El amor es miope
Langosta es el quinto largometraje del director griego Yorgos Lanthimos. Esta coproducción entre Reino Unido, Irlanda, Grecia, Francia y Países Bajos contó con un gran recorrido en festivales y múltiples nominaciones, entre ellas al Oscar a mejor guion original y el BAFTA a mejor película británica, y aunque no ganó ninguno de esos dos, se hizo con el premio del jurado en el festival de Cannes. El argumento gira en torno a David (Colin Farrell), comenzando el filme justo cuando su esposa le deja por otro. En el mundo que propone Langosta, la soltería no está permitida y las personas que están solas son perseguidas y convertidas en animales. De este modo, tras la noticia de sus esposa, David es escoltado a un extraño hotel cuya finalidad es contener a la gente soltera, donde les ofrecen 45 días para encontrar una pareja o, de lo contrario, les convierten en un animal. Tan loco como suena, el filme encaja con naturalidad en la filmografía de Lanthimos y sus temáticas recurrentes como la extrañeza ante convenciones sociales, ya sean alternativas como el caso que nos ocupa o de carácter más normativo, o el conflicto que suponen los deseos del individuo ante la obligaciones y prejuicios que establecen la comunidad en la que vive.
“¿Lleva gafas o lentillas?” es lo primero que dice David en la película, una pregunta que el miope protagonista, abatido en el sofá con sus gafas, hace a su esposa al enterarse que le deja por otro. Una frase que no parece gran cosa cuando la pronuncia sin contexto alguno, pero que acabará siendo uno de los elementos clave del argumento y que se repetirá a lo largo del metraje. El guion, a cargo del propio Lanthimos junto con Efthymis Filippou (con el que también escribió Canino y El sacrificio de un ciervo sagrado, de 2009 y 2017 respectivamente), presenta el extraño universo progresivamente y de manera orgánica mediante situaciones ante las que los personajes actúan con total normalidad, como en la entrevista por la que pasa David para ingresar en el hotel, de carácter rutinario y ante la que responde como si de un trámite más se tratara. Incluso al preguntarle en qué animal querría convertirse, la respuesta de David es rápida y premeditada, argumentando que su elección es la langosta. Esto, para el espectador, provoca extrañeza ante situaciones que no parecen tener sentido, pero que llegan a tenerlo a medida que se desvelan las reglas que rigen el mundo de Langosta. Por ejemplo, la primera escena es una mujer ejecutando un burro en lo que parece un arrebato de ira, algo aparentemente ilógico pero que cobra sentido al aprender que ese burro podría haber sido alguien conocido para la mujer antes de ser un animal. Esta aceptación de las extrañas normas inventadas en la película, más allá de generar la incomodidad a la que nos tiene acostumbrados el director griego, da a entender que esa es la manera en que los personajes perciben el mundo y que, a falta de conocer algo distinto, así funciona para ellos. De este modo, Lanthimos crea situaciones que a ojos del espectador son exageradas, ridículas y a veces escabrosas, pero que en el fondo reflejan la aceptación de normas y convenciones que se dan como verdades absolutas al vivir en sociedad, como ya hacía en Canino o incluso en la más reciente Pobres Criaturas (2023).
Aunque el mundo de Langosta sea disparatado, la sátira está centrada en temáticas tan universales y comunes como el amor y la soledad, por lo que es fácil entender a los personajes y empatizar con ellos. En el fondo, se trata de una película de amor. No en vano, la historia del solitario David deambulando por el hotel en la búsqueda de su media naranja está narrada por una voz en off femenina de un personaje del que no se sabe nada. Un recurso que, más allá de su función expositiva y del puntual uso cómico, cobra todo el sentido en el momento en el que David decide ir contra el sistema y vivir soltero, uniéndose a un grupo de fugitivos. Aquí, irónicamente, conoce a la Mujer Miope (Rachel Weisz), la narradora que hace acto de presencia y a partir de este momento se incorpora a sí misma como parte de la narración para explicar el extraño romance que surge entre ellos. Para elevar aún más la ironía, el grupo de fugitivos tiene sus propias normas y prohíbe la relaciones afectuosas entre sus miembros, por lo que el bueno de David y la Mujer Miope, ambos enamorados ciegamente el uno del otro, vuelven a enfrentarse a una problemática impuesta por el entorno en el que se encuentran.
A Langosta no le faltan los elementos habituales de la filmografía del director griego. El humor seco mezclado con un punto macabro e incómodo, acentuado por la banda sonora y los lentos zooms de la cámara, impregna la película de principio a fin, con escenas en las que uno no puede evitar reírse con una mueca de horror en el rostro. La actitud parsimoniosa y las interpretaciones contenidas del reparto cobran un sentido especial y funcionan de maravilla en esta extraña distopia en la que el amor se convierte en una suerte de negociación, una búsqueda de algo en común con otra persona, ya sea hemorragias nasales, tener el pelo bonito u ojos miopes. La frialdad de los personajes extrae el sentimentalismo de las relaciones y las convierte en algo premeditado, una búsqueda racional de intereses, aunque esto no significa que carezcan de emociones y sentimientos pues, en una combinación brillante del trabajo actoral y la escritura del guion, con las acciones y palabras dejan asomar sus vulnerabilidades y deseos, que al final acaban siendo el verdadero motor del argumento.
Como dice la Mujer Miope en una de sus narraciones: “Un día mientras jugaba al golf, pensó que era más difícil fingir que sientes algo por una persona cuando no lo sientes, que fingir que no cuando sí lo sientes”. Mediante las vivencias de David y sus anhelos, paradójicos pero también comprensibles, Lanthimos expone con ingenio los conflictos inherentes al ser humano, tan irónicos y contradictorios en el mundo alternativo de Langosta como en la vida real. Qué se le va a hacer, el amor es miope.