Orenda

Orenda, de Pirjo Honkasalo

Es difícil decir si el atractivo que siento hacia Orenda surge intrínsicamente de la película en si misma o del hecho de sentirme interesado por una obra situada tan lejos de mi zona de confort como espectador. Un duelo psicológico nórdico entre dos mujeres en una isla despoblada, discusiones sobre el amor y el sexo, lo humano y lo divino, lo terrenal y lo eterno. Podría ser que su atractivo radique en las sólidas interpretaciones de Alma Pöysti (la protagonista de Fallen Leaves de Kaurismäki) y Pirko Saisio (actriz, escritora y autora del guion), en las aceradas críticas a la iglesia o a los giros argumentales que transforman el enfrentamiento inicial entre dos aparentes desconocidas a una confesión de sororidad entre mujeres baqueteadas por sus pasiones con un nexo en común que se desvela durante la trama. Así, la amargura y la dureza de una de ellas, rebelde ministra de la iglesia protestante trata de ocultar el dolor por el abandono de una amante a la que nunca quiso reemplazar, mientras que la desazón y tristeza de la otra se vinculan a una culpabilidad, fruto de una relación sadomasoquista.

No obstante, a la vez que todo ello, la puesta en escena puede explicar buena parte de la capacidad de sugestión de la película. La directora, Pirjo Honkasalo, no solo parece (a raíz de su filmografía) estar interesada por los grandes temas de la humanidad (sean la religión o la situación frente a conflictos bélicos) sino que muestra una capacidad de plasmar en imágenes la agitación mental y el cansancio de sus protagonistas. Así, la isla en la que ambas se conocen, se enfrentan y se descubren, adquiere personalidad protagonista como uno de esos espacios mentales donde una y otra sopesan sus necesidades, sus deudas y sus ansias. La cámara persigue arroyos, dunas u olas como si se traten de mundos lejanos. El sol, suspendido cerca del horizonte de las altas latitudes, impide que sepamos si la acción tiene lugar al amanecer, al atardecer o en la noche estival. Las rocas o los troncos con los que el joven adoptado por la isla (una suerte de Calibán) elabora tótem y objetos de adoración adquieren relieves sugerentes, ora atractivos, ora amenazantes. La luz del faro, barriendo el espacio, altera la posible calma e incrementa la tensión del continuo enfrentamiento de una con otra y de ambas con sus propias conciencias.

Orenda es cine nórdico con todas sus consecuencias y, tal vez, precisa de más de un visionado para comprender plenamente las opciones vitales de ambas mujeres. No pretende ser complaciente, pero es un reto que se puede asumir con gran interés.