Tratamos demasiado bien a las mujeres, de Clara Bilbao

Tratamos demasiado bien a las mujeresSi todas las guerras son absurdas, quizás tenga todo el sentido del mundo que el acercamiento que podamos tener a ellas desde el cine sea también desde el absurdo. Pero esta gran absurdez inherente a cualquier guerra se revuelve convirtiéndose en miedo, lástima, perplejidad, desesperación y seriedad en la vida real. Tratamos demasiado bien a las mujeres permite escapar de la vida real, o tal vez permite observar la vida real a través de un escaparate trucado por la dirección de Clara Bilbao. Para entrar en el discurso de Tratamos demasiado bien a las mujeres no te va a quedar otra que aceptar el color de la comedia que impregna un conflicto que pudo ser muchas cosas, pero no gracioso. Un conflicto que, sin duda, como tantos otros, como todos, fue absurdo. Solo por ser absurdo es lógico (y brillante), como decía antes, abordarlo desde el absurdo, desde la comedia de un color trágico, del color del luto.

Tratamos demasiado bien a las mujeres comienza con un grupo de guerrilleros perdidos en las montañas próximas al pirineo francés. El líder del grupo (Isak Férriz) obliga a un compañero herido de muerte (Felipe Pirazán) a recitar poemas durante toda la expedición de llegada al pueblo más cercano: la idea es tomar el pueblo y continuar el camino hacia Francia. Paralelamente, en esa aldea de nombre (aún) desconocido viven Remedios Buendía (Carmen Machi) y su hermano (Luis Tosar), de difícil comunión ideológica. Remedios saldrá de casa a recoger un paquete y, a partir de ese momento, una especie de desquicie colectivo atravesará cada intervención de cada escena. Un delirio sangriento orquestado por Remedios Buendía, una mujer casada con los valores del régimen franquista y prometida, al parecer, con un capitán del bando nacional. Fusil en mano, el grupo de guerrilleros se asienta en la estafeta de correos y comienzan los disparos y los disparates. El estallido y sinsentido de la presencia de las águilas negras.

Tratamos demasiado bien a las mujeres

El reparto de la película es excelso. Con un Antonio de la Torre muy profesional que supura veteranía en la interpretación de un claro tipo de personaje: el más cuerdo, pero también el más irritado y trastornado por la vida. Su relación con Óscar Ladoire, piedra de toque (y de toque de humor) de la película, recuerda a la que mantiene con Chema del Barco en El plan (Polo Menárguez, 2019), película desconcertante y sumamente oscura hasta el final. Diego Anido y Julián Villagrán demuestran nuevamente sus geniales aptitudes para sostener y edificar una película con un poso menos amargo gracias a sus interpretaciones. Isak Férriz, Gonzalo de Castro, Camilo Rodríguez y, más brevemente, Luis Tosar también dan en la tecla para lograr una armonía pertinente de guion. El joven Ayax Pedrosa vuelve a demostrar que la cámara le quiere y, por último, Carmen Machi, ya que la película es una vuelta constante a Carmen Machi (a dónde está, qué hace, qué piensa, qué trama), es imposible que deje indiferente a nadie: celebra muertes como quien celebra goles y no puede aguantar los gases escondida dentro de un confesionario. Es mala, es muy mala. Es el fascismo vestido con un traje de novia repleto de sangre: solo por eso, ya es icónica.

Yo salí del cine con un “madre mía” en la boca y con un “dicen que es malísima, la gente se sale antes de que termine” en el oído. De los pocos que estábamos en esa sala pasada ya una semana desde su estreno, dos decidieron huir a la mitad, es verdad, por lo tanto, que lo que le oí decir al acomodador tras salir de la película tiene cierta correspondencia con mi propia experiencia. He estado pensando mucho en ello. Tratamos demasiado bien a las mujeres no es una película para abandonar antes de que termine, a pesar de la extrañeza y la sensibilidad que te pueda despertar el hecho de que esté inspirada en el acontecimiento más horrible de la historia de nuestro país. Al más puro estilo Álex de la Iglesia y su Balada triste de trompeta (2010), Clara Bilbao debuta como directora con unas ideas muy claras y revolucionarias. Unas ideas tan claras que desconciertan. Para eso se hace y se ve cine también (yo creo): para hacernos preguntas, para reírnos inocentemente por dentro de no tener ni idea de lo que pensamos después de una película porque a lo mejor es muy difícil tener idea y opinión de todo y el simple hecho de que algo te desubique de vez en cuando también es válido y está bien. Gracias a Clara Bilbao por su valentía, entonces. Por desubicarme, por sacarme más de varias risas a pesar de todo. Por hacernos pensar y, ojalá, iniciar un pensamiento colectivo que no se quede más veces a la mitad. Pero, eso ya… ¿de quién depende?

Balada triste de trompeta