Tras años de inmunidad amparada por la complicidad de la élite política e intelectual francesa, el prestigioso escritor Gabriel Matzneff veía como en enero de 2020 su imagen pública se desmoronaba tras la publicación de El consentimiento, de Vanessa Springora, crónica de la relación sentimental que ambos mantuvieron cuando ella tenía 14 años y él 50. El libro, que no escatima detalles en cuanto al abordaje y la manipulación psicológica del escritor adulto sobre la joven, así como sobre sus encuentros sexuales, provocó un tsunami mediático en Francia poco antes de que el covid lo acaparase todo. La directora Vanessa Filho, que declaró haberse sentido atacada visceralmente por las imágenes que la lectura del manuscrito suscitó en ella, lleva ahora a la gran pantalla la historia de Springora, contando para su adaptación con la colaboración de la propia autora.
La película, con un estreno sorprendentemente residual, al menos en cuanto a la cartelera catalana se refiere, aterriza en un momento en el que la discusión por categorizar el término consentimiento y deshacer las múltiples ambigüedades que presenta está en el centro del debate. Frente a la Ley del “Solo sí es sí”, que entró en vigor en España en Octubre de 2022, la filósofa y escritora Clara Serra invita en su ensayo El sentido de consentir (2024) a reflexionar sobre las dificultades para hallar una definición clara e irrefutable del concepto, planteando que un “sí” puede estar formulado desde la coacción y el miedo a sufrir un daño mayor y que, por tanto, no corresponde necesariamente con la verbalización de un deseo real expresado desde la libertad. En su tesis señala la importancia del contexto a la hora de analizar cada caso particular y apunta hacia la complejidad que plantea la relación sexual donde una mujer puede desear y no consentir y también puede consentir sin desear. Por su parte, Springora expresa en su libro la culpabilidad por haber consentido y deseado la relación con Matzneff, siendo consciente tiempo después de que ésta se había gestado de manera desigual desde un inicio, pues el escritor habría aprovechado su madurez, su posición social y el beneplácito de su entorno para seducir a una muchacha vulnerable, de padre ausente y madre irresponsable, en el periodo en el que ésta forjaba su personalidad. La autora, ya adulta y tras una vida de terapia psicológica para superar todo lo ocurrido, concluía que el error estaba en el planteamiento, lo que había que cuestionar no era su deseo, sino el de él.
Filho traslada a la gran pantalla algunos de los pasajes que relata Springora en su libro, incluyendo el momento en el que la pareja se conoce cuando ella tiene 13 años de edad y acude con su madre a una fiesta que reúne a miembros de la escena literaria francesa, así como el fin de la relación que sucederá tres años más tarde. Con un tono marcadamente efectista, la directora usa la cámara en mano en continuo movimiento, especialmente en el inicio del filme, cerrando el plano y apostando por el uso de iluminación natural. Navegando entre lo real y lo onírico, Filho construye una atmósfera volátil que va de la feliz ensoñación inicial hasta la pesadilla a medida que la relación de los protagonistas se vuelve más tóxica, un detalle que debería remar a favor de un relato construido en base a los recuerdos pero que no innova demasiado en sus decisiones estéticas, funcionando sobre todo por la riqueza del material de base del que parte más que por su brillantez formal o las interpretaciones. Los actores Jean-Paul Rouve y Kim Higelin dan vida a la pareja protagonista, en una actuación correcta pero algo plana en matices, mientras que Laetitia Casta destaca por su interpretación de la madre de Vanessa, una mujer rota, incapaz de lidiar con el conflicto interno que le provoca el amor por su hija y su afán por codearse con la crème de la crème a cualquier precio.
El estilo mordaz de la prosa de Springora, su retrato sarcástico de Matzneff y la fuerza de su discurso quedan algo atenuados en la adaptación fílmica. En cualquier caso Filho acierta en la descripción del marco cultural de la época, el ambiente bohemio francés de mediados de los 80 donde intelectuales y artistas parecían ostentar una categoría moral superior que les eximía de ser juzgados por actos reprochables, hecho que permitió a Matzneff, pederasta confeso que no solo llevaba sus pulsiones a la práctica sino que trasladaba todas esas experiencias a su obra literaria, convertirse en un personaje célebre, un enfant terrible amparado por la élite cultural francesa.
Al igual que en la novela Lolita, de Nabokov, adaptada a cine primero por Stanley Kubrick y posteriormente por Adrian Lyne, o en la más reciente Nina (2024), de Andrea Jaurrieta, la trama plantea una relación asimétrica en la que la parte masculina juega con ventaja. En El consentimiento se añade además la instrumentalización con fines literarios que hiciera Matzneff de su relación con Springora, convirtiendo a la joven en un personaje de ficción al servicio de su obra y sus deseos y provocando en ella una crisis de identidad. Una vampirización de la intimidad de la pareja que incluiría la publicación, sin autorización de Springora, de la correspondencia personal mantenida entre ambos durante su relación. Precisamente la angustia de verse encerrada en esa cárcel de palabras, como ella misma definió, fue el germen para la publicación 30 años después de su versión de los hechos, lo cual serviría para pagar a Matzneff con la misma moneda, convirtiéndole también a él en un personaje encerrado en una historia. Un jaque mate, tanto en lo literario como en lo cinematográfico, que ha precisado un entorno social diametralmente distinto para encontrar al fin su espacio.