La cineasta italiana Alice Rohrwacher, que recoge el premio honorífico del Festival de Cine de Autor de Barcelona este abril, presentó su ópera prima en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes en 2011, logrando una admirable recepción por parte de la crítica. Tras especializarse en guion en la escuela Holden de Turín y dirigir parte del documental Checosamanca (2006), Corpo Celeste (2011) supuso su primera incursión en la ficción, obteniendo el Nastro d’Argento (Cinta de Plata) a mejor dirección novel, uno de los galardones más antiguos de Europa otorgado por el sindicato de críticos italianos.
Marta, interpretada por una joven Yle Vianello, también presente en La quimera (2023) como la espectral Beniamina, se acaba de mudar a Regio de Calabria junto a su hermana y su madre tras pasar diez años en Suiza. Las clases de preparación para la confirmación parecen el espacio idóneo para relacionarse con gente de su edad, pero Marta, que se siente diferente al resto, se revelará ante el dogma cristiano esforzándose en descubrir el mundo por sí misma. El punto de vista se centra en ella, recordando a las protagonistas femeninas de los hermanos Dardenne en películas como Rosetta (1999) o El silencio de Lorna (2008), donde una cámara invisible nos mostraba en primera persona el dramático devenir de ambos personajes. En Corpo Celeste, acompañamos a Marta en su deseo de conocer la realidad a través de la observación del comportamiento adulto, mostrándose curiosa y despierta ante todo lo que ocurre a su alrededor.
A caballo entre la infancia y la adolescencia, la joven de 12 años todavía comparte cama con la madre, pero también la observamos usando el sujetador de su hermana mayor a escondidas, habitando el limbo entre estas dos fases de la juventud. Su actitud rebelde choca con la del resto de compañeros, atentos ante la palabra de Santa, la mujer que se encarga de la catequesis y que parece estar obsesionada, no solo con Jesús, sino también con el cura don Mario. El sacerdote, que simboliza aquí la decadencia eclesiástica, es un hombre triste y enfadado, más preocupado por cobrar los alquileres de sus propiedades que por el buen funcionamiento de la iglesia. El ansia de reconocimiento deja a un lado sus funciones como párroco: supervisar los preparativos del inminente evento e ir a buscar un tradicional crucifijo al pueblo vecino para reemplazar las luces de neón que iluminan el altar en forma de cruz. Su incompetencia a la hora de resolver las sencillas labores que le corresponden ahonda en la idea del declive clerical, también presente en el ímpetu festivo con que se intenta introducir a los más jóvenes en este cosmos obsoleto, a base de cánticos y coreografías irrisorias.
Corpo celeste significa para el espectador una puerta de entrada al universo Rohrwacher: la directora asienta las bases de su obra presentando temáticas y estrategias fílmicas que le han servido como punto de partida para investigar sobre fondo y forma a lo largo de su filmografía. Su obsesión por el folclore está presente desde el inicio: la cinta se abre con una celebración religiosa que arranca en plena noche, mostrando una panorámica de las gentes del pueblo. Una comunidad humilde que es analizada a través de la familia protagonista, cuya ausencia paternal acaba señalándola, en cierto modo, como fuera de lo común. Asistimos a la irrupción de la modernidad en una testaruda sociedad que vive anclada al glorioso pasado católico, pero que a comienzos del siglo XXI tiende a la ineludible transformación impulsada por las nuevas generaciones, cada vez más ajenas a la fe espiritual.
La estética documental, plagada de planos secuencia, con una persistente cámara en mano cercana a los personajes y la ausencia de luz artificial, marca fuertemente el cine de Rohrwacher, convirtiéndose en discípula inevitable del neorrealismo italiano. Su interés por lo sobrenatural tiñe cada uno de sus trabajos de un halo mágico cercano al cuento de hadas. La insistente búsqueda del milagro en Corpo celeste, sostenida por el fanatismo de Santa, no acaba dándose en el espacio sagrado: será la cola amputada de un lagarto lo que cerrará el filme de una forma sencilla, situando la maravilla del fenómeno en el ámbito terrenal. De esta manera, la autora subraya el carácter natural de lo extraordinario; el asombro ante lo inexplicable tiene lugar en nuestro mundo, y no necesariamente en el más allá. Marta acaba huyendo de la esperada celebración para adentrarse en las profundidades oscuras del agua prohibida, de la que fue desterrada anteriormente por uno de los feligreses. Ella, vestida de blanco, escapa del adoctrinamiento religioso para darle espacio a sus propias preguntas, tomar sus propias decisiones y emprender esta nueva etapa vital sintiéndose libre, aunque esto suponga ir en contra de todos.