Recuerdos de familia
Desarrolló Carla Simón en su obra previa un repaso a su propia biografía saltando del documental a la ficción. Verano 1993 (2017) representaba, con actores profesionales, su primer verano, con seis años, tras la muerte de sus progenitores, con unos tíos que pasarían a ser padres adoptivos. Alcarràs (2022) parte de la experiencia agrícola de familiares y amigos en una zona rural para repasar conflictos sociales mediante un argumento trabajado a medias con guionización y actores no profesionales. Un ensayo sobre la maternidad y la familia se representó en el corto Carta a mi madre para mi hijo (2022).
Romería resulta un doble salto mortal, a nivel profesional pero también en lo que puede intuirse a nivel emocional para la directora. Tenemos aquí una joven de 18 años, Marina, que, tras una infancia con su familia adoptiva, opta por encontrarse con la familia paterna a la que desconoce. Marina quiere ser cineasta y, por ello, graba imágenes de sus encuentros con primos, tíos y abuelos. Progresivamente irá descubriendo los entresijos de la vida que su madre y padre tuvieron en Vigo, así como las correrías nocturnas, días de relax en las Islas Cíes y, finalmente, su dependencia de la heroína. En paralelo, descubrirá luces y sombras familiares, recibirá la simpatía de unos y la frialdad de otros y decidirá qué actitud tomar para con cada uno y también qué creer de cada historia que se le cuenta.
Carla Simón da un paso al lado como personaje y, a nivel cinematográfico, un paso adelante. En una primera mitad de la película (la menos conseguida), presenta una historia mediante actores que interpretan a su alter ego y a sus propios familiares. En este sentido, no está lejos de Verano 1993. Pero aquella joya era más verídica en su elaboración cinematográfica que esta representación, que resulta impostada. Las idas y venidas de primos y tíos son poco interesantes y sólo aporta solidez la figura del tío interpretado por Tristán Ulloa, único superviviente del grupo de amigos de sus padres y testimonio directo de aquella época.
Romería cobra más interés con la presencia de los abuelos paternos, dos figuras burguesas que interpretan sus papeles respectivos de pater familias y matriarca con severidad, actuando ante Marina con fría cortesía y evitando contarle la historia de sus padres, ni tan solo sus últimos días, el motivo auténtico que mueve a Marina/Carla. Es a partir de este conflicto cuando Marina, hasta el momento cordial y sumisa, se opone y marca su rumbo. Como directora, Carla Simón también cambia el rumbo de la película y pasa de la representación a la reinterpretación del pasado. Carla Simón directora pone en imágenes aquello que pudo haber sido, una bella historia de amor condenada por las drogas y el sida, y añade secuencias imaginadas, rodadas en ocasiones como sueños fantásticos (la escalada al edificio, su encuentro con los padres), en otras como diarios filmados digitalmente. Es un deseo de construir buenos recuerdos familiares (sin ignorar en momento alguno la adicción) sobre un periodo en el que ella no existía, lo que Carla Simón materializa en una feliz ocurrencia. Esto da una consistencia mayor a esta parte del metraje de Romería que a la anterior. Así, la soberbia mostrada por el abuelo o la frialdad de la abuela pueden o no ser recuerdos reales, pero se quedan en el mismo sustrato cinematográfico que las imágenes felices de sus padres. Y estas, por queridas, dejarán de ser una mixtificación para pasar a ser el feliz recuerdo familiar de Marina y, posiblemente, de Carla.

