Nos podemos felicitar por que se estrene comercialmente una cinta como ésta. No tenemos siempre la oportunidad de ver cine indio, mucho menos de carácter independiente. Más difícil todavía si la película está dirigida por una mujer, dado el contexto social de aquel país, tema que precisamente se debate en La luz que imaginamos. Si a ello añadimos la excelente calidad de la propuesta, merece la pena no dejar pasar la oportunidad.
Se comenta en la película que en Bombay existe en todo momento cierta sensación de alegría, incluso si estás viviendo en las cloacas. La luz que imaginamos busca, en consonancia al refrán, la luz que pueda iluminar la vida de tres mujeres. Prabha es una enfermera veterana, tan competente como adusta, que sufrió un matrimonio concertado y cuyo marido desapareció, rumbo a Alemania, años atrás, sin que tenga noticia alguna de él. La joven Anu comparte piso con ella y su labor como enfermera parece ser, ante todo, una excusa para evitar el regreso a su pueblo natal dónde, para ella también, se prepara un matrimonio concertado. Parvati es una viuda que cocina para el personal del hospital y a quien se pretende desalojar de su casa al carecer de documentación sobre la propiedad en que vive. Son argumentos absolutamente cotidianos en la India y que darían de si para desarrollar hasta tres melodramas. La opción de Payal Kapadia modera el tono y se dirige a seguir, más que narrar, el estado emocional de las tres protagonistas que constituyen un reflejo de las dificultades de la mujer para conseguir una vida plena y autónoma en aquel país. Lejos, no obstante, de desarrollar una obra panfletaria, la reivindicación feminista se despliega, con toda su complejidad, con todo su dolor, de modo tan simple como efectivo, como una crónica de los altibajos vitales de las tres trabajadoras durante un periodo de unas semanas.
La cámara de Kapadia, en mano en no pocas ocasiones, retrata con precisión el ritmo acelerado de Bombay. Un nervioso travelin lateral sigue al inicio las paradas de un mercado callejero, situando al espectador en las calles bulliciosas. Más tarde, la cámara fija contemplará a Prabha o a Anu en el interior de vagones de metro, tren o autobús, mientras se desliza tras ellas la multitud que ocupa las calles o los andenes. La lluvia de los monzones marca el ritmo de la calle o del trabajo, mientras el tráfico mantiene el sonido de las bocinas o se detienen los ferrocarriles por las inundaciones. No es una cinta específicamente sobre la India ni es una obra que busque el exotismo. Al contrario, La luz que imaginamos recoge de modo tan sucinto como preciso el ambiente de las grandes urbes del subcontinente, el movimiento humano, llegando prácticamente a hacer sentir al espectador el bochorno previo a las tormentas o los olores callejeros.
El argumento enlaza con facilidad las peripecias de una y otra mujer. Anu busca espacios ocultos para compartir intimidad con Shiaz, una pareja tabú para sus familias. No se trata sólo de una opción asumida libremente por unos jóvenes que plantean huir de las viejas convenciones sociales que condenan a los adolescentes, y especialmente a las mujeres, sino también de un antiguo enfrentamiento, por corresponder ambos a diversos estratos sociales (como la directora apunta, delimitados incluso a nivel territorial), siendo ella de familia hinduista y él musulmán. Los movimientos de Anu son sentidos por Prabha como frívolos, a pesar de que la protege de los chismorreos en el hospital, y le duelen por el hecho de que pueda plantearse un futuro que, según ella, es imposible. Prabha, por su parte, trata de ayudar a Parvati revocando legalmente la orden de desahucio al recurrir a un abogado (de piel mucho más clara que la de ambas). Kapadia muestra una excelente habilidad para situar a los tres personajes en su contexto y definir su personalidad, sin recurrir a subrayados innecesarios. En el caso de Anu, la situación risible y a la par humillante que significa la necesidad de comprar un burka para acercarse a la casa de Shiaz. En el caso de Prabha, la desazón que siente al recibir un regalo sin remitente ni nota alguna, una arrocera que viene a ser la encarnación espectral del marido ausente. Parvati, por su lado, se enfrenta a la adversidad con recursos emocionales suficientes para recurrir a un plan alternativo.
Es notable como Kapadia trabaja, junto al director de fotografía, dos elementos de modo destacable. Los cuerpos humanos y la ciudad aparecen de modo repetido, a la vez complementándose y oponiéndose en cierto modo. Por una parte, resalta a unos, situando de modo repetido la figura humana frente al paisaje urbano (multitudes, edificios o vehículos) que aparece en segundo plano mientras las protagonistas se desplazan por la ciudad o cuando están en el pequeño habitáculo de Parvati con el caos de fondo, entrevisto por las ventanas medio rotas. Hay también un evidente esfuerzo para captar la sensualidad de los cuerpos y la aproximación de unos a otros, sea en las secuencias con pacientes y sanitarios, sea en la intimidad entre los jóvenes. Por otra parte, tal y como la directora ha referido en diversas entrevistas, Bombay absorbe y utiliza a cientos de miles de personas llegadas de zonas rurales. Si bien puede dar seguridad y progreso profesional y personal en algunos casos, no sucede así para todos, en especial de las castas inferiores o del nivel económico más débil, como sería el caso de Parvati. Bombay no es, por tanto, sólo un decorado, sino que es una suerte de agente que determina la vida de los personajes. A la par que las protege de la familia que las quiere controlar, coarta sus opciones vitales. Es significativo que la presencia del cuerpo se incrementa notablemente en cuanto las tres protagonistas abandonan la megalópolis. Alejadas de Bombay, pasado el monzón, con un ambiente distinto a la orilla del mar, la sensualidad se incrementa y el cuerpo toma un papel protagonista en la pantalla. De modo muy notable para una producción india, Anu y Shiaz mantienen una relación, parcialmente observada por Prabha, dónde la cámara observa el movimiento de manos y rostros, pero también torsos, piernas y muslos. El cuerpo no sólo destaca en la secuencia de sexo, sino que está presente en la relación entre Prabha y el hombre al que rescata del mar, a quien primero hace una reanimación cardiopulmonar insuflándole aire boca a boca y luego acaricia en una secuencia onírica. La capital, el sistema, han quedado atrás y en este espacio natural Kapadia ayuda a sus criaturas a vencer las fronteras, superar los límites físicos y morales que la sociedad conservadora india impone.
Prabha tendrá una epifanía que le permitirá replantearse su actitud, consigo misma, y hacia Anu. La luz que imaginamos no tiene un final totalmente optimista, pero la serenidad y la belleza de las últimas imágenes permiten considerar que las tres mujeres han llegado a un punto de inflexión de sus vidas a partir del cual puedan escoger sus destinos con mayor autonomía de la que gozaban hasta entonces. Una iluminación que diluya la oscuridad en que estaban sumergidas.


