Las banshees ya no gritan
Almas en pena de Inisherin ha logrado colarse entre las diez películas favoritas de Miradas de este año, una excusa perfecta para volver a hablar de esta maravillosa película que, casi un año después, sigue despertando incógnitas que invitan a visitar de nuevo la isla ficticia de Inisherin.
Tras un importante recorrido en festivales e infinidad de nominaciones, entre ellas al Óscar a la mejor película, además de ganar varios premios como el Globo de Oro a mejor película de comedia o musical (quizás más por comedia, aunque también es cierto que el personaje de Brendan Gleeson toca muy bien el violín), el 22 de marzo de 2023 por fin se estrenó en los cines de España. Almas en pena de Inisherin es el cuarto largometraje de Martin McDonagh en su dispersa filmografía y, en parte debido a que comparten la pareja de actores protagonista Colin Farrell y el mencionado Brendan Gleeson, guarda ciertos paralelismos con su debut Escondidos en Brujas (In Bruges, 2008). Construyendo de nuevo una temática en base a una amistad, en el caso más reciente McDonagh busca un escenario más mundano (al menos en apariencia) y en lugar de asesinos a sueldo escondiéndose en Brujas tenemos a un granjero y un violinista deambulando por los senderos y acantilados de Inisherin. Es en esta tranquila isla donde el director irlandés consigue elevar una de las características que se repiten a lo largo de su filmografía, que es encontrar la grandilocuencia en la cotidianidad, que los problemas internos y más personales cobren el peso que se merecen y se antepongan a todo lo demás.
Nada más empezar, Pádraic (Colin Farrell) camina alegre bajo la luz del sol por los tranquilos campos de Inisherin, estas imágenes acompañadas por una melodía que augura un futuro optimista, hasta que el simpático granjero llega a la casa de su mejor amigo Colm (Brendan Gleeson). Cuando llama a la puerta, no sucede nada, a lo que mira por la ventana y ve que su amigo está dentro fumando. “¿Vienes al pub, Colm?”, pregunta Pádraic, pero la única respuesta por parte de Colm es otra calada a su cigarro. Con este gesto diminuto se pone en marcha el argumento, cambiando la melodía alegre por una música más misteriosa y melancólica acorde al estado anímico en el que se mantendrá Pádraic para el resto del filme, triste y confuso. Colm ya no quiere volver a hablar con Pádraic, prefiere invertir el tiempo en crear música para ser recordado que en las conversaciones banales que le ofrece el granjero. Tal es su rechazo que hasta amenaza con cortarse los dedos si Pádraic no deja de hablarle, una decisión drástica que materializa la problemática que Colm percibe en su amigo, considerando que su compañía le impide prosperar como violinista. La ruptura repentina de esta amistad sacude a Inisherin y parece ser lo único relevante para los isleños, hasta el punto de ensombrecer la guerra civil de Irlanda que en ocasiones puede oírse a lo lejos. En este contexto, McDonagh filma la incomodidad del conflicto y su constante presencia en la pequeña isla, acentuando las distancias y separaciones entre ambos amigos, enfatizando cada gesto (o ausencia de ellos) y mirada. Así, la exquisita fotografía de Ben Davis, además de capturar los paisajes dotándoles de gran belleza y al mismo tiempo de un aura misteriosa, nos deja planos para el recuerdo que pueden resultar tan tiernos como desoladores. Por poner algunos ejemplos, cuando Padraic se cruza con Colm y este ni siquiera le dirige la mirada, la reiteración de planos en la que ambos amigos están separados por una ventana o, un favorito personal, la burra Jenny y el perro Sammy juntos bajo la lluvia fuera del pub.
Y es que no podemos saber qué piensa Colm. Según él, las banshees ya no gritan para anunciar la muerte de alguien, solo se sientan y miran. Y puede que esa sea la causa de la desastrosa amistad de los protagonistas, porque, haya o no banshees en Inisherin, ni Colm ni Pádraic ni nadie en la isla parece querer hablar de los problemas. Ignoran los temas desagradables como ignoran la guerra. “A lo mejor está deprimido”, le susurra Pádraic a su hermana Siobhán (una fantástica Kerry Condon), como si de un tabú se tratara. Pero entonces, ¿Es realmente Pádraic tan “bueno” como él dice? El granjero omite cualquier tema conflictivo y ni siquiera es capaz de escuchar a su hermana, que también tiene que lidiar con su propia crisis, o a Dominic (Barry Keoghan), el único que parece querer consolarle a pesar de la vida tan difícil que le ha tocado. ¿Realmente ha habido un cambio en Colm o simplemente Pádraic era demasiado inocente para ver el lado más egocéntrico de su amigo? En un arrebato de desesperación el propio granjero dice “Tú antes eras bueno. O no lo eras? Oh, no. Quizás nunca lo fuiste”. Siobhán, aunque enfadada, parece entender a Colm e incluso se larga de la isla en busca de una vida más plena. ¿Ha conseguido así librarse de un futuro similar en el que se cortaría los dedos para evitar a alguien? ¿Podría Dominic también haber evitado su nefasto destino?
En fin, el berrinche de estos dos amigos no ha pasado desapercibido. Para bien y para mal, ha dejado huella en Inisherin y, por lo menos, el filme se ha ganado un puesto en el top de Miradas. No sé si esto hará que Colm sienta algún consuelo en su crisis vital, o si ayudará en algo a Pádraic, pero como diría el granjero en su escueto léxico: “Eso es genial, es más que genial… ¡es muy genial!”