Pulpo Fiction
Es innegable la influencia nipona en Deep Sea: Viaje a las profundidades, de Tian Xiaopeng. Las peripecias de un barco-restaurante submarino nos remiten automáticamente a referentes como El castillo ambulante, de Hayao Miyazaki, y su coprotagonista, el estridente chef ladrón Nanhe, a la tripulación siempre al borde del ataque de histeria de la serie One Piece. Pero sería injusto acudir al sobadísimo tópico de la capacidad china para el plagio. La historia es universal y muy pertinente, ahora que los libreros recomiendan Catabasis: el viaje infernal en la antigüedad, de Miguel Herrero de Jaúregui.
En un crucero por ese mar que se disputan China y Japón, la joven Shenxiu, joven introvertida que añora a su mamá tras el divorcio de sus padres, inicia una aventura subacuática a la manera de un Orfeo. Para encontrar a su Eurídice particular debe perseguir a un pulpo de mil ojos y cien cabelleras, una especie de górgona informe que habría hecho las delicias del John Carpenter ochentero. Se encuentra allí con un catálogo de personajes alucinantes por su naturaleza y por la excelencia de su diseño: morsas, focas, castores, peces parlanchines… que desfilan a toda pastilla, con un espectador que, como en el cine de Miyazaki, es incapaz de retener tanto virtuosismo. Filmada en 3D con un presupuesto asombroso, la animación responde a esa velocidad del siglo XXI que tan desconcertante resulte para los nacidos en el siglo pasado, siempre temerosos de caer en un ataque epiléptico. En su descenso al infierno subacuático, Shenxiu deberá desembarazarse de la culpa paralizante por la que se acusa del divorcio de sus padres. Ahora que en China se ha acabado la política del hijo único, diríase que se empiezan a remover traumas familiares que se ocultaban en las fosas abisales de su peculiar organización social.
Deep Sea: Viaje a las profundidades finaliza, por otra parte, en un drama tan griego como el de Orfeo y Eurídice, por lo que muchos acabamos con un nudo en la garganta. De hecho, en el pase, un par de menores de edad pidieron a sus padres que les sacaran de la sala, incapaces de soportar el diseño de los monstruos marinos, el rictus psicópata de Joker de Nanhe, y la alegría con la que se transforma a los seres vivos en comida, que pesaron más en la lonja de sus sentidos que la adorable y achuchable fauna marina. Obviamente, hay un salto cultural entre la mitología monstruosa china y la occidental. Pero no es menos cierto que los seres de corazón puro percibieron que este cuento para niños es mucho más para adultos de lo que parece. Ojalá pronto la incruenta guerra chinojaponesa en el campo de batalla de la animación despliegue un nuevo armamento.