Inspirado por el poema popular del general Yue Fei —titulado Man Jiang Hong—, un revolucionario Zhang Yimou regresa al medievo chino para contar una historia sobre ambiciones, honor y venganzas. Ahí Full River Red (Zhang Yimou, 2023) elucubra un interminable juego de identidades y aspiraciones que se retuerce en una comedia que busca el exceso mediante largas secuencias de diálogo. De esta forma, el director de La linterna roja (1991) ensambla estos escenarios en el continuo ir y venir de unos personajes encerrados; atrapados en los estrechos pasillos de un palacio custodiado por la mentira y la traición.
Durante la dinastía Song, el asesinato de un emisario de Jin se convierte en un misterioso rompecabezas que pone patas arriba el dominio del canciller Qin Kuai (Lei Jiayin). Para ello, el líder encomendará al condenado Zhang Da (Shen Teng) y al comandante Sun Jun (Jackson Yee) la tarea de recuperar una carta dirigida a la Corte Imperial que podría poner en peligro su posición frente al emperador. Este hecho detonará la atención de una serie de personajes colindantes e implicados en la desaparición de la misma, descubriendo que su posesión se percibe desde distintos intereses, enfrentando las voluntades en un toma y daca cargado de interpretaciones y segundas (o terceras) lecturas. A lo largo de dos horas y media de riesgo, esta constante de inagotables revelaciones sostiene su fascinación desde su carácter lúdico y ligero, reforzando su particular sentido de la acción a través de unos personajes sumamente carismáticos y acentuados. Además de los ya mencionados, en su enrevesada ficción también tendrán un papel destacable el gerente y vicegerente del canciller, llamados He Li (Zhang Yi) y Wu Yichun (Yue Yunpeng) respectivamente, así como una bailarina de nombre Zither (Wang Jiayi). Este elenco conducirá a los dos protagonistas de un lado para otro, adoptando los roles de una buddy movie para dar como resultado una película de una naturaleza insólita.
En su apuesta radical, resulta llamativo el interés reciente de unos directores de avanzada edad que buscan su obra final desde la exageración y el límite de su propia identidad. Es el caso de la deslumbrante El chico y la garza (2023) de Hayao Miyazaki o del absoluto cacao de Kubi (2023) de Takeshi Kitano. En ambas propuestas (y también en la película que ocupa el texto), la libertad creativa se sustenta mediante una carrera previa que define el imaginario de sus respectivos autores, dando lugar a ciertos códigos de lectura que permiten leer la obra en retrospectiva y trazar un diálogo con su propia visión. En el caso del director chino, su hermético dispositivo formal de sets cerrados vuelca todo su potencial dramático desde su virtud elemental, reduciendo la espectacularidad wuxia de Hero (2002) o Sombra (2018) a la emoción subyacente de la conversación, convirtiéndola en un duelo de espadachines enmascarados. Sobre el tono que emplea, también es posible localizar algunos ejemplos en su trabajo que viran con más intención hacia ese particular despiporre, como la extraña Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos (2009).
Como es habitual en su filmografía, la imagen histórica que recrea e inventa Zhang Yimou viene ligada a un trabajo excepcional desde distintos departamentos, reconocibles a simple vista por su voluntaria presencia estética. Por un lado, la dirección de arte brilla desde la expresión dramática de los diferentes estamentos sociales representados, coherentes desde la propia localización escogida hasta los distintos elementos de atrezzo y vestuario. Por el otro, hay una construcción realmente consciente en el uso del color, condicionado por la influencia de la luz tenue de un amanecer grisáceo que lo envuelve todo hasta su último tercio, cuando la verdad se empieza a esclarecer. En este minucioso tratamiento, la película condensa una serie de ideas e imágenes realmente sugestivas y coherentes, funcionando desde su interior mediante la concatenación de encuadres que dialogan entre sí.
De esta forma, Full River Red existe desde la subversión del género que el propio Zhang Yimou redefinió a principios de siglo, virando hacia un claroscuro más apesadumbrado y concluyendo en un último alegato radiante de esperanza. Un cine destinado a la trascendencia que remite a una realidad política y social muy cercana, lanzando un mensaje contra el poder y aquellos que lo regentan para su propio beneficio.