El producto soy yo
El humor surrealista de Quentin Dupieux regresa a la pantalla, entrelazándose de manera natural con la icónica figura de Salvador Dalí. A través de un falso biopic con un lenguaje distintivo que refleja la vanguardia característica tanto del director como del artista, manteniendo, como en sus películas anteriores, una perspectiva autoral, política y experimental. Sin embargo, la admiración por su ídolo parece llevar al director a un enfoque menos interesante, donde el discurso se diluye en el homenaje y la estructura divertida termina por ser insuficiente.
La visión de Dupieux se enfoca en abordar a Dalí, exclusivamente, como personaje mediático y excéntrico, despojado de casi toda mortalidad, enfatizando desde el inicio de la trama que Dalí es el surrealismo y que esta concepción de sí mismo y del arte es su verdadera obra maestra. Aun así, la narrativa también deja un espacio para abordar la humanidad del artista, ante la inminente llegada de la vejez que, como atribuye el mito popular, tomó a Dalí tan abruptamente por sorpresa como la misma estructura cómica, onírica y fragmentada de la película logra demostrar. Este acercamiento a la imagen del genio, se construye a través de una voz narrativa múltiple, con personajes irreales y ordinarios que circundan la vida de Dalí y permiten crear un constante contraste con la forma surrealista de todo el film.
Aunque aquello resulta entretenido y coherente con el estilo de Dupieux, esta elección es abordada de manera superficial, convirtiendo el lenguaje y estructura singular de la película en un mero decorado para una historia fantástica sin mayor trascendencia. Quizás también debido a que nubla y oculta las facetas más personales de Dalí, como su relación con Gala, con el cine y con el acto de crear, transformando a Daaaaaalí! en una obra sobre el artista como icono, más que un retrato de alguna faceta de su historia u obra. Esta sensación se intensifica con la decisión de interpretar a Dalí con seis actores diferentes, unidos principalmente por su icónico bigote. Como afirmando que lo que vemos no es una interpretación del artista sino la representación simplificada y reproducida de él como símbolo. Esta concepción del biopic a manera de pop art, utilizando la cultura popular para hacer una obra en sí misma, refleja a una sociedad marcada por lo mediático que tiene como necesidad hacer de la historia un elemento de consumo para pasar a la posteridad. Siendo esta perspectiva, que parece manifestarse de manera inconsciente dentro de la película, el elemento más interesante de todo el film ya que trasciende su sentido literal para revelar una mirada realmente vanguardista.
Este enfoque se construye a través de una narrativa que mezcla continuamente elementos heterogéneos como un cura, un cuadro falso, un vaquero y un sueño, para evitar producir un significado fijo y desarrollar un tiempo mutable. Tal como ocurre en la escena más distendida del eterno sueño del padre que parece prolongarse infinitamente, a medida que cambia su sentido y repercusión en la trama en cada falso final. Como es habitual en las obras de Dupieux, le otorga voz a elementos aparentemente insignificantes, como una rueda o un espectador, para intercambiar el protagonismo y así explorar el tema desde lo silenciado y circundante, revelando los verdaderos matices del discurso. En este caso, se centra en la perspectiva de los «no-genios», para mostrar cómo la hipercultura contemporánea desdibuja la realidad reproduciéndola hasta sacarla de contexto, convirtiéndola en un producto con solo algunos rasgos reconocibles, que permitan hacer de cada personaje de la cultura, un elemento del mercado. Puesto que cada personaje lo que quiere de Dalí es su valor monetario en una entrevista, una película o un cuadro. Revelando de forma completamente honesta, cuáles son nuestros interés y relación con los ídolos, demostrando que la idea más vanguardista de Dalí no fue el surrealismo sino construirse como una figura del entretenimiento.
Este mensaje está constantemente presente en las pantallas del televisor y el cine que atraviesan y multiplican los escenarios, reuniendo las voces y facetas de Dalí, a manera de matrioshka, para interrumpir y reconstruir el relato desde una concepción de lo plural, en la que no existen figuras verdaderamente míticas o históricas, sino símbolos e iconos que habitan un mosaico digital sin pasado ni futuro, solo un presente en el que la estética prevalece. Tal como ocurre en los medios digitales modernos, en los que todos somos co-creadores de las narrativas de las figuras de la historia y la cultura, permitiendo que incluso la voz de los “nadie” sea tan protagónica como la de las “iconos”.
Lo más interesante de esta perspectiva es que aquella aproximación hacia Dalí no parece intencionada, sino inconsciente, ya que con poca modestia y disimulo la película logra autocalificarse en uno de sus diálogos finales como “…. ¡Absolutamente magistral y deliciosa!… Un documental imprescindible ya que revela a un Dalí que nunca se había mostrado al público…” permitiéndonos palpar de una manera casi directa la intención del director detrás de su obra. Sin embargo, aunque Dupieux instaló el surrealismo en la película de manera consciente a través de juegos de montaje y puestas en escena absurdas, quizás la parte más surreal de todo el relato sea aquella que en la que logra descodificar su subconsciente y hablar sobre la actualidad, confirmando así la afirmación de Dalí de que “No hay nada más surrealista que la realidad”.
Aunque esta no pueda considerarse como la mejor película de Quentin Dupieux, sí podría decirse que es la que mejor representa su mirada surrealista en el sentido que propone a través de lo genuinamente inconsciente e irracional una reflexión acerca del arte, el hombre y la sociedad. Dejando un sabor que transciende la comedia para acercarnos a un deseo por redescubrir a las biopic desde lo falso, excéntrico y exagerado en las que quizás se nos revele más de nosotros mismos que de la misma figura histórica.