La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona

La sociedad de la nieveTodos necesitamos ídolos. Para cualquier disciplina es indispensable proyectarnos en aquellos que vinieron antes que nosotros para fijar el objetivo de quién queremos ser. El póster de un futbolista en la pared de nuestra habitación puede ser el extra de motivación que necesitamos para madrugar y salir a entrenar. Cuando Fernando Trueba ganó el Oscar a mejor película de habla no inglesa por Belle Epoque, dijo en su discurso “Quisiera creer en Dios para darle las gracias, pero sólo creo en Billy Wilder, él es mi verdadero Dios. Gracias, Mr. Wilder.” Estoy convencido de que, si algún día, J. A. Bayona gana el Oscar, dará las gracias a Mr. Spielberg.

La admiración del cineasta catalán por Steven Spielberg es palpable a lo largo de su filmografía: es fácil ver resquicios de E.T. el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) en Un monstruo viene a verme (J. A. Bayona, 2016), y no hay que ser muy perspicaz para buscar la motivación del español en dirigir Jurassic World: El reino caído (2018). La puesta en escena que busca Bayona también quiere imitar la del cine palomitero y profundamente emocional del estadounidense; a Bayona, le encanta disfrazarse de Spielberg. Y, si bien es cierto que su habilidad técnica le sirve para acercarse al universo de este, la manía del estadounidense por buscar el impacto emocional ante todo y por encima de todo, parece habérsele pegado al catalán y esto, puede jugar en contra cuando cuenta según qué historias. Todo esto es más evidente que nunca en La sociedad de la nieve.

La sociedad de la nieve

Para empezar con lo mejor de la cinta, aún conociendo la meticulosidad técnica de su director, La sociedad de la nieve es un deleite visual y, especialmente, sonoro. Las escenas de tensión son fácilmente catalogables de “muerdeuñas” gracias al maravilloso trabajo de sonido, montaje y maquillaje; y a la prodigiosa banda sonora del siempre fiable Michael Giacchino. Por si alguien todavía no conoce el argumento, la película narra los meses de supervivencia imposible (o mejor dicho, improbable) de los pasajeros de un avión uruguayo que se estrelló en la cordillera de los Andes en 1972: una historia real que muestra lo tozudo que puede ser el ser humano por seguir viviendo.

Narrativamente, es cierto que la película funciona tan bien como cualquier taquillazo hollywoodiense. Esta condición le supone sus mayores virtudes, pero también sus defectos. Como buen heredero de Spielberg, Bayona prioriza el impacto emocional a las implicaciones morales de sus imágenes. El melodramatismo de la cinta tiene su sentido, y permite que el espectador empatice hasta el punto de sentir como arden los cuerpos gélidos de los personajes con cada paso y los temblores por el frío resultan inconscientemente contagiosos fuera de la pantalla. Pero J. A. Bayona no duda en coquetear con el morbo y la escatología si cree que puede arrancar un par de lágrimas más, y todo el impacto visceral de las imágenes se tambalea si se lee el filme con una perspectiva más moral/intelectual, sobre todo, teniendo en cuenta que narra una historia real cuyos supervivientes y sus familias todavía viven.

Lo que sí funciona en la película es el enfoque de la narración. Si la primera adaptación cinematográfica de esta historia se tituló ¡Viven! (Frank Marshall, 1993), para enfatizar el milagro de que alguien saliera con vida de ese infierno blanco, la versión de 2023 se titula La sociedad de la nieve porque Bayona se ve fascinado por el compañerismo de un equipo de rugby que creó una comunidad para convertir en rutina la tortura física y mental y para proteger a todos los afectados del frío y de la locura.

La sociedad de la nieve

La sociedad de la nieve es una historia de superación que deslumbra técnicamente y que acerca el cine español al cine comercial de Hollywood (para lo bueno y para lo malo). Una de las producciones más ambiciosas jamás producidas en nuestro país que es una pena que tuviera un paso tan efímero por salas porque se beneficia del gran formato y de un buen sistema de sonido. La tendremos que disfrutar en Netflix desde nuestro sofá y esperar para ver qué suerte puede tener en los Goya (13 nominaciones) e, incluso, en los Oscar.

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