Del mismo modo que en Poltergeist la casa de la familia Freeling estaba dispuesta sobre un antiguo cementerio, los cines São Luiz de Recife fueron edificados en 1952 donde antes había una iglesia. Ocupando el espacio de culto, la sala de proyecciones de la ciudad brasileña se convierte en uno de los principales focos de interés de Retratos fantasma; un ejercicio a medio camino entre la ficción y el documental que busca retratar estas conexiones sobre el tiempo, allí donde la memoria permea sobre la arquitectura y la imagen.
A lo largo de la película, la voz de Kleber Mendonça Filho expone su relación con la capital de Pernambuco, donde pasó la mayor parte de su vida y empezó a rodar sus primeros cortometrajes. A través de la suma de materiales de archivo, el director de Doña Clara (2016) y Bacurau (2019) elabora un recorrido atemporal mediante sus fijaciones, devolviendo la vida a aquellos lugares que todavía habitan en las imperfecciones de muros y fachadas. El desarrollo en off sitúa las imágenes desde la propia experiencia del cineasta, que relata con la crudeza poética de quien intenta recordar un sueño. Sin embargo, Mendoça no se posiciona en el centro de la acción para congeniar su obra pasada, al contrario; esta le sirve como motor narrativo y expande su nueva vocación a través de su relectura.
Dividida en tres actos, la estructura dramática se adentra progresivamente en la identidad colectiva de Recife y sus ciudadanos; desde la madre del protagonista y la casa donde vivían hasta el perro del vecino o las salas de cine del barrio. La apreciación de estas pequeñas partes cimientan el poso emocional de una ciudad en constante renovación. Barriendo para casa, esa mirada sobre la transformación estética del entorno emparenta el trabajo de Mendonça con la película En construcción (2002), de José Luis Guerín, y sin abandonar su preocupación documental, la relación atemporal y la ficción cruzada de Tren de sombras (1997) también tienen cabida aquí.
En el fondo, aquel apunte fantástico en forma de platillo volante que amenazaba las vidas de los habitantes de Bacurau aquí está presente en una fotografía donde el director dice haber captado un fantasma. Este hecho aparentemente aislado del resto de la película dota el conjunto de una mística particular, que recoge con sutileza en una última secuencia sumamente inventiva y rompedora.
La observación y la distancia que toma Mendonça con su película sobresale hasta el espectador, filmando la propia sala de cine y convirtiéndola en el espacio de acción. En ese sentido, Retratos fantasma funciona como un ensayo eminentemente cinematográfico que reflexiona sobre la cualidad fantasmagórica de la imagen y la iconografía que arraiga su cine a un tiempo determinado. Una obra fascinante de una inmensa transparencia.