Cuando, en 2022, Matt Reeves estrenó The Batman, el mundo se rindió a los pies de la nueva versión del caballero oscuro de Gotham. La película protagonizada por Robert Pattinson era oscura, detectivesca sucia y, ante todo, alejada del multiverso superheroico del que el público empezaba a estar harto. El Gotham de Matt Reeves era, sin duda, un lugar a explotar, pero la idea de producir series, spin-offs y otros subproductos, ponía en riesgo su condición de tótem del cine de superhéroes actual.
Con el estreno El Pingüino, Warner se enfanga elaborando una secuela de The Batman sin Bruce Wayne. El principal problema con el que se topa es encontrar una trama y un pulso narrativo sin catapultar eventos que el estudio se reserva para The Batman Part II (Matt Reeves, 2026). La serie, pues, se enfoca en la lucha por el control de los bajos fondos de Gotham tras lo sucedido en The Batman. El telón de fondo es prometedor, pues la ciudad se plasma como una urbe en ruinas —física, moral y políticamente— y todos los criminales de Gotham quieren su trozo de pastel.
Toda la trama es un tira y afloja entre Oswald Cobb (Colin Farrell) y Sofia Falcone (Cristin Milioti). Ambos personajes son villanos, pero se busca ahondar en sus motivos para que el espectador tome partido a medida que sus acciones se vuelven más deleznables. En el caso del Pingüino, el guion hace uso de tres estrategias para que la audiencia empatice con él: una magnífica interpretación de un irreconocible Colin Farrell, las relaciones que el personaje forja con su madre y con un chico tartamudo al que apadrina y su aparente lucha por defender a las clases más humildes y a los marginados.
Todas estas características lo convierten en un personaje interesante, pero no deja de tratar de emular al Tony Soprano de James Gandolfini: ese hombre sin escrúpulos, carcomido por su propia ambición, que se justifica en sus principios para justificar actos atroces. El desarrollo del Pingüino es bastante más torpe que el de Los Soprano (lo que es, por supuesto, inasumible) y, por momentos, la serie se ve muy forzada tratando de emular el éxito de David Chase.
A nivel de guion se proponen ideas interesantes y resulta estimulante como miniserie complementaria a The Batman. La trama criminal está llena de traiciones, giros y salidas inesperadas; pero cae en el error de ser terriblemente sobreexplicativa en sus diálogos, abusando de flashbacks e información redundante por miedo a que el espectador no compre las patrañas que venden sus protagonistas mediante monólogos infinitos. Es beneficioso desarrollar las raíces de estos personajes, pero los diálogos resultan muy masticados y la trama se detiene demasiado por momentos.
Farrell opaca al resto del reparto, que pasa bastante desapercibido ante el magnetismo del Pingüino. Cristin Milioti destaca entre el resto de actores como Sofia Falcone, hija y heredera del líder mafioso Carmine Falcone, pero tiende a la sobreactuación y sus arrebatos de chifladura desdibujan toda la trama de construcción de personaje que se detalla —otra vez, de forma reiterada y excesiva— a lo largo de la serie. Además, a Carmine Falcone lo interpreta, en los flashbacks, Mark Strong que, sin estar mal, no llega a las cotas interpretativas de John Turturro encarnando el mismo personaje en The Batman.
Vista en su totalidad, El Pingüino es un buen esfuerzo para expandir el universo de The Batman y puede hacerle mucho bien a la segunda entrega de Matt Reeves al profundizar en la psique de sus villanos y en describir la Gotham que en la película solo se nos esboza. Aún así, si la vemos fuera de su contexto, es poco más que una sólida serie de mafiosos con una historia y personajes interesantes, pero que cae en muchos de los tropos de los que se abusa en la ficción televisiva más reciente. A pesar de todo, aprovecha el formato de miniserie y explota la duración de sus pocos capítulos para dibujar una trama cerrada y muy llamativa, tanto para los fans de los cómics de DC como para aquellos espectadores más casuales.