El invierno que no cesa
Se detiene un vehículo del que baja un personaje que empieza a avanzar por el llano. El cielo es tan plomizo que no se distingue de la tierra cubierta de nieve. Nure Bilge Ceylan sigue fiel a su estilo y, de hecho, el inicio de Sobre la hierba seca remite al de Lejano (Uzak, 2002), la primera obra que conocimos de él. Si en aquella ocasión seguía a dos personajes de la Anatolia central que buscaban su lugar en Estambul (con la integración de uno y la inadaptación de otro), ahora se centra en un maestro destinado al remoto Este que ansía conseguir plaza en una capital más occidental
Samet trata de sobrevivir en el rincón helado de Turquía en el que, como relata en la suerte de epílogo, no existe más que dos estaciones, un largo invierno y un breve verano que sirve para revelar la hierba seca y quemada una vez la nieve se ha retirado. Comparte piso con Kenan, un compañero de la escuela, y trata de animarse a sí mismo estimulando a los alumnos más aventajados u obsequiando puntualmente a la clase con algunos pequeños regalos. Pese a su interés por alejarse del pueblo, se esfuerza en su trabajo diario y sus únicos, breves, espacios de solaz son las conversaciones con un par de personajes ajenos al trabajo. Sólo la presencia de Nuray, su fuerza de carácter y su atractivo, son capaces de sacudir a Samet de la rutina en la que se siente cómodo.
El escenario, sea la meseta anatólica o la frontera kurda, se revela inhóspito como sucediera en Uzak, en Érase una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da, 2011) o Sueño de invierno (Kis uykusu, 2014). El contexto, con la omnipresente presencia de policía y ejército, revela la opresión continuada que el deep state turco ejerce sobre la sociedad y, muy especialmente, sobre todo ciudadano díscolo al que se puede tratar, si se considera necesario, de sospechoso, criminal o, directamente, de terrorista. Ceylan, fiel a su estilo, ayudado por una fotografía que recoge el ambiente malsano y que amplifica la sensación de encierro de los interiores a los espacios de cielo abierto, marca un ritmo sosegado a la historia e incluso en sus momentos más dramáticos evita que los personajes pierdan los estribos. Sin embargo, de modo discreto, va introduciendo la sensación de amenaza, sea como sonido de disparos en la noche, sean comentarios de la autoridad (la referencia de la policía censurando las compañías que frecuenta Samet), la desaparición inexplicada y sospechosa de un personaje o, directamente, el turbio incidente con asalto policial que costó la pierna a Nuray. Son todos ellos incidentes que se intercalan con la historia principal pero que van definiendo un ambiente constante de malestar social que culmina con la denuncia. Y ahí se sitúa la habilidad de Ceylan puesto que, a partir del momento en que él y Kenan son acusados, la atmósfera de envidias, recelos y traiciones hará presa en ellos y cambiará su identidad, la imagen que tenían de sí mismos y en la que basaban su relación social.
Hábil es también el trabajo de Ceylan y su coguionista (Akin Aksu, cuyas experiencias dieron pie a la historia) en representar la estrategia de acoso y, en cierto modo, vampirización social que se asume, tal vez, con excesiva cotidianeidad. Más indignados que asustados, Kenan y Samet se entrevistan con el delegado provincial de Educación, pero éste, en ese despacho alejado del día a día de los demás, les dispensa funcionarialmente de toda responsabilidad, alegando que la denuncia es banal pero que deben cuidar sus formas. A partir de ahí, ambos evolucionan de una indignación hacia el misterioso denunciante, de un desconcierto por la ambigüedad de la acusación, a una paranoia ante la sospecha de ser la diana de nuevos golpes y, finalmente, a una estrategia de desprestigio mutuo. Samet pasa de ser un profesor dedicado a un maltratador de alumnos para, finalmente, llevar a cabo, en una fría venganza que lanza contra todo, un plan miserable que humilla a sus dos amigos más íntimos.
Sobre la hierba seca acaba por revelarse una historia tan cruel como incómoda para el espectador que puede ver asombrado el cambio de carácter y de actitud de un personaje al que el entorno social transforma de modo tan negativo como radical. En una última vuelta de tuerca, Bilge Ceylan confronta la luz del breve verano con la opacidad hibernal que se adueña de todo, extendiéndose incluso sobre un verano que parece ser un breve espejismo, tras el cual reaparecen la nieve y las heladas. Un invierno que hiela a Samet y a toda la sociedad, un frio que recuerda lo que fue en lugar de lo que pudo ser, lo que será en lugar de lo que podría ser. Aunque Samet pueda finalmente huir del poblado, sabe que seguirá llevando el frio dentro de sí.