Háblame, de Danny Philippou y Michael Philippou

HáblameLos hermanos Philippou, creadores de la última película de A24, comenzaron con tan solo once años a grabar escenas en el jardín de su casa al más puro estilo Jackass. En 2013 nacía  RackaRacka, un canal de Youtube en el que jugaban a entremezclar comedia y terror, inicialmente financiado por el dinero que Danny conseguía participando en ensayos clínicos. Cuatro años después de formar parte del equipo de The Babadook (Jennifer Kent, 2014), House of Rackase convirtió en su mejor logro online, donde los Philippou deformaban su vida diaria con el uso de efectos especiales, serie que finalmente fue cancelada por Youtube. Háblame, estrenada mundialmente en el Festival de Sundance, supone el debut cinematográfico de los gemelos australianos, cuya precuela ya está filmada, así como algunas escenas para una segunda parte.

Todo el mundo recuerda alguna película de género en la que aparezca una fiesta adolescente, uno de los lugares comunes del terror: en muchas de estas cintas, reuniones de jóvenes se ven truncadas por la irrupción de lo maligno. En este caso, la escena inicial sirve como preámbulo de lo que están a punto de vivir Mia (Sophie Wilde), la protagonista, y sus amigos. En dicha apertura, Duckett (Sunny Johnson) protagoniza un momento bastante crudo delante de decenas de muchachos que instintivamente arrancan a correr en dirección contraria, regalándonos una prometedora introducción que cumple con creces las expectativas del tráiler. Al poco se descubre que Duckett había participado en un macabro ritual y que la violencia ejercida tiene su origen lejos de nuestro mundo.

Háblame

Mia, que lleva dos años deprimida por la muerte de su madre, convence a su amiga Jade (Alexandra Jensen) para ir a ver en primera persona una práctica que se ha viralizado en internet: el turbio efecto que provoca en muchos jóvenes el contacto con una mano de yeso pintarrajeada, que por su posición parece resurgir del ultramundo y estar preparada para arrastrarte con ella al mismísimo infierno. Las reglas son claras: para abrir la puerta del más allá se enciende una vela; seguidamente se “estrecha” la mano y se pronuncia el mágico imperativo: “háblame”; después de ver al fantasma que has despertado delante de tus narices, lo dejas entrar en tu cuerpo durante un minuto (como máximo); para sacar al espíritu ambas manos deben separarse y, finalmente, se apaga la vela. El conflicto surge, obviamente, cuando en uno de los trances es imposible separar ambas manos y la cosa se pone muy, pero que muy fea.

La analogía con el subidón de ciertas drogas es evidente. El contacto con lo sobrenatural dura poco, pero es, literalmente, alucinante. Su potente placer efímero lo hace adictivo, al igual que el efecto de algunas sustancias, que se acaban necesitando cada vez con más frecuencia y en más cantidad. No es difícil pensar en algunos de los escalofriantes vídeos que pasean estos días por internet sobre el uso del fentanilo en EE.UU. cuando observamos las caras (y los ojos) de estos jóvenes durante el minuto que dura dicha posesión. Una vez llegan al clímax no hay vuelta atrás, y esto derivará en un descontrol físico, y sobre todo mental, perfectamente representado por la degradación de la protagonista.

No estamos frente a una película técnicamente innovadora: tanto la construcción de las escenas como el uso del sonido están canónicamente elaborados para conseguir su objetivo final: que el espectador esté entretenido y en tensión constante. Y en este sentido pasa la prueba de manera excelente, con una duración correcta y una puesta en escena segura que colaboran para que, lejos de una obra maestra, Háblame suponga el hit terrorífico del verano: aporta lo que se espera de ella dejándonos más que satisfechos; y de regalo, algún que otro buen susto seguro que te llevas.

Megalodón 2, de Ben Wheatley