Heat of the Moment
JT Mollner, realizador y guionista de Ángeles y forajidos (Outlaws and Angels, 2016), vuelve a escribir y dirigir en su segundo largometraje. Strange Darling es una historia con grandes dosis de violencia que, nuevamente, proviene de algunos sitios donde quizá no se la espera uno inicialmente, obsesión que constata así cierta carga autoral con tan solo dos films en su haber.
Partimos de una voz en off que nos advierte de que lo que vemos está basado en hechos reales (algo así como lo que ocurría en Fargo, que tienen de reales lo mismo que cualquier historia imaginada, que se convierte en realidad por el hecho de pensarla, no digamos ya si además se plasma en papel y después se lleva a la pantalla), y gracias a las bondades del inglés y a las limitaciones del español (o viceversa, según se mire), tendremos que tragar con una pequeña trampa si vemos la versión doblada (o leemos los subtítulos).
La forma de estructurar la historia, dividida en seis capítulos desordenados respecto al estándar de linealidad temporal (3, 5, 1, 4, 2, 6), está lo suficientemente estudiada como para que como espectadores comencemos preguntándonos a qué viene fragmentar la narración sin aportar nada de valor (muy similar a lo que hizo Tarantino, más en Kill Bill que en Pulp Fiction), con esa elipsis (el capítulo 4 completo) que, a la vista del 5, ignorantemente consideramos que nos la podríamos ahorrar (el 1 y el 2 en principio sí querríamos verlos, a modo de flashback para saber cómo empieza todo), para que después nos llevemos un zasca proporcional al radio de la tierra cuando precisamente ese capítulo, el cuarto, nos abra los ojos.
La película puede parecer un rape and revenge, y de una forma casi literalmente sui generis lo sería con algún cambio en el desenlace, pero las cosas no siempre son lo que parecen y como The Lady, la protagonista —una Willa Fitzgerald como (semi)final girl para el recuerdo—, se encarga de dejar claro a su partenaire, The Demon (Kyle Gallner, que se mimetiza perfectamente con su papel, incluso cuando en la propia película le toca interpretar uno, rendido a las circunstancias —lo que hay que hacer para echar un polvo, parece pensar continuamente, algo que ella le menciona también de pasada—), cuando una mujer queda con un desconocido y se mete a una habitación de hotel, puede estar arriesgando su vida si su acompañante resulta no ser el chico reservado y atento que ha aparentado durante toda la cita.
Strange Darling, la película, puede ser como ese psicópata de apariencia taimada al que se refiere The Lady y a toro pasado, que es cuando se intentan evaluar esas cosas, si se sobrevive (porque en el calor del momento, que decían los Asia, las hormonas, y las sustancias en el caso de la película, nos nublan la capacidad de pensar de forma racional), puede parecer tramposa a priori, pero en un segundo visionado seguramente nos daremos cuenta de que todas las trampas nos las ha tendido nuestra propia cabeza y ese es el indicativo de que todo está muy medido, incluso demasiado. La película juega a cuestionar los roles de género (la secuencia cercana al final con la pareja policial es el mejor ejemplo, más allá de la propia trama que pasa la batuta alternativamente de uno a otro tortolito), y lo hace de una forma que limita con lo políticamente correcto en la era del #metoo, supurando una mala baba muy de agradecer precisamente por subvertir donde parece que nadie se atreve a hacerlo. Eso no impide momentos de una increíble lucidez cómica (el desayuno de los domingos del matrimonio de hippies) tan inesperados como bien recibidos para cortar brevemente la tensión.
Y hablando de tensión, y de referencias que la película puede evocar más allá de la obvia y ya citada de Tarantino dada su estructura episódica, numerada y desordenada, a mí me trajo a la cabeza esa maravillosa Alta tensión de Alexandre Aja (y eso es bueno), por más de un motivo, mientras que el desenlace me recordó a otro film de este año, De naturaleza violenta (Chris Nash, 2024) (a la que también se asemeja el emplazamiento de la historia, si bien aquella se desarrolla en los bosques de Ontario y esta en los de Oregón), donde se produce una situación similar a pesar de que los detalles varían diametralmente, casi tanto como el enfoque narrativo de ambas obras. Es también fácil acordarse de la reciente Una joven prometedora (Promising Young Woman, Emerald Fennell, 2020) con determinada escena (más allá de la temática del film).
En lo formal le pierden ciertos arrebatos sonoros que intentan otorgar una ampulosidad innecesaria, pues las imágenes son lo suficientemente poderosas por sí mismas, y en ese aspecto tanto las escenas nocturnas de los dos primeros capítulos con neones azules y rojos que apuntan a ciertos neo noir (Strange Darling, entre otras cosas, lo es), como aquellas que se desarrollan a pleno sol en medio de esos bosques habitados por sasquatchs (otro de los delirios cómicos del guion), contrastan de forma paralela a cómo lo hacen los caracteres principales, siendo, con matices, la noche y el día pertenecientes a cada uno de ellos.
Y si los Asia, que no suenan en la película, decían aquello del calor del momento, cuya primera estrofa también le iría que ni pintada a Strange Darling, Nazareth, en su mítico Hair of the Dog, cantaban que el amor hiere, y esta sí suena, en distintas versiones (una de Z Berg y Keith Carradine, y otra de los Everly Brothers). Ese Love Hurts, que sería el tema central en lo musical (en lo temático estaría muy sacado de contexto, porque para los protagonistas, como dice la canción, el amor solo es una mentira, un pretexto), está acompañado de algunas canciones en momentos puntuales que ayudan a aplicar un énfasis dramático, empleo musical que también nos acerca al cine de Tarantino, si bien TJ Mollner hace uso, y pelín de abuso como mencioné, de la banda sonora de Craig DeLeon, a diferencia del director de Érase una vez en Hollywood (Once Upon a Time in Hollywood, 2019), que solo utiliza las canciones.
Aunque probablemente Strange Darling no sea la obra maestra que proclama Stephen King (a quien, recordemos, no le gusta El resplandor de Kubrick, por poner las cosas un poco en perspectiva) se trata sin duda de un estimable esfuerzo por aportar algo de frescura al habitual anquilosamiento del género y una recomendación, en cualquier caso, a la que me uno. No seré yo quien lleve la contraria al rey del terror.