Nunca le agradeceré suficiente a Gisela Junyent, compañera de Miradas de Cine y amiga, que me descubriera el universo de Christian Petzold. Estudiamos juntas un curso de crítica cinematográfica, y fue allí donde de pronto una tarde se puso a hablar de Phoenix (2014), a lo que yo no pude responder de otra forma que pidiéndole más títulos del director con el objetivo de ampliar mi ya inabarcable Watchlist de Letterboxd. Sus recomendaciones fueron claras: Barbara (2012) y Ondina (2020). Si bien el ajetreo vital de entonces solo me concedió el tiempo para ver Phoenix, de la que quedé prendida al instante, el resto se quedaron pululando, no solo por la interminable lista de películas para ver después de Filmin, sino también en mi cabeza, resistiendo al olvido y esperando la oportunidad idónea para convertirse en otra de mis obsesiones cinéfilas.
Con el estreno de El cielo rojo el verano pasado, que tuve la oportunidad de ver en dos ocasiones, mi cuenta pendiente con Petzold resurgió del fondo del subconsciente y empezó a resolverse. El visionado de cada uno de sus films no dejaba de reforzar la unicidad de la mirada trágica con que el cineasta concibe las relaciones interpersonales, esa capacidad de hacer real lo inverosímil y de emocionar al espectador sin contención pero con cuidado, como si con ayuda de un bisturí incorpóreo nos penetrara las entrañas minuciosamente, con la delicadeza del artesano y el ingenio trastornado del autor.
Con su última propuesta —que para sorpresa de algunos ha aparecido en varias listas de lo mejor del año y que en la de Miradas de cine ocupa un merecidísimo quinto puesto—, Petzold se reitera en la construcción de personajes complejos, aquellos que repeles y amas al mismo tiempo, con los que logras identificarte tanto por sus defectos como por sus virtudes. El cielo rojo propone un relato aparentemente liviano, escondido bajo un cuento de verano rohmeriano, que paulatinamente va transformándose en algo mucho más profundo y trascendental: un ensayo audiovisual sobre cómo nos enfrentamos a un destino irrevocable. El personaje de Leon —un detestable escritor en crisis ante la imposibilidad de superar el éxito de su primera novela— se contrapone a Nadja —una espontánea mujer que vive a través de la experiencia, dejando en segundo plano el muro intelectual tras el que parece esconderse el protagonista—. Dos actitudes incompatibles frente a la vida cuya fricción parece dar lugar al irremediable apocalipsis que cierra el mejor trabajo del alemán hasta la fecha, ya en preparación de su siguiente obra: un thriller dramático protagonizado de nuevo por Paula Beer —actriz fetiche que reemplaza a Nina Hoss en esta segunda etapa—y cuya sinopsis augura otra experiencia extraordinariamente traumática para el espectador. Veremos si consigue entrar en la lista de 2025.