La popularidad en muchas ocasiones puede ser un arma de doble filo. Si bien es cierto que posibilita que un producto pueda llegar mucho más lejos, también lo hace susceptible a desprestigiarse o diluirse en una ristra de clones casi homeopáticos, carentes de, precisamente, aquellos elementos que lo hicieron destacar. Tarot es un ejemplo de esto. Todo un recordatorio de lo frágiles que son las fórmulas del éxito, si es que estas si quiera existen…
Cogiendo el testigo de clásicos del género como Destino Final o The Ring, Tarot vertebra su propuesta desde la ironía dramática que supone el conocimiento previo de que vas a morir. Aquí, un grupo de universitarios que celebraban un cumpleaños en una mansión que habían alquilado, se descubren presos de una vetusta maldición al encontrar una macabra baraja de tarot que utilizan para leer su horóscopo. Una vez hechas sus predicciones, poco a poco descubren que estas se están haciendo realidad pero de la peor manera posible y deberán hacer algo para revertirlo si no quieren acabar todos muertos.
Es evidente que con su premisa tampoco pretendían descubrir la rueda precisamente, pero también es cierto que, en muchas ocasiones, este tipo de películas juegan a otra cosa. Lejos de ser el qué en sí lo llamativo, el incentivo en estos casos suele ser el cómo, residiendo en la atmósfera o en sus propuestas formales a la hora de abordar el terror lo que determinan el atractivo real de la película. Pero lamentablemente, aquí el interés no se suscita ni por un lado ni por el otro…
Bebiendo abiertamente del cáliz que recuperó Háblame, Tarot apuesta por el terror más esotérico o como a mi me gusta llamarlo: terror mitológico. Mitológico en el sentido de que existen unas leyes, una mitología y un pasado que descifrar para entender las normas, por así decirlo, del juego en el que se está participando. Sin embargo, lejos de aportar nuevas lecturas más actuales y apostar por crear su propio universo, el único interés que parece tener Tarot es el de sumarse al carro de cualquier modo, capitalizando en este caso el reclamo del horóscopo por su reciente repunte en popularidad, para crear un clon ausente de vida.
Pereza es la palabra que me vino a la mente cuando salí del cine. Pereza a la hora de abordar su premisa, siendo la ironía que viene de las lecturas del horóscopo profundamente superficial, aportando poco más que un chiste en el momento del “inevitable” fallecimiento de uno de los integrantes del grupo. Pereza a la hora de desarrollar sus personajes, cómicamente arraigados a los clichés más casposos del género, supeditados a las conveniencias del guion. Pereza construyendo su universo, tirando de flashbacks carentes de inspiración, tropos más manidos que algunos trapos de limpieza y una falta de coherencia flagrante en pos de llegar a la siguiente set piece. Pereza por doquier en una película formalmente estéril que, salvo algún pasaje puntual —la ambientación del segmento del mago es de lo más perturbador que se consigue en todo el metraje y aun así peca de repetitivo— desprende indiferencia o una simple falta de esfuerzo por intentar si quiera conectar todas sus partes.
Es posible que Tarot no sea la peor película del universo, en ningún momento creo que lo sea, pero sí que evidencia algunas de las peores prácticas que se pueden tener en la industria del cine. En cualquier medio artístico, la motivación y el aprecio a la obra probablemente son algunas de las cualidades más importantes que se deben tener, y estos son precisamente los elementos que Tarot no posee. No porque no se pueda hacer algo interesante con lo que había, así a bote pronto se me ocurre que el imaginario es curioso y con potencial sugestivo o que la ironía dramática de las lecturas del horóscopo podrían haber sido una herramienta interesante para el desarrollo y tratamiento de los personajes. El problema es que nada de lo que propone la película se siente cuidado o, aunque suene raro, querido. Es una película fría y no porque sea aterradora sino por la evidencia del artificio que hay en ella. Y es que detrás de todo gran éxito surgen clones tratando de replicarlo, es ley de vida y, en parte, eso está bien. A su modo nos sirven de recordatorio, una cuestionable moraleja de que tratar de reducir el éxito a una fórmula es inevitable, cuestionable y, sobre todo, imposible.