No profanar el sueño de los muertos
De naturaleza violenta se abre con un plano fijo a un punto sin nada destacable en el interior de una cabaña derruida en el que escuchamos una conversación sin ver a sus interlocutores, que han encontrado una especie de medallón y hablan sobre una antigua matanza en la zona. Cuando comienzan a marcharse del lugar (lo sabemos porque lo comentan y porque sus voces se alejan), sin necesidad de cambiar el plano, la cámara se desplaza en un lento travelling hasta el citado colgante y vemos cómo alguien (uno de los jóvenes que estaban hablando, suponemos) se lo lleva. Lo siguiente que presenciamos me recordó al comienzo de Halloween V: La venganza de Michael Myers (Halloween V: The Revenge of Michael Myers, Dominique Othenin-Girard, 1989), con un Michael que regresaba de entre los muertos una vez más. De algún modo intuimos que hay una historia previa que no nos han contado, ¿estaremos ante una secuela cuya génesis desconocemos? Algo (o alguien) ha emergido de la tierra, casi seguramente impulsado de algún modo por lo anteriormente mencionado.
Lo más común sería volver a un núcleo reducido de los jóvenes anteriores y ver como su paz es interrumpida abruptamente para ser exterminados por esta presencia retornada, pero no estamos ante una película común del género. De naturaleza violenta nos pone del lado del monstruo, nos lleva de su mano, en una vista subjetiva en tercera persona, al más puro estilo de un videojuego de mundo abierto, acompasada por microelipsis y alternada con distintos ángulos de cámara extraños a este riguroso enfoque, pero siempre veremos (y escucharemos) lo mismo que él, aunque no necesariamente desde el punto exacto en el que se encuentre. A partir de conversaciones ajenas conoceremos, pues, su historia (o su leyenda, ya se sabe lo que ocurre con el paso del tiempo), que cuenta con un detalle que me remitió al clásico de terror que más me atemorizó de pequeño: La oscura noche del espantapájaros (Dark Night of the Scarecrow, Frank de Felitta, 1981), en la que, por cierto, también era imposible no estar del lado del espíritu vengativo aunque no estuviésemos atados a su punto de vista, detalle este (y no el único) que convierte al debut del canadiense Chris Nash en una propuesta verdaderamente subyugante y sin duda la mejor cinta de terror en lo que llevamos de año.
También hay muertes o, más propiamente hablando, asesinatos, que desprenden todo lo que se le puede pedir a un buen slasher: son ocurrentes (hay uno en concreto atrozmente retorcido), muy variados (puede permitirse el lujo de que dos de ellos sean en off) y con detalles gore que solo puedo definir como exquisitos.
El sonido es otra de las virtudes de la película, no hay sensacionalismo alguno en ese aspecto, ni siquiera banda sonora, simplemente vamos a escuchar lo mismo que Johnny (llamémosle de una vez por su nombre, no merece menos), un enorme contraste frente al grueso del cine de terror contemporáneo, aquejado de muchos males endémicos, pero pocos peores que ciertas bandas sonoras o esos condenados sustos anunciados con una estridencia proporcional a la carencia de talento para lograr trasladarlos a imágenes.
La sombra de Viernes 13 es alargada pero más que por la parte del slasher, De naturaleza violenta trae a mi cabeza esa fecha fatídica y cinematográfica por la ambientación —además de las cabañas y del entorno, que también me recuerda al de Escóndete y tiembla (American Gothic, John Hough, 1987) está ese magnífico momento, precedido de una brillante elipsis encerrada por dos planos de una misma mano ligeramente transformada (en esa transición ya hay más cine que en cintas recientes como Tarot o Imaginary), en el que Johnny, a la luz de un objeto del presente, vislumbra un lejano recuerdo en un espejo, para poco después descubrir que todavía no ha conseguido su objetivo—, o por esa figura con máscara, un fetiche del género que a pesar de ser reverenciado como merece no va a ocultarnos permanentemente el rostro de nuestro trágico héroe, no hace falta, e incluso puede que ese momento en el que Johnny aparece con la cara descubierta mientras evoca un momento feliz de su antigua vida a través de otro objeto, en esta ocasión un juguete, sea bienvenido para terminar de forzar nuestra empatía como testigos de su penuria.
Y es que aunque se empeñase, aquí, la scream queen (que la hay) no es la protagonista, y aunque tenga los diez minutos finales para ella sola (y su salvadora), diez minutos en los que por una vez (la primera y la última), nos alejamos de Johnny y aunque la tensión se corte con un cuchillo, aunque cientos de slasher previos nos hayan advertido de lo que ocurrirá a continuación, aunque nuestro instinto nos conmine a no terminar bajando la guardia, si hemos atendido a todo lo expuesto previamente sabremos que nos encontramos con un anticlímax en toda regla. Y es que el ritmo, en el que muchos verán un problema, es probablemente el principal punto fuerte de esta historia circular (probablemente cíclica), o podríamos decir incluso que la ausencia de él, pues el que acompaña al relato es el de un ente caminando mientras los sonidos de sus propias pisadas se mezclan con los de la naturaleza (esos bosques de Ontario), un ente que ha sido perturbado y que solo busca la paz, ese regocijo que conseguirá con aquello que es suyo (y le ha sido arrebatado), un ente, que no deja de ser alguien (o algo) con el que es fácil sentirnos identificados, porque los monstruos (así se llamen Michael, Bubba, Jason o Johnny) también tienen su corazoncito, y alguna vez, aunque haga tanto tiempo que no sean capaces de recordarlo, fueron como nosotros.