Otra historia de pastores
Si se tiene la fortuna de cruzar alguno de los altiplanos del Himalaya, uno puede admirar la imagen imponente de las altas cumbres o la belleza de los pequeños valles en los que un curso de agua da pie a un brote de color de la naturaleza y, tal vez, a unos cultivos. Sin embargo, más sorprendente aun, es la presencia de esos pequeños núcleos habitados, en ocasiones no más de dos construcciones agregadas, en medio del desierto. La vida se impone aun en los rincones más abruptos, más secos o más fríos del planeta. Y, habiéndolo conseguido otros animales, el hombre también se ha esforzado en ello.
El esfuerzo de tales personajes implica adaptación física a alturas cercanas a los 4.000 metros, resiliencia ante las adversidades y también una convivencia con la Naturaleza y los demás seres que allí habitan, incluidos aquellos que pueden resultar enemigos.
Snow Leopard trata, precisamente, de ello. De pastores que viven alejados del mundo que conocemos y de su relación con un mundo que nos es desconocido. Y de otros seres, que ven amenazado su hábitat y su supervivencia. Y nos da una clara lección sobre el conflicto con unas pinceladas de la solución. No es, sin embargo, un documental sobre la cordillera asiática, sobre las tribus de la meseta tibetana ni sobre zoología. La cinta de Pema Tseden es una obra sobre las relaciones de los humanos y los animales y también de las relaciones entre humanos. La cinta arranca con un equipo de televisión, un grupo de jóvenes chinos, que viajan por el altiplano para encontrarse con un monje budista que sigue a los leopardos de las nieves. El azar hará que en el domicilio familiar del monje un leopardo haya matado nueve carneros y esté ahora en un foso dónde ha quedado atrapado. Tseden relata el enfrentamiento entre el pastor que ha perdido parte del rebaño y los representantes municipales que le instan a liberar el animal por tratarse de una especie protegida. Frente a ellos están el monje, hermano del pastor, que optaría por la liberación y el anciano padre, temeroso de las represalias del gobierno chino. Tseden mantiene, como el propio equipo televisivo, cierta equidistancia entre unos y otros, manteniendo la fascinación hacia la bella fiera pero dejando muy clara la fragilidad de la vida humana, absolutamente vinculada a la pervivencia de su rebaño. La indefensión de los tibetanos no queda delimitada sólo por su pobreza y por el entorno natural (habitantes de una cabaña en precarias condiciones, cubiertos por una especie de mantas, la mujer con el bebé a cuestas…) sino por su inferioridad frente a una administración china que, como el director hace patente, no habla su idioma, no mantiene sus creencias religiosas y se rige por normas burocráticas más que por la lógica de las montañas.
Pema Tseden, en la que sería su obra póstuma, confronta así al furioso pastor con los rígidos funcionarios aunque no renuncia al sentido del humor que enriquece la sencillez de la anécdota. Así, para cumplir las leyes de la hospitalidad, el anciano insta a su furioso hijo a ofrecer comida a sus “invitados” quienes, a su vez, serán renuentes en aceptar tal ofrecimiento y deberán ser convencidos por la mujer del pastor de su obligación. En paralelo, el equipo de televisión no sabe como reaccionar y evita salir de su área de confort, comiendo pasteles de cumpleaños (ante la indignación del tibetano afectado), mirando vídeos de leopardos o haciendo frustradas llamadas de teléfono (como sucediera con el equipo documentalista de El viento nos llevará de Abbas Kiarostami, con la que esta cinta tiene puntos de contacto). Será el joven monje, por su parte, en una conexión espiritual con el leopardo asesino, que comprenda las necesidades de éste, pero le haga llegar también las propias, en unas secuencias que tienen más de onírico que de esotérico.
Snow Leopard podría parecer una obra menor, como buena parte de la filmografía asiática situada en remotas zonas rurales (sean en Tibet, Mongolia o China), limitada a la contemplación de lo exótico por parte de los espectadores occidentales. Sin embargo, la habilidad de Pema Tseden en hacer confluir la comedia con la mirada hacia la diversidad (humana y animal) mantiene el interés del espectador y le confiere un notable atractivo.