Un disparo vale más que mil palabras
Un globo rojo volando suelto hacia el cielo. Joel Kinnaman llevando el típico jersey navideño horrendo, con reno de ojos saltones incluido, ensangrentado y corriendo a toda velocidad. Un cascabel tintineando y, de fondo, sonidos de disparos, neumáticos y sirenas de policía. Y así, sin más, esta escena caótica y fuera de contexto, breve pero intensa, acaba con el personaje interpretado por Kinnaman, Godlock, recibiendo un disparo en el cuello por parte de un pandillero que le da por muerto. Así empieza Noche de paz (no confundir con la de 2022, de Tommy Wirkola), una película que repite, una vez más, la historia de un personaje al que le arruinan la vida y este vuelve para vengarse de los responsables. Vamos, que original no es. Ante un argumento tan repetido y básico, uno va a ver la película con la esperanza de que ofrezca interés por otro lado, en la forma o con buenas escenas de acción, por ejemplo. Afortunadamente, el filme está dirigido por John Woo, el que fue uno de los principales representantes del heroic bloodshed, ese género caracterizado por estilizadas y violentas escenas de tiroteos con una fuerte carga dramática, y además cuenta con grandes películas de acción en su filmografía, como The Killer (de 1989, no confundir con la de Fincher), Hard Boiled (1992) o hasta Misión imposible 2 (2000).
Tras el disparo en el cuello, el personaje de Kinnaman consigue recuperarse de sus heridas pero pierde su voz. Godlock queda incapacitado para hablar, y esto marca el elemento más destacable del filme, que es su apuesta por prescindir de los diálogos. Al quedarse mudo, incapaz de lidiar con el dolor emocional del incidente, el protagonista se retrae y deja de comunicarse con el resto del mundo, provocando un vacío de incomunicación a su alrededor en el que no se escucha a ningún otro personaje hablar, salvo monosílabos o alguna frase básica como “tranquilo”, pero que están al margen de aportar valor narrativo. La película se explica únicamente a partir de las imágenes, que en combinación con el sonido subjetivo que enfatiza lo que escucha y siente Godlock, Woo entra de lleno en la cabeza del protagonista y le sigue en su viaje de venganza que, en esta ocasión, se siente más solitario que nunca.
En fin, lo dicho antes, la historia carece de cualquier ápice de originalidad, solo con la premisa cualquiera sabe exactamente qué va a pasar de principio a fin, así que el uso de la palabra no era especialmente necesario para su comprensión, además de que el filme recurre puntualmente a mensajes de texto o a escuchas de radio para aportar algo de información extra, aunque esta sean detalles nimios. Aún así, la apuesta por una experiencia sensorial y una forma diferente de contar un argumento tan trillado es de agradecer. Además de lo mencionado, Woo acompaña con fluidez a Kinnaman en su penitencia personal y por sus flashbacks, donde destaca el montaje interno que, como pasaba en la película Max Payne (John Moore, 2008), la iluminación y temperatura de la imagen cambian en tiempo real, sin cortes en el plano, para transportarnos a un pasado más agradable y cálido. A su vez, el videojuego Max Payne (2001), en el que se basa la película de Moore, bebía del cine de John Woo y recogía elementos característicos del cineasta hongkonés que siguen presentes en Noche de paz, como por ejemplo la cámara lenta, la decadencia del escenario o la chaqueta que lleva el silencioso protagonista en la espiral de violencia final. Lo cierto es que al contar con un protagonista silencioso el cual, el solo y con un arsenal a su disposición, se enfrenta a cientos de pandilleros que van a por él, la acción de Noche de paz recuerda a un videojuego, y aún más en un plano secuencia falseado en el que Kinnaman sube unas escaleras abriéndose paso a base de tiros. Plano secuencia que resulta muy similar al de Atómica (Atomic Blonde, David Leitch, 2017) o el de Sin tiempo para morir (No Time to Die, Cary Fukunaga, 2021), ambos en escaleras también.
Todos los elementos de Noche de paz se ponen al servicio de mostrar la visión personal del protagonista: la cuidada iluminación artificiosa y expresionista, los planos de gestos y de su punto de vista, la manipulación de los sonidos y, sobre todo, la ausencia de diálogos que enfatiza el aislamiento de Godlock. John Woo trae un heroic bloodshed sensorial y subjetivo cargado de disparos, peleas y destrucción, sin olvidarse de escenas dramáticas de por medio que refuerzan la tragedia del silencioso protagonista.