El pueblo costero de Littlehampton vive el mayor de los escándalos cuando unas indecorosas cartas empiezan a llegar de forma anónima a la dirección de Edith Swan, una devota vecina de la apacible localidad. Las acusaciones de la señorita Swan y su familia tienen como principal sospechosa a su vecina Rose Gooding, un espíritu libre, impulsivo y deslenguado. Tal acusación podría llevar a Rose a la cárcel, y lo que es peor, hacerle perder la custodia de su hija. Con esta detención la policía da por cerrado el caso, pero la avispada agente de policía Gladys Moss tiene la intuición de que falta alguna pieza e investiga incansable para descubrir la verdad. Tras el arresto la prensa se vuelve loca por esta suculenta noticia, pero lejos de cesar las cartas siguen llegando, no solo al domicilio de Edith, sino a la mayoría de habitantes del pueblo. Cartas explícitas y de un lenguaje absurdamente obsceno que escandalizan a todos los vecinos.
Comedia inglesa con un guion ligero que pasa con buen ritmo y una puesta en escena que se adapta al pintoresco pueblo y la ambientación costumbrista de época. Pequeñas cartas indiscretas se sitúa en los años 20 del siglo pasado, en la inmediata postguerra de la Gran Guerra. Una época en la que ser madre soltera era la más grande de las deshonras y donde tener control sobre tu propia vida un desafío al sistema. Un momento en la historia dónde los hombres muertos en el frente se lloraban como héroes y las mujeres que habían mantenido a sus países en pie eran nuevamente relegadas a la esfera privada.
El pueblecito se presenta como un entramado social entrelazado por las relaciones femeninas que se establecen entre los espacios habituales del hogar, en el ámbito privado, y la iglesia, en aspecto público. En la película hay un par de personajes, que desafían los lugares que a priori les pertenecen: Rose y la agente Moss. Una pasando más tiempo en el bar de lo esperado en una “buena” madre y la otra intentando encajar en el cuerpo de policía. Las cartas irrumpen para romper algunas de esas normas. La norma de los espacios que se les permite habitar a las mujeres y la norma del lenguaje que se les permite usar. A lo largo de la película son pocos los personajes masculinos que aparecen y en su mayoría parecen mostrar un espíritu opresor.
Si realmente hay un buen motivo para acercarse al cine a disfrutar de Pequeñas cartas indiscretas son sin duda sus dos actrices protagonistas, desde la energética y desvergonzada Jessie Buckley, hasta una divertidísima Olivia Colman que es capaz de plasmar el mayor abanico de emociones en su gestualidad, como si no costara esfuerzo alguno. No es la primera vez que estas dos actrices trabajan juntas, ya coincidieron en La hija oscura (2021) de Maggie Gyllenhaal. En esa ocasión no compartieron pantalla, ya que ambas interpretaban el mismo papel en distintas líneas temporales. Esta vez se las presenta como dos caras de la misma moneda, pero de algún modo sus experiencias comunes las definen cómo a una sola.
En este intercambio de visiones femeninas es fácil etiquetar a cada personaje, del mismo modo que lo hace su propio entorno: la furcia, la solterona o la mojigata. Es complicado tratar de caminar en la piel de la otra, pero es curioso el poder que puede llegar a tener empezar a comportarse de la misma forma que él dé al lado, cuando su comportamiento nos resulta liberador, de la misma forma que Edith termina mimetizándose con Rose. A pesar de todas las diferencias entre ambas, que a priori parecían tan alejadas, se reconocen la una a la otra. Por desgracia, en un sistema de opresión estructural hay experiencias que son universales y sin saberlo las dos han andado el mismo camino. Cuando Edith y Rose se miran lo comprenden.