Si hay algo que obsesiona a Hong Sang-soo son las relaciones humanas. El seulense explora en profundidad las conexiones entre seres humanos con más profundidad que casi ningún otro director en el mundo. En The Day He Arrives (2011) el maestro surcoreano despliega todas sus señas de identidad para indagar en temas como la soledad o el fracaso.
La película se centra en un director de cine fracasado que ha abandonado sus ambiciones profesionales y se dedica a la enseñanza en una región rural de Corea. La acción se desarrolla en Seúl, donde el protagonista pasa unos días de visita. Como en muchas obras de Hong, la trama se reduce a acciones sencillas para poder explotar la forma. En este caso, opta por una fotografía en blanco y negro que le da a la cinta un toque más nostálgico y casa muy bien con el tono narrativo. Hay una belleza triste en la puesta en escena visual y se consigue evocar muchísima emocionalidad al encuadrar algo tan cotidiano como un hombre fumando bajo la nieve.
De nuevo, Hong Sang-soo se apoya en la repetición como herramienta narrativa. El surcoreano vuelve a demostrar su devoción por el cine de Robert Bresson con este recurso que, no solo es una licencia formal, sino que le sirve para reforzar los temas y las emociones que trata la película. En el caso de The Day He Arrives, tenemos a un personaje que encadena durante días encuentros con distintos personajes, se repiten los interlocutores, se repite el bar y se repiten algunas acciones. Esta rutina favorece que la audiencia empatice con el personaje principal, que se encuentra en un punto muerto en su vida. Los tres o cuatro días que está en Seúl son una especie de purgatorio para él, a la espera de decidir que rumbo tomar. Es una especie de Sísifo: subiendo la misma piedra cada día sin propósito, como si su pérdida de ambición fuera un castigo de los dioses. Y es que para Hong Sang-soo no existe un castigo mayor que no dirigir cine.
El sentimiento que predomina en esta película es la melancolía. Hong es un director muy estricto en sus formas, pero nunca deja de lado la parte más emocional del cine. Además de la fotografía en blanco y negro, hay una narración en off del protagonista que contribuye a esta sensación de intimidad triste. Sabemos lo que piensa, además de lo que dice. Y decir, dice mucho, porque esta es un filme de diálogos. Abundan las conversaciones profundas, bañadas en alcohol y ahogadas en humo de cigarro que tanto gustan al maestro asiático.
Al fin y al cabo, Hong Sang-soo nos recuerda en The Day He Arrives que la felicidad pasa siempre por conectar con alguien que pueda entendernos y por encontrar un rumbo que seguir. La falta de dirección y la soledad solo llevan a la depresión que el cineasta plasma con cada una de las herramientas audiovisuales a su alcance. La cinta peca de lo mismo que muchas obras de Hong Sang-soo: puede resultar poco estimulante superficialmente por repetitiva o costumbrista, pero solo hay que indagar un poco en lo que el director quiere comentar para entender que se puede ser muy efectivo con una puesta en escena austera y directa.