China
Al inicio de la película unos niños juegan al escondite en un edificio ruinoso. El buscador sigue a sus amigas en el pasillo por el que parecen esconderse. Abre, una tras otra, las puertas tras las cuales pueden haberse ocultado, para descubrir habitaciones vacías. Finalmente, abre la última puerta, al extremo del pasillo. No hay nadie. De hecho, no hay nada. La puerta da a la parte derrumbada de la construcción, directamente al exterior del tercer piso y el vacío se abre a los pies del niño. Only the River Flows (He bian de cuo wu, Shujun Wei, 2023) sigue, como este prólogo, a un personaje que abre puertas que no llevan a ninguna parte. A un primer asesinato, le seguirá otro, y luego un suicidio, y luego… Sin embargo, la nueva obra del director de Ripples of Life (Yong an Zhen Gu Shi Ji, 2021) no es tanto un thriller como una crónica negra. O, mucho mejor, no es un policíaco sino una muy notable crónica social y política. El protagonista de la película es un policía riguroso, amigo de métodos científicos, que debe desarrollar, con escasos recursos para ello, una investigación en una ciudad provinciana de la China. Estamos a mediados de la década de los noventa, el país sigue en plena incertidumbre tras la masacre de Tiananmen y el nuevo salto adelante económico está desarrollando una microgeneración millonaria a partir de los nuevos negocios, mayoritariamente urbanos y vocacionalmente capitalistas, que surgen en el seno del comunismo. En este contexto de crisis de identidad nacional los cuadros policiales mantienen una disciplina militar, pero tratan, como el superior del protagonista, de reivindicarse mostrando un equipo plenamente formado y acreditado. No hay, no obstante, suficiente estructura para ello. Por un lado, Ma Zhe es incapaz de recordar sus propios méritos académicos o recuperar de los archivos de otra provincia los documentos que lo acrediten. Por otro, en un supuesto alarde de promoción, su superior le otorga un espacio de trabajo en el escenario de un viejo teatro, como si de un reconocimiento profesional se tratase, aunque a nivel simbólico no deja de recordar que todo es pura mixtificación.
La investigación lleva al inspector en círculos, dando, uno tras otro, con diversos sospechosos que acaban, a su vez, siendo víctimas. Por el camino aparecerán una anciana que cuida de un “loco” inofensivo de quién nadie conoce su procedencia (ni se ha preocupado por ello), una pareja que debe ocultar su relación amorosa, un homosexual acosado socialmente y un niño que no parece adecuadamente escolarizado. Aunque Only the River Flows mantiene alguna similitud con Memories of Murder, Crónica de un asesino en serie (Salinui chueok, Bong Joon-ho, 2003) en cuanto al contexto rural, a la pareja protagonista y a la confusa investigación, Shujun Wei, sin aflojar la tensión en momento alguno, aprovechando los escenarios del río o de edificios pendientes de demolición, se centra en el choque entre el rigor profesional de Ma Zhe y la realidad, en su deriva ansiosa y pesadillesca y nos involucra muy hábilmente en una lectura entre líneas, de las insuficiencias de la sociedad china. Al fin y al cabo, al comandante no le importa tanto encontrar el auténtico (o los auténticos) culpable como cerrar el caso y a la sociedad no le interesa airear esos casos que podrían caracterizarse como disidentes. Un final tan incierto como contundente permite ver como la administración identifica como culpable al chivo expiatorio al que nadie puede defender mientras el protagonista se pierde en tantas incongruencias.
No deja de ser interesante que la película se basa en una obra llamada Mistakes by the River, de Hua Yu, y que iba a ser rodada a primeros de los 90 por Zhang Yimou, tras haber rodado su película más crítica con el régimen, Qui Ju, una mujer china (1992). El proyecto se abandonó y Yimou pasó a ser el autor del régimen con Vivir (1994) y La joya de Shanghai (1995).
Irán
Diversas obras denuncian, abiertamente o de modo más metafórico, situaciones opresivas usadas por estados autocráticos y castradores. De Irán llegaron múltiples propuestas. Entre ellas estuvieron Achilles (Ashil, Farhad Delaram, 2023) y, sobre Irán pero desde Dinamarca, Opponent (Motständaren, Milad Alami, 2023), obras que obtuvieron el premio del jurado en las distintas secciones en las que participaban pero que, personalmente, me dejaron una sensación de insatisfacción, en especial en el segundo caso dónde la producción permitía una mayor libertad de expresión (apuntar por otro lado que esta es la propuesta de Dinamarca para los Oscar).
Achilles se centra en un supuesto ortopeda, refugiado en un hospital para huir de su continuo enfrentamiento con la sociedad, que ayuda a huir a una interna psiquiátrica. En el curso de esta fuga hacia delante entenderemos que él es un artista frustrado por la situación social y ella una madre cuya pequeña está con el padre en el extranjero. Su periplo les llevará a encontrar gente que los anima (identificándole como un nuevo Che Guevara), les ayuda y les apoya, mientras ellos se reconfortan mutuamente y adquieren fuerzas. Se trata en definitiva de una road movie en la que el director parece tan parco como sus personajes y en la que resulta difícil diferenciar hasta qué punto determinadas secuencias son reales o soñadas. Achilles tiene el valor de retrato social que ostenta el buen cine iraní, mostrando con acierto pequeños detalles (la falta de recursos en el hospital, la fiesta nocturna, el comentario de la anciana…). No son sin embargo suficientes para completar las historias de los personajes y dar cohesión al conjunto de la película. Y ahí surge, como en tantas ocasiones, la duda acerca de si la causa de ello es una insuficiencia del director o, al contrario, se trata, de una limitación por motivos políticos. En un final insólito para una cinta rodada en el país, Aquiles se lanza contra una pared hasta que aparece una gran grieta y un texto sobreimpreso. Los subtítulos nos dijeron que la cinta está dedicada a todos los iraníes que no pueden soportar más las paredes. Cabe la duda si la frase que aparece en las pantallas persas es tal cual.
Opponent se rodó en el norte de Europa y podría haber aprovechado mucho más la libertad. Sin embargo, el director opta por centrarse en el drama más íntimo y deja el conflicto político como un telón de fondo. La historia de Imán, un padre de familia iraní, profesional de la lucha libre refugiado en Suecia, que debe enfrentarse a un pasado que vuelve queda encallada antes de la mitad del metraje y va repitiendo la situación una y otra vez. La incertidumbre de un futuro, la incomodidad de la vida en el centro de refugiados (con limitada intimidad y continuos cambios de alojamiento), la duda entre aceptar o no las recomendaciones de extraños son apuntes que parecen agitar la monotonía diaria pero que son argumentalmente dejados de lado una vez presentados. A Alami le interesa más el conflicto de Imán, su salida y reentrada en el armario, y la actitud que tiene con los compañeros antes que la opresión que la moral iraní (la de sus supuestos defensores, claro) tienen sobre él. Un guion que parece moverse en círculos, dudando de la resolución, acabará presentando hasta tres posibles finales hasta optar por uno, bastante insatisfactorio, que oscila entre el realismo y lo onírico.