Maboroshi, de Mari Okada

MaboroshiEn la adolescencia, frente a la constante revelación del mundo y su consecuente desencanto aparece la ilusión del primer amor y su hazaña desmedida. En mayor o menor intensidad, este cúmulo de emociones en conflicto hacen de esta etapa vital un momento determinante, configurando las ideas de cada persona a través del surgimiento de odios y pasiones. Curiosamente, esta intensidad juvenil de sentimientos desbordados es representada en numerosas películas y series anime, permitiendo hallar en ellas un espejo donde reconocer unas mismas angustias. Por ejemplo, una imagen muy recurrente es la de situar al protagonista en la última fila de clase mientras este está mirando por la ventana, adoptando una especie de perfil hopperiano, incomprendido por un entorno que reduce su posición en él. Paradójicamente, esta misma posición dramática es la que adquiere la obra de Mari Okada frente a sus coetáneos, especialmente con Maboroshi (2023), su último largometraje, que existe como una ilusión emborronada por la suma de estos sentimientos ya mencionados.

Ligada al trabajo del director Tatsuyuki Nagai —Ano Hana (2011), El himno del corazón (2015)—, Okada ha confeccionado una serie de guiones donde las encrucijadas amorosas de la juventud son situadas en primer término. La dignidad con la que la creadora se acerca a sus personajes rivaliza con la trivial desgana de los arquetipos habituales del género. Sin embargo, su primer gran hallazgo resulta en Maquia, un historia de amor inmortal (2018), el que fue su debut en la dirección; una película desplazada de las aulas —tratándose de una historia de fantasía medieval— que permite localizar con más precisión sus inquietudes en una protagonista profundamente marcada por el deseo de vivir más allá de su realidad. Ante todo, la autoría que distingue a Maquia reside en su marco narrativo, ofreciendo un relato íntimo y desgarrador sobre la estima y el dolor.

Maboroshi

En la misma línea, Maboroshi encuentra sus virtudes en su fondo dramático, esta vez más retorcido y voluntariamente extraño. La historia sigue a Masamune Kikuiri, un chico de catorce años atrapado en un pueblo del que nadie puede salir debido a una extraña explosión que sucede en una acería. Durante ese periodo de tiempo, se enamora de la chica a la que dice odiar en un primer momento: Atsumi Sagami, una compañera de clase. Ignorando la primera incógnita, la primera mitad de la película desarrolla la relación de estos dos personajes junto a su grupo de amigos. Allí, el surgimiento del amor viene acompañado de los interrogantes que ofrece su desconocimiento; donde los enamorados realizan ese hallazgo en precisas gestualidades y miradas esquivas. La fascinación con la que Okada focaliza esta primera erupción sentimental —donde es posible establecer un símil con el propio incidente de la fábrica— es realmente cuidada e incisiva. Por ejemplo, en un momento dado, uno de los amigos del protagonista dirige la atención de sus colegas (y a su vez, del espectador) hacia la parte trasera de las rodillas de sus compañeras de clase, alegando lo mucho que le excita ver eso. Esta apreciación —evidentemente, fuera de lugar y propia de un adolescente—, en el fondo, permite acercar ese descubrimiento hacia la intimidad desde el punto de vista de los protagonistas y su lógica hormonal. Para reforzar esto, en otra secuencia, el grupo de amigos de Masamune juegan a desmayarse entre sí apretándose el pecho unos a otros; el por qué es un misterio propio de la edad, pero nada más lejos de la realidad, la directora examina esos comportamientos y los dota de sentido en la propia narración emocional. La suma de estas pequeñas partes enriquecen el fondo de la obra, acercando su mundo en una serie de imágenes y fijaciones sumamente sugestivas.

A medida que las incógnitas que rodean la acería se empiezan a esclarecer, la película se expande hacia nuevos frentes que funcionan en sintonía al poso emocional de sus personajes. De esta forma, Maboroshi dirige la atención sobre la incertidumbre del futuro, estableciendo una consonancia demoledora entre la adolescencia y el fin del mundo. Para ello, el tono que adopta refuerza su trascendencia, excediéndose en diálogos que subrayan el pesar emotivo de los jóvenes que enfrentan lo inevitable.

Maboroshi

En la película de Okada hay algo reconocible de la explosividad juvenil de Fooly Cooly (2000) y la deriva de Sonny Boy (2021), pero en su esencia, Maboroshi responde a su propia visión creativa, dando lugar a una cinta sobre el descubrimiento inducida de pasión y misterio. Como un primer amor que no se puede olvidar.

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