Fuck checking
Como ganadora de la Palma de Oro de 2024 Anora ofrece una propuesta capaz de consolidar un nuevo tipo de cine americano que deje atrás el postmodernismo en un mundo más bien postpandemia. La falta de compromiso y el relativismo moral del citado postmodernismo parecen haber evolucionado hacia un enfoque en la que esa falta de valores no trae ligereza sino inquietud existencial ante la falta de certidumbres. La ambigüedad es sin duda el andamiaje principal de esta especie de deconstrucción de Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) que entrega un Sean Baker depurado pero claramente continuista dentro de su estilo.
Anora impacta en primer lugar al espectador por las fluctuaciones de su temporalidad narrativa, las elipsis y el ágil ritmo de la primera parte de repente se detienen y dan lugar a una dilatación extrema durante su segundo tramo. Análogamente, su tono dramático en ocasiones también logra confundir con un visionado que arroja sensaciones intencionalmente contradictorias. La trama provoca comicidad ante lo ridículo de algunas situaciones mientras mantiene simultáneamente una tensión asfixiante, convirtiendo la risa en todo un placer incómodo. Este equilibrio mantenido en el tiempo —contrariamente a la tradición del cine americano, la película sorprendentemente nunca se desborda hacia la violencia o la acción desmedidas— ayuda a no descabalgar la atención durante estos cambios bruscos entre sus dos mitades.
Igualmente no es posible hablar de Anora sin destacar las brillantes interpretaciones de todo el reparto, en especial de Mikey Madison (en el papel protagonista) y de Yuriy Borisov, en un papel revelación que se despliega conforme avanza el metraje. Estos personajes, ambiguos y complejos, nunca terminan de revelar su realidad biográfica completa o el por qué de sus intenciones; en su lugar sólo quedan intuiciones y sugerencias basadas en sus miradas y gestos. Esta indeterminación de nuevo se sostiene hasta la sobrecogedora escena final, donde existe una cierta incertidumbre sobre el devenir último de los personajes e incluso resulta difícil concretar si las posibles resoluciones abiertas son realmente favorables o no para la propia Anora.
Finalmente, en el año del éxito comercial de La sustancia (Coralie Fargeat, 2024) —y pese a sus diferentes aproximaciones— cabe destacar algunas similitudes en cuanto al abordaje del cuerpo femenino desde una perspectiva muy contemporánea; una ligada a la cultura urbana que erige como valores primordiales el dinero y el culto al cuerpo. Sean Baker de hecho rueda aquí varias secuencias donde los cuerpos de las trabajadoras sexuales adquieren un carácter central y explícito. Si bien (al igual que en La sustancia) dicha puesta en escena puede resultar polémica en una primera impresión, cabe entenderla mejor en el contexto de su director como una mirada libre de dogmas y juicios morales, más preocupada por las contradicciones inherentes del ser humano y en última instancia profundamente empática hacia los sectores más vulnerables de la sociedad.