Historia de Vivienne
En Jauja (Lisandro Alonso, 2014), Viggo Mortensen encarnaba a Gunnar Dinesen, un danés que viajaba a los confines patagónicos junto a su hija, en una deriva progresiva que recordaba las de Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre, der zorn gottes, Werner Herzog,1972) o Zama (Lucrecia Martel, 2017), europeos con objetivos e identidades desdibujadas y finalmente perdidos en la inmensidad americana, metáfora en ambos casos de su propia pérdida mental. La atractiva aunque desconcertante Eureka (Lisandro Alonso 2023), arranca con imágenes del océano Pacífico frente al cual un indio entona cantos rituales, antes de presentarnos nuevamente a Mortensen, que reaparece como Murphy, un viejo cowboy en busca de su hija, personaje reflejo del de Jauja. Curiosamente, la historia es descartada por el director, la abandona inconclusa, como manifestando que el western le resulta poco relevante, y la limita a una suerte de prólogo al núcleo de la película. El regreso del mismo actor a los espacios y las constantes del western en su segunda película como director parecía dar continuidad a los personajes anteriores de Lisandro Alonso, especialmente porque Mortensen encarna de nuevo a un danés reinventado como hombre del oeste en la California de 1860. Sin embargo, las coincidencias entre ésta y las obras de Alonso son puntuales y, tal vez, rebuscadas por quien esto firma entre las imágenes de Hasta el fin del mundo.
Arranca la película con tres secuencias consecutivas. La primera, la más breve, recoge el paso de un caballero medieval por un bosque. La segunda, la última exhalación de una mujer, Vivienne, ante la resignada presencia de un hombre, Holger Olsen. La tercera, una masacre perpetrada por un psicópata en un poblado del Oeste americano, que aparentemente da pie al inicio de la trama. Curiosamente, aunque el arranque violento, la connivencia entre los poderes locales, la ineficiencia de la justicia (con oficialización de linchamiento incluido) y los trajes de negro entre los capitostes que esperan la construcción del ferrocarril nos lleven hacia Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954) o Forty Guns (Samuel Fuller, 1957), la nueva película toma un rumbo muy determinado a partir de las otras dos secuencias. De hecho, ambas imágenes unen el principio y el final de la historia de Vivienne Le Coudy, la valiente mujer que es el personaje central de la película. Criada en Canadá, hija de un independentista que muere defendiendo su tierra de los ingleses, Vivienne se habituó en su infancia a trotar por los bosques y a soñar con ser una nueva Juana de Orleans. Coincidirá, azarosamente, y ya madura, con un indolente Olsen [1], en el puerto de San Francisco, abandonará a su amante e iniciará una relación con él que le llevará a tierras indómitas más allá de las montañas.
En este sentido, Hasta el fin del mundo se asemeja a Eureka. Los dos personajes atraviesan bosques, cascadas y montañas en busca de un futuro común y, pese a su cercanía a un mundo de violencia, este parece habitar una película distinta. Mortensen, como personaje, se mantiene casi como un espectador, siendo en buena parte un secundario que, una vez llegados a su cabaña, sólo se mueve a petición de Vivienne, cediéndole toda la relevancia de la historia, y manteniéndose al margen, sin especial iniciativa, salvo la que determina su larga ausencia. Como director, el protagonista de Appaloosa (Ed Harris, 2008), nos aparta pronto del conflicto político y criminal con el que arrancara la narración. Es el de Hasta el fin del mundo un montaje lleno de elipsis (tal vez, éstas sí, eco de las obras de Lisandro Alonso) que alterna recuerdos y presente. La cinta no se presenta como una serie de flashbacks, sino que se nos cuenta el pasado como un presente continuo y el presente constituya breves flashforwards. Una vez hemos comprendido el nivel de corrupción que reina en el pueblo y el desprecio que Olsen siente por sus responsables, abandonando el que fuera su hogar, Mortensen abandona también el que pareciera ser el relato central y se concentra durante la mayor parte del metraje en retratar a Vivienne, a una mujer indómita e independiente, a su lucha por imponerse con dignidad en una sociedad brutal y a la hermosa historia de amistad que vive con Olsen. Viggo Mortensen no consigue encontrar el pulso narrativo adecuado, con alguna caída de ritmo en el último tercio de la cinta y, especialmente, en su resolución. Sin embargo, la belleza de las secuencias en que los dos protagonistas establecen su relación es notable. Con la ayuda de una excelente Vicky Krieps, Mortensen traza con acierto el perfil de una mujer singular, que no duda en abandonar a un amante engreído y se dirige a un desconocido cowboy con desparpajo, que arregla el que será su hogar o que se enfrenta a la humillación y la violencia con orgullo y valentía. Mortensen sabe recoger en imágenes la intimidad de los amantes y también con sencillez, pero de modo muy emotivo, la reconciliación tras el traumático reencuentro, simbolizada en un acercamiento de sus manos mientras cabalgan. Vivianne declara ser una mujer libre y querer una pareja que también disfrutara de la libertad, por ello escogió a Holger Olsen. Por ello Mortensen la retrata con admiración y la sitúa en el centro de la historia.
Y el final de la película resulta por ello una suerte de epílogo anticlimático. Como invirtiendo la situación del citado primer episodio de Eureka, se recuperan clichés del western, con un héroe cabalgando tras el villano para vengarse. Sin embargo, como en la cinta de Alonso, estas secuencias se verán impostadas, desprovistas de la fuerza que Vivianne les confería a todas las demás. Mortensen/Olsen es consciente de ello y, como director, no carga las tintas dramáticamente mientras que, como personaje, se limita a una acción tan lacónica como definitoria. “Los muertos no sufren” (título original de la película), dice en cierto momento el protagonista. Fallecida Vivianne, descansando en su tumba tras una vida plena, Olsen evitará acabar con una venganza propia del género. Y se aleja hasta el Pacífico, perpetuando su ansia de libertad, compartida con la pareja que tuvo. Realmente, Hasta el fin del mundo no es tanto una cinta de género como una bellísima historia de amistad y un excelente retrato femenino que llega de la mano de un duro de película.
[1] Otra referencia cinematográfica inevitable, la presencia orgullosa y algo sardónica, aunque avejentada del Frank Hopkins que Mortensen encarnara en Océanos de fuego (Hidalgo, Joe Johnston, 2004), caballo incluido)