Tres pares de piernas descansan sobre una cama. Tres mujeres viendo una película. Tres generaciones compartiendo un instante que, por algún motivo, se siente importante.
La ópera prima de María Zanetti podría encapsularse perfectamente en este plano inicial. Alemania, más que una película, nos transporta a un momento muy concreto en la vida de su protagonista. Si tuviéramos que hablar de su argumento, podría decirse que va de cómo Lola intenta reunir el dinero suficiente para poder irse de intercambio a Alemania (su vía escapatoria), pero en el fondo eso es tan solo una excusa. El viaje es el pistoletazo de salida que Zanetti buscaba para sumirnos en el día a día de una joven de 16 años en la Argentina de los 90.
Con su primera película, la directora pone un mimo y cuidado notables en construir una vida que se sienta creíble. Decenas de planos detalle cubren los pasajes de la historia, reparando en pequeños objetos que van desde una simple chocolatina rompiéndose delicadamente en las manos de la protagonista, hasta la luna rota del coche del padre de Lola, principal medio que tiene para salir de casa y que ejerce como recordatorio constante de su apretada situación económica. De este modo, casi como ya hicieron a su particular modo películas como Call me by your Name o La ciénaga, Alemania confecciona poco a poco una suerte de DeLorean fílmico que sabe a verano, usando a su entorno como un narrador más.
Como todo buen coming of age que se preste, este viaje al pasado va más allá de la propia ambientación, haciendo especial énfasis en la propia vida de la protagonista. La película establece toda una serie de conexiones a lugares donde ir de fiesta o hacerse su primer piercing. Estos lugares que todos tenemos en nuestra memoria como pequeños tótems o santuarios de nuestra adolescencia, aquí también reflejan el leitmotiv más fuerte de la película: el de la cotidianidad de una adolescente en Argentina.
Los problemas de Alemania empiezan a venir cuando nos separamos de su ambientación. Es tan evidente el esfuerzo puesto en recrear este momento vital suspendido en el tiempo, que el resto de elementos narrativos se sienten deslavazados. Esto no quiere decir que la película esté vacía o exenta de cosas que decir, pero en la búsqueda de crear esa tridimensionalidad cotidiana, se pierde algo de cohesión narrativa.
Zanetti parece esperar que los silencios y lo que se sugiere de ellos llenen los vacíos del texto, pero el resultado termina siendo una ristra de personajes sin mucho arco ni desarrollo que se sienten secundarios en la vida de la protagonista. De hecho, precisamente porque no tiene una constancia de acompañantes que se desarrollen junto a ella en su viaje, terminamos la película sin saber muy bien quién es Lola, porque no tiene a nadie con quien pueda compartir ni reverberar sus emociones. Temas tan potencialmente interesantes como la familia, la salud mental, la amistad o el primer amor, están presentes solamente de manera tangencial, estorbándose unos a otros más que complementarse ya que, al no tener un desarrollo mínimo o calado sustancial en la protagonista, se sienten ideas atrapadas en lo cliché.
Estas fallas que, si bien comprensibles en una ópera prima, terminan en última instancia restándole impacto emocional a un estilo de obra que, precisamente, es lo que más necesita para no sentirse otro coming of age más.