En un cúmulo de corrientes enfrentadas, el mar embravecido crea una imágen disconforme, etérea en su ilusión; una parecida a aquella que la película proyecta sobre Ichiko (Hana Sugisaki), un nombre que esconde tras de sí una vida llena de incógnitas sumergidas en el misterio de su verdadera identidad. Para descubrirlo, el director Akihiro Toda crea una historia fragmentada entre el pasado y el presente, elaborando una tragedia desgarradora donde se proyecta el peso de la larga sombra que el tiempo arrastra sobre todos.
Ichiko da comienzo con una declaración conyugal, donde Yoshinori Hasegawa (Ryuya Wakaba) —en un medido plano-contraplano— le pide matrimonio a su pareja. Delante suya está Ichiko llorando, y aunque no llega a declinar la oferta, tampoco parece poder asumirla del todo. En su rostro hay una confusión evidente, un choque de emociones sin salida reflejadas por su incertidumbre frente a esa situación. Por eso, al día siguiente, la chica sale por el balcón y desaparece sin mediar palabra. Yoshinori, por su parte, decide ir en su busca en un camino donde va descubriendo progresivamente a una persona a la que no parece conocer.
De esta forma, la película rompe con una primera línea temporal e implementa una narración troceada por secuencias que sigue a la protagonista durante distintas fases de su vida, saltando de adelante para atrás y viceversa. Esta observación de su pasado suele estar sujeta a los hallazgos que su pareja realiza a tiempo presente o justificadas mediante el punto de vista de quien narra los recuerdos. Sin embargo, este dispositivo no siempre sustenta esta precisión gramática y se apoya recurrentemente por intertítulos donde se matiza la fecha en cuestión, una decisión estética y tonal que trivializa el recorrido dramático de una primera mitad ligeramente abierta a su conveniencia; algo que logra solventar más adelante recogiendo el testigo de Yoshinori, que lentamente se va acercando a la verdad que la persigue. Así pues, la definición del personaje Ichiko adquiere diferentes matices y el espectador va comprendiendo los motivos de su partida final, atestiguando los trazos de un sórdido relato de violencia y abuso sumamente tortuoso.
Estos interrogantes que se ciñen sobre la protagonista casan en su espíritu solitario con propuestas tan extremas como Cycling Chronicles: Landscapes the Boy Saw (Koji Wakamatsu, 2004), una película arrolladora donde la emoción también se suspende a través de los recuerdos atravesados y la incertidumbre que rodea a un personaje desprendido, sin dirección. En el caso de la obra de Toda, hay una medida dirección sobre la visión que dirige a su mundo, caligrafiando esa injusticia terrible desde el sentimiento desbordado y la dignidad de unos personajes sufridos, llenos de grises y marcados por su circunstancia. Esto enfrenta el conjunto contra su propio juicio moral, cruzando continuamente una delicada línea donde todo termina recayendo en su vis depresiva y pesimista, una parecida a aquella que imprimen autores como Tetsuya Nakashima o Sion Sono.
Tan íntima como dolorosa, Ichiko sucumbe a un arrollador viaje de autodescubrimiento deprimente, a la conciencia que la precede y señala; aquella de la que nadie puede escapar. Una película de amor imposible, de pulsión herida e irremediable que sugiere puntualmente algunos momentos de belleza fugaz, como la tonada de un tarareo que se pierde entre el sonido de las ráfagas del viento.