogers juega un papel importante, sin que su empleo resulte irritante, algo que (me) ocurre en un alto porcentaje de películas del género. Sus formas de telefilm no le impiden entregarnos algunas bellas imágenes en su tramo final, y también algunas perturbadoras, principalmente las que muestran a ese niño sediento de la sangre del título, que ya quisiese Brad Anderson que fuese suya, porque en realidad ahora nos pertenece a todos.