La influencia del festival de Sitges es una sombra difícil de esquivar cuando se habla de festivales en Catalunya, siendo esta capaz de condicionar y sesgar la relevancia del resto de opciones. Pero hace ya unos años que se oyen rumores de que “el auténtico terror” está en Molins de Rei, donde los ecos de los gritos resuenan con cada vez más fuerza para los apasionados del género. Acudo a mi primer Terror Molins sin saber muy bien qué esperar. Ojeando la programación, la influencia de Sitges es innegable. Gran parte de las películas ya se proyectaron allí, pero sin embargo, esas cintas que como mucho aspiraban a ser un segundo o tercer plato en un festín mucho mayor, aquí se convierten en protagonistas. Es casi como si se estuviera celebrando un perfil de cine distinto, más humilde aunque no por ello menos ambicioso. De todos modos el tiempo apremia. Se va la luz del sol, miro la hora y el momento se acerca. La gente se aglomera a mi alrededor, vestidos de negro y ataviados con toda clase de homenajes a clásicos sangrientos del terror y la serie B. A duras penas queda tiempo para reprimir los nervios y menos para que termine el día y se dé paso a la primera de las muchas noches que depara la edición 42 de Terror Molins.
Here’s Johnny!
Día 1 – La ceremonia
Una tenue luz roja baña los alrededores del teatro La Peni. La noche delimita el horizonte visible, constriñendo la realidad tangible tan solo a unos pocos metros alrededor de la entrada y las diminutas luces lejanas del resto de la localidad, como si fueran estrellas y las que brillan cada vez son menos. Dentro, en la sala, toda una serie de vetustas imágenes y vídeos danzan ante nuestros ojos. Mujeres, niñas y adultas, ríen y bailan, conscientes de algo que el resto desconocemos. “Bruixes”, así reza el leitmotiv del festival haciendo, ya no solo alegoría a la clásica figura de las brujas como símil del empoderamiento femenino y de la cruel cosmovisión patriarcal de lo terrorífico de una mujer poderosa y libre, sino que también, en cierto modo, nos anticipa que el poder y el mal no entienden de géneros y están en todas partes. El corto Knit One, Stab Two confirma las sospechas. Decenas de imágenes de archivo de películas a lo largo de la historia del cine nos muestran cómo se ha encerrado a la mujer, incluso desde la gran pantalla, en el ámbito doméstico, aquí encadenada poéticamente con hilo de tejer. Pero, del mismo modo que las brujas encuentran su liberación en lo pagano, en el terror se consigue dándole la vuelta tortilla: convirtiendo el símbolo opresor en arma de asesinato. Tras este último preludio, algunas de las mentes y miembros detrás de La mesita del comedor se dirigen a nosotros no para hablarnos de su película y de su (por fin) estreno en Catalunya, sino para pedirnos perdón por lo que han hecho. Se apagan las luces y tras muchos gritos y agonía deliberadamente prolongada, concluye la proyección de la que terminará siendo sin duda la mejor película y merecedora ganadora del festival. Toda una declaración de intenciones que nos deja entrever que Terror Molins no se anda con chiquitas y que si a algo hemos venido es a pasarlo mal.
Día 2 – Preludio
Como si el mismo festival nos quisiera decir que son conscientes de que gran parte de su catálogo proviene de Sitges, la programación se inicia con la ganadora de su última edición: Cuando acecha la maldad. A pesar de su galardón y de su impecable factura, el bamboleo narrativo y la falta de una idea unificadora genera cierto debate sobre su imperfección. Aunque de lo que nadie duda es de que esta historia de exorcismos argentina ha sido el parto de la maldad que revestirá el resto del festival. Más tarde, V/H/S/85 salpica al público de sangre y vísceras a través de varios relatos que giran alrededor de los límites de la muerte, exponiendo toda una serie de casposas historias llenas de creatividad e ideas curiosas lastradas en última instancia por una duración excesiva y una falta de un hilo conductor que termine de cerrar sus relatos. Pero la idea del festival persiste. Se hace tarde y, aunque solo llevemos dos días, el cansancio ya empieza a asomar, anticipando parte de la agonía por venir. Paradójicamente, Sleep es justo lo que necesitaba: una película lo suficientemente agradable como para relajarme, pero capaz de tensarme lo justo como para no dormirme. Esta combinación de tonos, en la que lo reconfortante y lo terrorífico conviven, consigue separar lo suficiente a Sleep de la inacabable ristra de películas con premisas similares, exponiendo un relato que, si bien falto de algo de ambigüedad en algunos tramos, se demuestra más que solvente y lleno de contrastes. El día toca a su fin tras habernos expuesto a los títulos (quizás) más grandes que se han traído desde Sitges, como si el festival quisiera abrirnos el apetito para el auténtico inicio de nuestro particular descenso a los infiernos.
Día 3 – Horizonte de sucesos
El primer día de festival oficial, cargado de películas, generó el suficiente debate y anticipación para ir con ganas al pistoletazo de salida de las sesiones dobles, que a priori se antojan duras y cansadas. Sospechas que, desgraciadamente, confirma casi de manera profética The Funeral. Un acercamiento turco a las películas de “cuidar al monstruo” que, más allá de que la cultura del terror empiece a proliferar en países sin mucha tradición de género, me deja con más frío que furor. Quizás sea por eso que Malum (curiosamente un remake a la Hitchock que hace el director de otra película suya llamada Last Shift) sienta como un soplo de aire fresco, llena de acción a raudales, frenesí y mucho gore casero. Siendo consciente de que no es una buena película y que cae en la desquiciante manía de recurrir a lo onírico en demasía pensando que deja imágenes “más chulas y profundas”, Malum es un poco la película perfecta para relajar el cerebro, echarse unas risas y coger aire para la segunda sesión doble. La montaña rusa de emociones de los dos títulos previos me hace entrar en la sala con cierta inseguridad de qué es lo que me aguarda a continuación. Unas dudas que no hicieron sino acrecentarse después de que el director de la siguiente película nos dijera que sus principales referentes fueron La bella y la bestia y 50 sombras de Gray. Aunque lo verdaderamente aterrador es que esas comparaciones son visibles en Good Boy. Una película extraña, incómoda y refrescante que nos mantuvo pegados al asiento hasta el final al mismo tiempo que recordaba que no siempre es necesario el gore y los monstruos para que una historia sea terrorífica. Para cerrar el día, The Puppetman era lo que, al menos yo, necesitaba: territorio conocido hecho con mimo. Aunque la película no vuelve a descubrir la rueda, sí que ofrece un trayecto cuidado por los clásicos tropos de género del terror paranormal y cultista. Un viaje que, aunque algo falto de urgencia, consigue sus objetivos y ya apunta a secuelas.
Día 4 – El abismo
Si el primer día de sesiones dobles me dejó con el cerebro palpitando de la variopinta lluvia de estímulos, el segundo me deja algo más frío. The Wrath of Becky funciona inquietantemente bien tras la resaca anterior ya que, sin ser ninguna maravilla, se antoja como algo fácilmente digerible y distendido aunque se parezca más a John Wick que una película de terror. Sin embargo Me encontrarás en lo profundo del abismo en ningún momento consigue superar sus fascinantes planos iniciales, ofreciendo tan solo un escuálido relato demasiado alargado que, con el mismo aire profético que The Funeral, me deja donde prometía el título de la película: en lo más profundo del abismo. Por suerte, en el abismo hay algo de tiempo para descansar y coger fuerzas para uno de los platos fuertes del festival. Si las dos películas previas respiraban algo de intrascendencia o falta
de tablas, La espera transpira todo lo contrario. La nueva película de Francisco Javier Gutiérrez no ofrece soluciones fáciles. Un lento goteo de sufrimiento y calor impregna los preciosos y duros planos detalle con los que describe su estéril escenario, desvelando poco a poco un escabroso relato donde lo castizo nunca había resultado tan evocador. Perpetrator da comienzo tarde pero su experimento formal, aunque interesante y extraño, no tiene cabida ya en mi cabeza, todavía asediada por el pulso de las ideas de La espera y, de algún extraño modo, entumecida por la lluvia de Me encontrarás en lo profundo del abismo. De todos modos, eso solo hace que confirmar que ya es tarde. El primer nit bus está a punto de pasar y no regresará hasta pasada una hora, dejándome tan solo un Molins de noche, donde todo está cerrado menos mis pensamientos intrusivos y la ingente cantidad de vísceras y sangre acumuladas durante el festival. Desgraciadamente, no es un buen momento y toca pasar página.
Día 5 – Luz al final del túnel
Estando ya en el punto medio de las sesiones dobles, la anticipación se convierte en algo más cercano a la aceptación. Estoy listo para lo que sea que tengan preparado. Ya no me preocupa nada. Por suerte o por desgracia, hoy es día de experimentos. La desgracia está ubicada en la primera dupla de películas. Ni In Flames, falta de chispa a la hora de conseguir hibridar su clara propuesta de drama social con un esquema de terror, ni Lovely, Dark and Deep, que cae de nuevo en la maldita manía que cada vez se me antoja más odiosa de abusar de lo onírico en busca de profundidad, consiguen hacer que sus respectivas películas sobrepasen la barrera de lo anecdótico o del aplauso cortés del: “tenía algunas buenas ideas”.
En su contrapartida, la segunda tanda, aunque no exenta de imperfecciones, sí que demuestra mayor claridad en sus ideas y una apuesta rompedora acorde con sus planteamientos. Hostile Dimensions coge el testigo del desparpajo y del bajo presupuesto de Good Boy y le añade toda una serie de giros llenos de originalidad y potencial, aprovechando la cultura de los backrooms y del creepypasta con mucho ingenio. De hecho, de no ser por su desarrollo algo “culebronesco», podría haber sido de lo mejor del festival sin ninguna duda. En el otro lado, Tiger Stripes consigue trasladar, jugando en un territorio parecido a In Flames, su tierna propuesta de “monster movie” tanto desde su perspectiva cultural como reivindicativa, haciendo que sus comprensibles fallas de opera prima pasen lo suficientemente desapercibidas como para que no supongan mayor impedimento para su disfrute.
Día 6 – La traca final
Las noches de regreso a Barcelona, borracho de sangre y con flashes de imágenes que preferiría olvidar, han empezado a pasar factura, manifestándose un molesto dolor de garganta. Pero me tomo las noticias como un incentivo para seguir. Si los personajes sufren, no seré yo menos. Es el último día de sesiones dobles y los zombies ya no están recluidos solo en la pantalla. En un tétrico pero extrañamente bonito desfile, nos adentramos de nuevo en las profundidades de La Peni. Dentro, aguarda una combinación extraña: You’ll Never Find Me y The Angry Back Girl and her Monster. La primera expone un mecanismo a ratos fascinante, en el que en un constante vaivén casi detectivesco, se lucha por descifrar cual de los dos integrantes de la película es el que está más loco o si los dos lo están. Un aperitivo interesante que (parezco un disco rayado) peca de abusar de lo onírico para darse cierto aire intelectual y profundo que, realmente, no era necesario. Un sabor agridulce que no termina de maridar del todo con The Angry Back Girl and her Monster que, si bien devuelve algo de ritmo a la programación, peca de lo mismo que In Flames al no terminar de vehicular sus demandas sociales en su particular reinvención punki a la Spike Lee de Frankenstein. Salgo en la breve paz que se nos ofrece entre sesiones y miro al teatro. Siento una extraña conexión con La Peni tras tantas horas compartidas de puñaladas y monstruos. La última sesión doble. Un paso más cerca de que termine el festival. Sin darme cuenta, Terror Molins me había estado conquistando. Casi como si el teatro me hubiera estado escuchando, las dos últimas películas vuelven a ser un acierto. New Life (galardonada con el premio a mejor guion del festival) juega con el público al plantear un thriller y personajes que parecen estar completamente alejados del terror, sorprendiendo con ingenio a la hora de reconducir la obra hacia esos territorios más escabrosos con elegancia. Para cerrar esta suerte de agujeros negros que han sido las sesiones dobles, Stopmotion maravilla con su creatividad a la hora de hibridar acción real y stopmotion, creando un planteamiento tremendamente sugerente e imágenes evocadoras que juegan constantemente con el medio, difuminando fotograma a fotograma las líneas entre lo que somos y lo que hacemos.
Día 7 – Epitafio
Última vez que veo las luces rojas. Última vez que miro a La Peni vestida de gala. Último día en lo que ha sido un Terror Molins que no esperaba. Pero todavía no es momento de sentimentalismos, restan tres películas por masticar y digerir. Faltan los últimos estertores que, como bien me ha enseñado el festival, no siempre apuntan a un final. Cuando nos presentaron la historia de Door, no sabía muy bien qué esperar. El terror japonés siempre me ha resultado tremendamente interesante, con sus opresivas y cuidadas atmósferas, pero ningún preludio sobre la pérdida de la cinta y su reciente recuperación o un sesudo desglose de su sinopsis, me habrían podido preparar para lo que sería luego la película. Podría decir que es un thriller psicológico, un slasher descarriado o una comedia absurda. Pero cualquiera de ellas sería quedarse corto y no hacer justicia a un producto profundamente extraño que merece ser experimentado de primera mano. Esta última explosión sienta como una despedida a la locura que ni la nefasta It’s a Wonderful Knife (y de la que me niego a escribir) consigue empañar. La clausura la protagoniza el estreno mundial de Mudbrick, una pequeña película serbia de terror rural que nos presentan sus propios creadores, llenos de amor al medio y al género, a pesar de la falta de tradición de terror de su país. Si bien su proyección no termina de cuajar en el público, dejando sensaciones muy dispares, genera mucha conversación y refuerza lo que en el fondo se llevaba predicando en el festival: apostar por el género y por su diversidad. Diversidad en su representación, diversidad en sus orígenes, diversidad en sus formas, diversidad, siempre diversidad en un género lleno de creatividad y posibilidades que en Molins de Rei se siente tremendamente cercano y vivo.