La presa (The Hunted, 2003)

La presaLa fatalidad y la condición humana constituyen el fondo de La presa (2003), un prodigioso thriller de apariencia austera que conjuga un choque de ideales en una trepidante persecución, dando lugar a un encuentro interpretativo glorioso. Del lado perseguidor está —monumental— Tommy Lee Jones, quien da vida a L.T. Bonham, un tipo apartado en la naturaleza condicionado por el pasado que lo une al perseguido: Aaron Hallam, un ex-soldado desplazado de la realidad y marcado por la guerra, interpretado por Benicio del Toro —también en estado de gracia—. Este enfrentamiento acerca la decimonovena película de William Friedkin a la excelencia, subvirtiendo las expectativas del género a golpe de estilo e indudable maestría.

El carácter espiritual que subyace en el interior de la obra viene enmarcado por el primer párrafo de Highway 61 Revisited de Bob Dylan, que es narrado en off por Johnny Cash en los créditos iniciales, quien además, cierra la película con The Man Comes Around, perteneciente al American IV, el último álbum que el rey del country llegó a publicar en vida. Ambas canciones sitúan la fe en primer término, adoptando un aspecto bíblico reconocible. En la primera, Dylan hace referencia a Abraham y el sacrificio que Dios le ordena realizar en su nombre, y en la segunda, Cash propone una visión del fin del mundo, abrazando el destino inevitable. Tomando en cuenta estos dos puntos limítrofes, el transcurso de la película devendrá en un recorrido tortuoso y revelador, siguiendo las huellas (metafóricas y literales) que condicionan el presente de los dos protagonistas.

La presa

Después de la cita inicial, un primerísimo primer plano introduce la acción hasta la mirada desposeída de Hallam, para descubrir inmediatamente el horror de la guerra en una secuencia donde esta es mostrada de forma explícita. El infierno rojo de sombras y lamentos viene contrastado con la presentación del segundo personaje, que aparece poco después en una elipsis temporal, en medio de un paisaje de montaña nevado y solitario. En apenas veinte minutos, la definición de ambos protagonistas viene representada por la relación con su entorno, elemento que será extendido durante el resto del metraje. A partir de entonces, Bonham se verá obligado a interrumpir su retiro para dar caza al primero, quien se ha convertido en un asesino. Los dos personajes, expertos sobre el terreno, convertirán la frondosidad del bosque y el caos de la ciudad en un campo de batalla, configurando el espacio y la mirada del espectador sobre el mismo.

La construcción gramatical que Friedkin emplea para desarrollar el juego del gato y el ratón convierten la propuesta en un elaborado objeto de estudio, que entronca con algunas de las inquietudes que recorren su obra anterior. La crisis espiritual del Padre Karras tras la muerte de su madre y la revelación maligna en El exorcista (1973) se advierten en la psique y el sentimiento de Bonham y Hallam, desarraigados de toda creencia. Para amplificar esto, la película se desarrolla como un neo-noir de personajes marcados por un pasado del que no pueden huir, atribuyendo una serie de aspectos formales que fortalecen su condición dramática. Entre Rambo: Acorralado (1982) y La escalera de Jacob (1990), La presa se encuentra en un punto medio, sin convertirse en el exploit de acción festiva ni incidir de forma enfática sobre el rechazo y la marginación de los veteranos de guerra. Su vocación final recae en la simplificación narrativa y la precisión cinematográfica con la que expone el conflicto, concentrando todo su peso en la carga simbólica y emocional.

La presa

Siguiendo la evolución del cine de William Friedkin, La presa podría pasar inadvertida como una película de menor interés, que dialoga con los códigos visuales del blockbuster de acción de principios de siglo. Sin embargo, resulta una película virtuosa y sumamente madurada, donde la síntesis evoca la máxima del director, dando lugar a una cumbre ligeramente ignorada que merece la pena reivindicar. Una suerte de alegato vitalista que recorre las entrañas del dolor para descubrir (de nuevo) un mismo paisaje con otros ojos.