Parece que este 2023 el cine español tiene un interés particular en invitarnos a cerrar los ojos. Víctor Erice se adelantó unos meses a Lois Patiño en su sonado regreso al cine con Cerrar los ojos, una película dedicada a la observación, aunque resulte paradójico. Cerrar los ojos para mirar. Para mirarse. Es en la reflexividad del verbo mirar donde se halla el verdadero sentido de una posible negación del rápido y repetido movimiento de los párpados a propósito de una solemne y deliberada clausura: cerrar los ojos. Para ver más allá, pero no un “allá” lejano, sino interno. Correr el telón a conciencia para dejar de ver lo externo. Cerrar los ojos de Víctor Erice es un canto a la reconciliación con nuestra historia, con nuestro recuerdo, a esa identidad narrativa propia del hombre de la que hablaban algunos genios como Ricoeur o Unamuno, es una poderosa y divina exaltación cinematográfica del hombre no solo como actor sino como autor de su propia vida.
Patiño es sincero desde el propio cartel de la película: “Y ahora, cierra los ojos…”. Patiño tiene un gran interés particular en invitar al espectador a cerrar los ojos. Y lo hace. Y para ver Samsara tienes que cerrar los ojos durante un lapso de tiempo que no resulta breve. Es curioso. Parece que existan sentidos diseñados con ventajas. Se puede dejar de ver voluntariamente tan solo haciendo uso del órgano capacitado para esa sensación, pero no se puede dejar de oír tan solo haciendo uso del oído. Patiño desafía el uso del sentido predilecto para el cine y deja al espectador en medio de una desconcertante orfandad en la que puede conectar con la historia de una anciana laosiana gracias únicamente a una serie de reconocibles sonidos.
De no ser por la entrevista realizada a Patiño durante la Seminci 2023, en la cual nos aseguraba que no existe inconveniente en explicar lo que ocurre durante la película, tal vez hubiera existido cierto recato a la hora de escribir sobre ella. Pero hay un febril encanto en que no haya inconveniente, hay sorpresa, hay magia, hay originalidad: ve al cine a ver Samsara, ve y comprueba por ti mismo cómo es posible disfrutar de una película con los ojos cerrados. Una idea que cobra aún más fuerza cuando descubres el argumento que encierra la cinta: una mujer anciana de Laos se despide del mundo que conoce acompañada de un joven que tierna y humanamente se presta a leerle un libro a cuyo contenido solo se puede acceder por medio de la lectura que realice otro en voz alta, El libro tibetano de los muertos: una obra que prepara tu alma para el más allá.
Samsara es la historia de una anciana que no ha visto el mar, pero que se siente agradecida a los sueños por las historias que le cuentan mientras duerme. Samsara es la historia de una anciana que se despide de los muebles de su casa: de la mesa, por servir de apoyo a todos sus escritos, o del espejo, por devolverle su propio reflejo día tras día. Es la historia de una niña, joven, adulta y anciana que cree en la reencarnación y que se mantiene firme al declarar que nos portamos muy mal con los animales, por eso rehuimos de la idea de que algún día podamos ser uno de ellos. Es su historia, de principio a fin, una historia en la que el espectador tiene cabida. Y es fantástico. Porque la invitación a cerrar los ojos no es más que eso, una invitación. Una llamada a una suerte de vivir una “experiencia de meditación colectiva”, tal y como la describe Patiño. Quizás he aquí uno de los mayores logros del director vigués, puesto que abrir los ojos en medio del viaje en el que acompañamos a una anciana laosiana para que alcance la iluminación supone poner en juego la condición de posibilidad de nuestro bien más preciado: la libertad.
Resulta difícil no querer participar. Resulta difícil abrir los ojos. Samsara es así: una experiencia inmersiva natural, sanadora. Una experiencia cinematográfica refrescante, que dista de lo habitual y más convencional de las salas. Es paisajes. Es agua. Es color. Es anaranjada. Es religión. Es budismo. Es una creencia. Es una reencarnación, es una transmigración de un alma. Es un viaje. Es un periplo. Es un diálogo intercultural, en el que, como dice su director, se genera “una riqueza y un aprendizaje mutuo de un valor incalculable”.