Como un espejismo o un sueño, la realidad y la ficción se mezclan en una imagen borrosa, en el recuerdo o la duda de su alcance. Esa línea que separa una de la otra es uno de los dilemas a los que acude regularmente el director Hong Sang-soo, rizando el rizo de una obra que reflexiona sobre su propia condición. Ante esta insistencia, cabe la posibilidad de ignorar su virtud en pos de asumir un cine vertebrado por esa idea. Nada más lejos, la obra del coreano resiste a ser devaluada por su constante renovación, puliendo la mirada sobre esa frontera seductora, que en esta ocasión, adquiere la forma del mar y el horizonte.
En poco más de sesenta minutos, In Water (Hong Sang-soo. 2023) circula alrededor de una película que no vemos, que todavía no existe del todo y se desdibuja en planos fuera de foco. Sus tres personajes principales, interpretados por Shin Seok-ho —quien adopta el papel protagónico tras Introduction (2021)—, Kim Seung-yun y Ha Seong-guk —también, rostros habituales en su filmografía reciente—, comparten estancia en un pueblo costero con la idea de rodar un cortometraje. El primero es un actor que busca realizar su primer proyecto tras la cámara, la segunda es una actriz que accede a ayudarlo y el tercero es un director reconocido. Estos tres individuos comparten roles habituales en su cine, repleto de artistas, escritores o poetas que atraviesan una crisis creativa o moral. De esta forma, la inquietud que asalta la propia concepción de la película se traslada desde su narración, abordando el conflicto de forma paralela para hacer reconocible la voz del creador desde dentro.
Entre amigos, el cine de Hong Sang-soo parece existir de la misma forma que el que quieren hacer los protagonistas de In Water, desde la máxima transparencia, convirtiendo el proceso en la propia película y el ensayo en la misma verdad. Sin lugar a dudas, este acercamiento a la crudeza es reconocible desde sus habituales leitmotiv musicales, rasgados por una grabación que acentúa su melancólica distancia. Sin embargo, el encanto más distintivo recae sobre el tratamiento de la imagen y la distancia focal, adoptando esa cualidad acuosa que difumina sus perfiles. Este uso refuerza la idea en torno a la representación y el punto de vista, haciendo de la disposición de cada plano un boceto de algo que no está definido del todo, como la misma idea de llevar a cabo la película en cuestión.
En una última imagen absolutamente sobrecogedora, donde un personaje se desvanece ante la inmensidad, un paneo de cámara lateral subvierte toda expectativa, configurando el mismo dispositivo cinematográfico como si de un milagro se tratase. Ahí, el cineasta logra uno de sus mayores aciertos —recordando, en otros términos, al final de La novelista y su película (2022), donde se da a entender que Kim Minhee ve la misma película que el espectador veía hasta ese momento, saliendo de la sala de proyección—, dotando la poética del conjunto como una hermosa alegoría al acto creativo y la propiedad de su ejecución. Del mismo modo, también reivindica la vida implícita del cuerpo fílmico como entidad, transmutando su condición a través de su acercamiento y ruptura para desvelar el prisma en el que cree, donde ambos mundos confluyen en uno solo.
Esta especie de resaca emocional desemboca tras el final de In Water, donde el espectador se acoge a esa inmensa plenitud de contemplar el mundo como algo más grande o valioso de lo que se ve a simple vista, como es posible descubrir en toda orilla que desde ahí empieza el mar.